El derrocamiento del régimen sirio encabezado por Bashar al-Assad, en una ofensiva rebelde cuya vertiginosidad sorprendió al mundo entero, abrió una caja de Pandora en Medio Oriente. Nadie está en condiciones de asegurar si esa caída abre una instancia de pacificación y normalización política en un país azotado por enfrentamientos armados que, con diferentes características y protagonistas, llevan ya trece años de duración o si, por el contrario, es apenas un nuevo punto de partida en esa sucesión de confrontaciones que sacude a una de las regiones más conflictivas del planeta.
inicia sesión o regístrate.
El derrocamiento del régimen sirio encabezado por Bashar al-Assad, en una ofensiva rebelde cuya vertiginosidad sorprendió al mundo entero, abrió una caja de Pandora en Medio Oriente. Nadie está en condiciones de asegurar si esa caída abre una instancia de pacificación y normalización política en un país azotado por enfrentamientos armados que, con diferentes características y protagonistas, llevan ya trece años de duración o si, por el contrario, es apenas un nuevo punto de partida en esa sucesión de confrontaciones que sacude a una de las regiones más conflictivas del planeta.
La interpretación de lo sucedido exige primero la comprensión de lo que había sucedido previamente en el escenario regional alrededor de las fronteras sirias. Porque más allá de los dispares vaticinios sobre la probable evolución de los acontecimientos, hay una primera e inequívoca constatación en materia de ganadores y perdedores en el tablero regional.
El principal beneficiario es Israel, que logró desembarazarse de un gobierno enemigo que, por su condición fronteriza y su vinculación con Irán, prestaba un inestimable apoyo logístico a las milicias de Hamas en la franja de Gaza y de Hezbollah en el sur de Líbano que lo colocaban en un constante estado de zozobra.
El gran perdedor es, precisamente, el régimen de Teherán, que utilizaba el territorio sirio como una base de operaciones ideal en su estrategia de penetración en el mundo árabe. Gracias a Siria los iraníes, cuyo territorio está situado a miles de kilómetros de distancia, tenían una vía de ingreso directo al territorio israelí, al que hostilizaban a través de los ataques ejecutados por sus dos socios armados.
La inédita agresión terrorista perpetrada por Hamas el 7 de octubre de 2023, con su trágica secuela de asesinatos y captura de rehenes, constituyó un punto de inflexión. Nunca como entonces cobró vigencia aquel refrán de que "el tiro salió por la culata". La contraofensiva israelí sobre la franja de Gaza contra Hamas y las acciones militares en Líbano contra Hezbollah, que provocaron una escala con ataques misilísticos recíprocos entre Irán e Israel, tuvo efectos devastadores. Irán puso de manifestó su inferioridad estratégica y Hamas y Hezbollah experimentaron pérdidas irreparables.
Irán perdió a su principal aliado en la región y Hamas y Hezbollah están desprotegidos internacionalmente, condición de la que les resultará difícil rehacerse. Resulta entonces natural la alegría con que Netanyahu celebró la caída de al-Assad y son verosímiles las suspicacias de que la Mossad haya colaborado subrepticiamente a armar a los rebeldes y a establecer algún principio de acuerdo con el misterioso Abu Mohamad al-Golani, el exmilitante de Al Qaeda que lidera el HTS y proclama su compromiso con el respeto al pluralismo religioso y político.
¿Retirada rusa?
Pero existe también un segundo factor externo que convergió para acelerar el fin de al-Assad: la prolongación de la guerra de Ucrania y el consiguiente desgaste experimentado por su ejército en ese campo de batalla crucial para el Kremlin llevaron a Vladimir Putin a revisar la prioridad otorgada a su presencia en Siria, país que fue el teatro de la primera incursión militar rusa por fuera de sus fronteras desde la desaparición de la Unión Soviética en 1991 con su participación en la coalición internacional creada para eliminar al Estado Islámico (Isis).
Esa intervención reconocía raíces históricas. La Unión Soviética protegió a la dinastía al-Assad desde su entronización en el poder de Hafez al-Assad, en 1971. Moscú patrocinaba a la Organización de Liberación de Palestina (OLP), comandada por Yasser Arafat, y apoyaba a los regímenes nacionalistas árabes de los países recientemente emancipados de las potencias occidentales, a quienes respaldaba en su reclamo contra Israel por la reivindicación de la causa palestina.
O sea, mucho antes de la irrupción de Irán en el escenario regional, el Kremlin fue un soporte clave del régimen sirio. Pero a partir de que la causa palestina mutó su carácter originario y fue captada políticamente por el fundamentalismo islámico, en un proceso iniciado con la revolución iraní en 1979 y que adquirió mayor profundidad con la llamada "primera Intifada" en 1987, cuando millares de manifestantes musulmanes con consignas religiosas desconocieron a la conducción de la OLP y protagonizaron una violenta sublevación en los territorios palestinos ocupados por Israel, ese compromiso de Moscú fue perdiendo intensidad.
Paralelamente la disolución de la Unión Soviética desencadenó una oleada inmigratoria de judíos rusos a Israel, que se sumó a la importante comunidad rusa que había emigrado aún antes de la creación del estado judío. Aproximadamente un millón de judíos rusos emigraron a Israel en los últimos treinta años. Estos nuevos inmigrantes, criados y educados en la Unión Soviética, carecían de cultura religiosa y forjaron un partido nacionalista laico que empezó a integrar algunas de las frecuentes coaliciones que caracterizan a la política israelí y que actualmente integra el gobierno de Netanyahu.
El ascenso de Putin impulsó un progresivo replanteo en los vínculos entre el Kremlin y los judíos israelíes de origen ruso que contribuyó a mejorar las relaciones entre Moscú y Tel Aviv. Este giro hizo que, a diferencia de sus aliados occidentales, Israel nunca condenó la invasión rusa a Ucrania y que la permanencia de al-Assad comenzara a ser para Putin más una molestia que un beneficio. Más aún cuando el servicio de inteligencia de Ucrania empezó a apoyar a los rebeldes sirios con drones y otros elementos técnicos. Con su frío pragmatismo Putin ofreció asilo a al-Assad y su familia y ofreció su colaboración para la pacificación del país, sin por ello retirar sus tropas del territorio sirio.
¿Y los sirios?
Pero ni Irán ni Rusia agotan el repertorio de países que intervienen en Siria. También gravita la fronteriza Turquía, heredera del antiguo Imperio Otomano, disuelto en 1918 después de su derrota en la primera guerra mundial y antecesor del mandato francés que, en virtud del Tratado de Versalles, asumió la administración del territorio hasta su independencia. El régimen islamista de Recep Tayyip Erdogan nunca desdeñó retomar su presencia en Medio Oriente. En el caso sirio ese interés adquiere mayor densidad por una cuestión de política interna: la acción de la minoría kurda que habita en ambos lados de la frontera entre los dos países y lucha por transformarse en un estado independiente.
La confluencia de este cúmulo de factores explica la desintegración territorial experimentada por Siria en los últimos años del régimen de al- Assad, expresión de la minoría alawita, una secta islámica que representa a solo el 9% de la población, afín al credo chiita, a raíz de los embates sucesivos de la "primavera árabe" de 2011 y de la instalación del Estado Islámico en 2015, que junto a la presencia de los rebeldes kurdos en la frontera con Turquía redujeron el control gubernamental a Damasco y las principales ciudades mientras el resto del país quedó en manos de distintas facciones armadas, muchas veces enfrentadas entre sí.
El gobierno provisional instalado por los rebeldes hereda una situación de anarquía. Sus líderes buscan establecer acuerdos puntuales con Israel y con Turquía, para asegurar esas dos fronteras calientes, y con Rusia, que pretende mantener sus bases militares. En el orden interno proclaman sus intenciones de pacificadores y, al mismo tiempo que ofrecen garantías para el regreso de los miles de exiliados políticos, reconocen la necesidad de acudir a cuadros del antiguo régimen para asegurar el funcionamiento del Estado durante una incierta etapa de transición.
Mientras tanto, y para asegurar su sistema de defensa ante cualquier eventual desborde, Israel aprovechó la oportunidad para destruir la mayor parte del arsenal militar del ejército sirio.
*Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico