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No se derrota a un monstruo si uno mismo se convierte en otro monstruo

Domingo, 23 de junio de 2024 02:27
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El término "canibalizar" significa -entre otras acepciones-, privar a algo de un factor esencial para su funcionamiento con el fin de crear o dejar crecer otra cosa. Esta mirada es una aproximación cercana a la relación que existe entre la economía capitalista liberal y los ámbitos no económicos de ese mismo sistema: hábitats y ecosistemas; familias y comunidades; capacidades estatales y servicios públicos, cuya sustancia esta forma de economía devora sin saciarse jamás.

En el campo de la astronomía existe una analogía similar. Se dice que un objeto celeste canibaliza a otro cuando absorbe su masa luego de haberlo atrapado en su órbita gracias a la gravitación. La analogía también es válida: el capital -por su naturaleza depredadora-, atrae a su órbita a toda la riqueza natural y social que puede, extrayéndola sin piedad; canibalizándonos.

De allí que se haya puesto de moda en ciertos círculos académicos simbolizar al capitalismo liberal con la imagen de un uróboro; una serpiente que devora su propia cola. El libro más reciente que usa esta imagen en su tapa se llama "Capitalismo Caníbal", de Nancy Fraser, que en su bajada subtitula: "Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta pone en peligro su propia existencia". Si bien el libro es panfletario y sesgado; la imagen del uróboro me parece en extremo adecuada para analizar las últimas declaraciones del presidente de la Nación.

Este nuevo uróboro, el monstruo "anarcocapitalista", es la imagen adecuada para pensar sobre un sistema con una tendencia intrínseca e ineludible a devorar las bases políticas, económicas, sociales y naturales de su propia existencia. Que son, al mismo tiempo, las bases de la nuestra.

Un topo presidencial

"Amo. Amo ser el topo dentro del Estado. Soy el que destruye el Estado desde adentro", dijo Milei en una entrevista con la periodista Bari Weiss en Estados Unidos. "Es como estar infiltrado en las filas enemigas. La reforma del Estado la tiene que hacer alguien que odie el Estado y yo odio tanto al Estado que estoy dispuesto a soportar todo este tipo de calumnias, injurias, mentiras, tanto sobre mi persona como sobre mis seres más queridos, que son mi hermana, mis perros y mis padres, con tal de destruir al Estado", dijo.

Me parece que acá aparece una primera gran e importante confusión del presidente; una cosa es querer encarar una "reforma del Estado" por muy radical que esta busque ser; otra muy distinta es buscar "destruirlo". Si de veras piensa de esta manera -y no tengo elemento alguno para sospechar que no sea así; si de veras cree cada palabra que dice y fuera una persona ética y moral; ¿debió haberse postulado para convertirse en presidente de la Nación? Quizás creyó que no tenía chance alguna de ganar y -Teorema de Baglini mediante-, se creyó con la libertad y la impunidad de poder decir cualquier cosa.

Pero, una vez elegido -quizás hasta en contra de sus propias expectativas-; ¿debió haber aceptado la presidencia? Si jugó durante la campaña a ser un panelista exaltado, violento, extremista, irracional y maleducado en circos mediáticos mediocres; una vez alcanzado el voto popular; ¿debe seguir adelante con el mismo juego? Me lo pregunto de verdad.

Le guste a él o no, Milei es el Jefe de un Estado del cual él mismo se auto percibe "infiltrado en las filas enemigas". Es Jefe de lo que no se cansa de caratular como una asociación ilícita; una asociación criminal. Hace poco, en Italia, dijo: "Filosóficamente soy un anarcocapitalista y por tanto siento un profundo desprecio por el Estado. Creo que el Estado es el enemigo, una asociación criminal. (…) Son un grupo de políticos que se ponen de acuerdo y deciden usar el monopolio para robar los recursos del sector privado". "Lo hacen a través de la inversión, el comercio y el robo, por lo tanto, el Estado es también el ladrón estacionario más grande del mundo.

El Estado te roba a través de impuestos todos los días. El Estado tiene el poder de detener a la gente, pero los políticos no se ven afectados ni ven los poderes en juego". "Por eso me di cuenta de que la única forma que había para entrar al sistema era dinamitarlo". Creo que acá también hay otras varias e importantes confusiones.

El Estado no es el "enemigo". Me parece que mezcla Estado con la política y con los políticos; mezcla la noción de Estado con la de la burocracia estatal y las capas geológicas estatales, políticas, sindicales y empresarias que lo saquean.

Por supuesto que coincido con la necesidad de eliminar la burocracia y a esas capas geológicas estatales elefantiásicas y predadoras de los recursos del Estado y de la sociedad; coincido en la necesidad de erradicar diría yo, -"dinamitar" dice él-, a los corruptos, a los prebendarios, a los parásitos. ¿Quién podría oponerse, acaso, sin ser parte de esa suciedad por acción, complicidad u omisión? Estoy de acuerdo y apoyo la necesidad de una profunda reforma del Estado, de sus leyes y hasta de muchos de sus mecanismos; pero no puedo contemplar -impávido- la idea de su destrucción. En lo fundamental, porque creo en la necesidad del Estado como organizador y como regulador social.

Reformar sin destruir

Se puede -y se debe- discutir y acordar cuáles serían las funciones de ese Estado; cuáles sus límites y sus fronteras; cómo y cuáles sus interacciones hacia adentro y hacia afuera de esos límites; cuáles sus atribuciones, libertades y limitaciones. Hay que discutir cuál debe ser su dominio de competencia. En qué condiciones y cómo ejercerá el legítimo monopolio de la fuerza; y cuándo no. Se debe debatir cómo hacer para que sea un Estado mínimo pero que, al mismo tiempo, sostenga el nivel adecuado de eficiencia que deberá ser medido, monitoreado y corregido de manera acorde y permanente.

Pero la eliminación del Estado sólo conduciría a la anarquía. Anarquía, por definición, violenta, cruel, insostenible e injusta. Su destrucción elevará todavía más los niveles de inequidad económica y social por encima de cualquier nivel tolerable; pudiéndonos llevar a nuevas formas de totalitarismo. La destrucción de la República de Weimar, en la que la política tradicional se vio desbordada hasta implosionar - entronizando a extremistas -, debería servir de ejemplo histórico de algo que no debemos contemplar como posibilidad.

Al contrario del presidente, yo no creo en la bondad del individuo como para pensar que la anarquía absoluta resulte el camino hacia una sociedad mejor y más justa. Mucho menos creo en la bondad de "la mano invisible" o en la auto regulación de los mercados. Creo -de verdad y con honestidad intelectual- en el Contrato Social de Rousseau. También creo en esa parte mínima, indispensable y necesaria de Estado que corrija las imperfecciones del mercado y que morigere la voracidad gravitatoria intrínseca del capital que mencionaba antes.

Así, de nuevo, creo en la necesidad de un Estado -mínimo- que establezca reglas y que las haga cumplir; que cree condiciones para que los mercados y la sociedad pueda funcionar e interactuar entre sí y con otros; que eduque, que provea justicia y seguridad; que medie y tercie entre inequidades y que implemente los mecanismos necesarios para eliminarlas. Que dome al uróboro en el que se transforma todo capitalismo desbocado y sin controles.

No creo que un uróboro "anarcocapitalismo caníbal" sea la respuesta para combatir al "uróboro caníbal, pero-kirchnerista" que, antes que Milei, ha destruido al Estado desde 1945, sin ninguna piedad ni consideración. No se lucha contra un monstruo convirtiéndose en otro monstruo igual. O más fuerte. O más irracional. No se corrige destrucción con más destrucción.

José Ortega y Gasset dijo: "Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral". Pensemos en qué clase de sociedad queremos ser; si una basada en los instintos y en el poder de la fuerza; o en una sociedad moral. Para ello, quizás sirva reflexionar sobre otra respuesta de Milei: "No tengo por qué lidiar con las emociones, yo hablo de números y realidad. No de emociones. Por ejemplo, una persona supongamos que tiene un Lamborghini. ¿Cuáles son las emociones de quien tiene un Lamborghini? No lo sé. Si está en un lugar muy pobre, puede ser que se sienta muy bien; pero si vive en un lugar donde todos tienen 15 Lamborghini, se siente muy miserable. No puedo lidiar con las emociones, yo solamente puedo lidiar con la realidad".

La falta de empatía del presidente comienza a ser grave y abismal. Convivimos con un 55% de pobreza, un 67% de pobreza infantil y un 18% de indigencia. Vivimos en un país donde nuestros adolescentes no aprenden a leer ni a escribir, se avergüenzan de ello y abandonan la escuela porque, como confesaron ante un medio nacional, "no entienden ni las ofertas del supermercado". No estamos hablando de comparar Lamborghinis.

"Los hombres no viven juntos porque sí, sino para acometer juntos grandes empresas". De nuevo, José Ortega y Gasset. Me pregunto cuál será nuestra próxima gran empresa que no sea destruir al Estado y, con ello, a nuestra sociedad y a nuestro país.

 

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