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Hace unos días, enardecidos productores rurales protestaban en Madrid contra el acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur celebrado en Uruguay. Los manifestantes simbolizaban su furia española con una pancarta con una foto de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, con la leyenda: "La Cruella de Vil". Paradojas de un conflicto: en el país de los toreros, picadores y matadores, utilizan la imagen de la bruja asesina de los perritos dálmatas de la fantasía de Walt Disney para defender su ganadería.
En España, sobre todo, en Francia, el agro subsidiado sigue reclamando barreras pararancelarias para evitar los mejores precios y la mayor calidad que pueden ofrecer las carnes argentinas. El Mercosur, y especialmente, Argentina y Paraguay tienen ventajas climáticas, geográficas y genéticas, con cuatro siglos de experiencia en la producción de las mejores carnes del mundo. Esto lo entienden los productores de ambos lados del Atlántico. Los que no terminan de entenderlo son los gobiernos argentinos.
La mitología suele ser un escudo comercial; así pasó con la pancarta terrorífica contra el glifosato y la soja transgénica, sin tomar en cuenta los beneficios de la siembra directa, que evita la roturación del suelo, y sin dar lugar a la realidad del campo: la rotación de cultivos es una disciplina productiva ineludible para el agricultor.
Los europeos deben entender, también, que el alimento para más de 8.000 millones de personas en una era de hambrunas como la actual no lo van a aportar sino los países que dispongan de espacios suficientes. Esa es la ventaja comparativa de Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay. Y los productores de la región saben cómo aprovechar la tecnología que aportan nuestro INTA, los laboratorios y las universidades.
De hecho, los agricultores europeos temen que la rebaja progresiva de aranceles haga llegar productos baratos que, pretextan, no cumplen con los estándares de calidad de la normativa europea y afecten a la producción nacional. Que se sepa, en ningún feed lot de Sudamérica se registró un caso como el de "la vaca loca", debido al contenido de carne ovina en el alimento "balanceado" que consumía su ganado. En el campo sudamericano hay lugar para pasturas, que le permiten al animal caminar y comer su alimento natural. Esto se complementa con un balanceado estrictamente vegetal de forraje preservado en silos en un proceso de fermentación láctica. Esto incluye forraje que se mantiene húmedo, granos de destilería y burlanda de maíz o sorgo. Es decir, aprovecha los residuos de otras cosechas y de la producción de agrocombustibles, dos cuestiones que interesan, especialmente, a Salta y al Norte Grande.
Por supuesto que la preocupación de los agricultores es legítima, y está animada también por cierto sentimiento de desencanto con la Unión Europea, que atraviesa un momento crítico. No solo amenazan al viejo continente el nuevo zarismo ruso y el terrorismo fundamentalista, sino también el auge de movimientos políticos antiglobalización.
Esos enojados campesinos temen, según el diario El País, que el acuerdo de Mercosur provoque una invasión de productos agrarios y agroalimentarios a bajo precio y en volumen muy elevado que afectaría la actividad en el campo y estimularía la migración de los jóvenes. Pero no es la única demanda: los manifestantes denuncian el abandono y la falta de respuestas del Estado a los muchos problemas que acumulan los agricultores y ganaderos. Cuestionan además a las importaciones de frutas y hortalizas de África.
Pero los productores ganaderos de Argentina y Uruguay todavía no descorchan champagne: entre los problemas comerciales que ya existen, se agrega que los condicionamientos que se mantienen para la exportación no auguran, tampoco para ellos, una primavera de prosperidad