Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, fue el primero en advertir sobre el impacto global que podrían tener las erupciones volcánicas que inyectaran grandes cantidades de material en la atmósfera. Por supuesto no habló de "invierno nuclear", ya que en su época todavía no se había descubierto la radiactividad. Pero su descripción es la misma que hoy usamos para referirnos a lo que podría pasar con una guerra atómica que devastaría la atmósfera y la biósfera.
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Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, fue el primero en advertir sobre el impacto global que podrían tener las erupciones volcánicas que inyectaran grandes cantidades de material en la atmósfera. Por supuesto no habló de "invierno nuclear", ya que en su época todavía no se había descubierto la radiactividad. Pero su descripción es la misma que hoy usamos para referirnos a lo que podría pasar con una guerra atómica que devastaría la atmósfera y la biósfera.
Los volcanes pueden inyectar enormes cantidades de material fino a la atmósfera junto con gases de efecto invernadero. Las más peligrosas son las llamadas "Plinianas" y hacen referencia al sabio romano Plinio El Viejo, quien murió en la erupción del Vesubio del 79 de nuestra era. El viejo Plinio es recordado por su monumental Historia Natural, una obra que tuvo y aún tiene influencia entre los estudiosos. Su sobrino, Plinio El Joven, describió la erupción en la que murió su ilustre tío. Por Plinio, y en su homenaje, hoy a ese tipo de erupciones se las conoce como plinianas. El punto es que el ingreso de grandes cantidades de partículas a la atmósfera, esto es ceniza volcánica, bloquea los rayos del sol y enfría el planeta. La erupción en 1600 del Huaynaputina en Perú dio lugar a que Europa se helara y que 1601 sea en los registros dendrocronológicos el año más frío de los últimos 600 años.
Enfriamiento global
Ya hemos contado sobre el estrés térmico de los árboles de la época y que con sus maderas se hicieron los famosos violines Stradivarius. Periodos fríos a nivel global se repitieron con la erupción del Tambora en 1815, que caracterizó a la década de 1810 como una de las más frías y generó un "Invierno Volcánico". Se lo conoce como el "año sin verano" y causó pérdidas de cosechas en Europa y América del norte con hambrunas asociadas. La independencia argentina en 1816 estuvo curiosamente signada por ese periodo helado como puede apreciarse en las vestimentas de las ilustraciones de la época. Todos los congresistas de Tucumán aparecen representados con muy gruesas ropas de abrigo en ese julio de 1816, un año después del gran evento volcánico.
Todavía el planeta estaba viviendo la "Pequeña Edad de Hielo" (LIG), que duró aproximadamente desde 1550 a 1850, lo que probablemente alimentó el feedback negativo helado.
Los volcanes de Los Andes
Los Andes Centrales se caracterizan por tener los volcanes más altos del mundo, entre ellos el Llullaillaco. Muchos de los grandes volcanes de la cadena andina superan los 5.000 m. e incluso algunos rozan los 7.000 m sobre el nivel del mar.
En su mayoría son del tipo estratovolcanes, esto es formados por las sucesivas erupciones de cenizas y coladas de lava con las cuales construyeron sus edificios. Su gran altura sobre el nivel del mar y su posición a bajas latitudes incrementan su peligrosidad ya que sus columnas eruptivas penetran hasta las capas altas de la atmósfera y luego se distribuyen a escala mundial. La mayoría de los volcanes activos o que han tenido actividad histórica se encuentran localizados en el límite argentino-chileno o bien directamente en Chile. Por su remota localización no tienen un efecto directo. Pero ocurre que los vientos corren de oeste a este con lo cual las plumas de cenizas afectan directamente el territorio argentino como ha pasado muchas veces.
Recordemos las erupciones del Lascar en el norte chileno, la última en 1993, que afectaron con sus cenizas a Salta y Jujuy, aunque la pluma de cenizas continuó su viaje hacia el Atlántico. O las de los volcanes andinos australes con las erupciones del Hudson en 1991, del Llaima en 2007, del Chaitén en 2008, del Cordón Caulle en 2011 y 2015, del Copahue en 2012 y del Calbuco en 2015. A ello puede agregarse también las del Planchón-Peteroa en 1991, 2011 y 2018-2019.
A mediados del siglo XVIII, el jesuita inglés Thomas Falkner, observó la caída de cenizas mientras viajaba por la pampa bonaerense y las interpretó correctamente como de origen volcánico y proveniente de un volcán de la Cordillera de los Andes. Más fácil era pensar que fueran cenizas de un incendio de pastizales en la pampa, pero su ojo crítico le mostró que eso eran fragmentos diminutos de vidrio. Puesto que una ceniza es en su mayor parte vidrio volcánico acompañado de algunos minerales. En su caída a tierra las cenizas absorben humedad de la atmósfera y registran así su composición a partir de isótopos.
Los viejos mantos de cenizas contienen minerales que pueden datarse con gran precisión para obtener la edad de esos antiguos eventos. Hoy sabemos que el norte argentino fue al menos tres veces sepultado completamente por cenizas hace 300 mil, 100 mil y 5.000 años atrás.
Esas cenizas se presentan como capas blancas en quebradas y otros cortes del terreno donde la gente los busca para hacer con ellas un polvo limpiador que se llama generalizadamente "puloil" por una reconocida y prestigiosa marca comercial. Mezclado con jabón en polvo, la ceniza comercializada como Puloil o Relusol, entre otros nombres, servía para sacar el tizne de las ollas cuando se cocinaba con leña. La llegada del gas natural acabó con muchos de esos nobles productos que hoy aún solo se conservan en las zonas rurales. Aunque también los usan los orfebres y plateros para sacar brillo a las piezas metálicas.
Corte Blanco
Además de esos mantos de cenizas jóvenes, existen decenas de mantos de cenizas intercaladas en las rocas del periodo Terciario en forma de tobas blancas o grises que alcanzan desde unas decenas de centímetros a varios metros. Algunas de esas capas de cenizas se explotan para la fabricación del cemento puzolánico, el mismo cemento que hicieron los romanos para la construcción de sus puentes y acueductos y que han sobrevivido por más de 2.000 años. Viajando por la ruta nacional 51 y antes de llegar a San Antonio de los Cobres hay un increíble y potente manto de cenizas blancas, que da precisamente nombre al topónimo de Corte Blanco con que se conoce al sitio.
Lluvias de cenizas
Ahora bien, la mayor erupción del siglo XX que afectó a nuestro país fue producto de la explosión del volcán Quizapu el 10 de abril de 1932. Aunque los mapas y estudios científicos de la época no lo registran, las cenizas llegaron hasta Salta. En su libro "Antología del Cerro San Bernardo", César F. Perdiguero nos cuenta que se comenzó a advertir una extraña nubosidad en el ambiente y que poco a poco una densa niebla borraba de la visión al cerro San Bernardo. ¡Estaban lloviendo cenizas! Menciona Perdiguero en un recorte del diario salteño "Nueva Época" del 14 de abril de 1932 donde se señalaba lo siguiente: "Después de las diez de la mañana se nubló el cielo de la ciudad y luego en dirección noroeste empezó a advertirse una densa neblina que no es otra cosa que las consecuencias de las erupciones volcánicas, causando la consiguiente sorpresa como espectáculo amén de una no disimulada alarma en la población. En el ambiente se respira algo acre, a la manera de gases que intoxicaran los pulmones". Luego el periodista que escribió la nota brindaba su visión del paisaje y mentaba que el cerro San Bernardo lucía como un "palomo" haciendo referencia al manto gris de cenizas que lo cubría.
La erupción de marras ocurrió en el Complejo Volcánico Cerro Azul-Descabezado Grande, ubicado en la provincia de Talca (Chile). Las cenizas cubrieron abundantemente Mendoza, La Pampa y Buenos Aires. La gente de Buenos Aires recogía y llenaba latas enteras de ceniza para convertirlas en polvo limpiador. Se comenta que algunos usaron esas cenizas por décadas para fregar ollas.
Muchos literalmente creyeron que era el "Fin del Mundo" y se dispararon toda clase de temores, pánico y arrepentimientos. Edith Borghi, era entonces una niña y se encontraba en Azul (Buenos Aires), cuando entró en erupción el Quizapu. Dejó un escrito muy interesante de cómo la gente gemía, se lamentaba y quería expiar sus pecados, ante la inminencia del ¡fin del mundo! Así lo cuenta Edith en uno de los párrafos de su escrito: "Los gestos de dolor, desesperación, angustia, histerismo se sucedían en las calles. La gente se abrazaba angustiada, cada uno se contorsionaba a su manera, caían de rodillas al suelo y se golpeaban contra el suelo, gimiendo y gritando a Dios, pidiendo perdón por los pecados. Algunos venían, por ejemplo, mujeres de vida mala, que aparentaban ser buenas, se golpeaban el pecho pidiendo perdón, se culpaban de ciertos pecados: ¡Yo soy mala, soy mala! He pecado, Dios mío, he pecado". Y al final se supo que era un volcán chileno y que eso iba a pasar en algunos días.
Dice Edith: "Los que se culparon, los que estuvieron a punto de suicidarse, los que renegaron de Dios o los que suplicaban a Dios y las tristes mujeres que se culpaban y pedían perdón por los pecados carnales cometidos ¡hubieran preferido el fin del mundo a tener que enfrentar las miradas de los vecinos que estuvieron al tanto de estas manifestaciones! Desde el punto de vista científico, la erupción del Quizapu dio inicio a la volcanología moderna en la Argentina y los geólogos más importantes de la época participaron del estudio de las cenizas y su distribución.