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29 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Violencia en Olivos, fruto de la degradación política

Lunes, 12 de agosto de 2024 02:08
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Las imágenes de la exprimera dama Fabiola Yañez brutalmente golpeada, los audios en los que ella acusa a Alberto Fernández, y la certeza de que todo esto ocurrió en la quinta de Olivos ocupan el centro de la atención pública. Allí, además, Fabiola habría sufrido privación de la libertad, confinada por el jefe de Estado junto con su madre y su bebé en una dependencia para huéspedes. Y comienzan a circular ahora las listas de visitantes que Fernández habría recibido en Olivos y en la Casa Rosada, en muchos casos mujeres seducidas por el poder. Las filmaciones de lo que parece haber sido una festichola completan provisoriamente el espectáculo de una vida escandalosa del expresidente. Todo, dado a conocer en la investigación sobre negocios incompatibles con la función presidencial vinculados a las comisiones en contrataciones de seguros en áreas del Estado.

En primer lugar, todo esto demuestra el doble discurso del kirchnerismo, que hizo de la violencia de género y de los derechos de la mujer una bandera y un dogma. Esta doble vara ya había quedado a la vista con la complacencia de ese ahora deshilachado movimiento con los casos de José Alperovich, Fernando Espinoza y un senador bonaerense, acusados de abusos y violaciones. Ahora, cuando Alberto Fernández dejó el poder y puede servir de chivo expiatorio del insalvable fracaso del gobierno que compartió con Cristina Kirchner, todos se ocupan de acusarlo sin piedad. Y actúan como si ellos no se hubieran enterado jamás de que Alberto Fernández era golpeador.

El hecho es grave, porque se trata de un delito cometido por el expresidente, en ejercicio de su cargo y al amparo de la custodia que está obligada a brindar seguridad a todas las personas que se encuentren en la casa Olivos. Y es digno de ser analizado sin anteojeras ideológicas.

La orfandad política

Todo este espectáculo, bochornoso e indigno para toda la sociedad es indicador de la degradación de la figura presidencial y del respeto que el mandatario debe tener hacia su propia función.

Fernández llegó al poder por la ventana, designado por Cristina Kirchner en una fórmula artificial que no podía funcionar y que terminó desperdigando a los restos del peronismo, un movimiento que ha perdido identidad y que sobrevive gracias a una aristocracia sindical que conserva sus privilegios mientras se multiplica el desempleo real. Una aristocracia que, gracias a las fortunas que maneja, puede mantener su capacidad de choque.

El peronismo, su concepto de Comunidad Organizada y su idea de Estado benefactor pertenecen a la posguerra, es decir, a 80 años atrás. Sus principios sociales tienen que ver con la condición humana, pero están archivados, simplemente, porque la ambición de poder se antepone a los derechos y a los valores. Tal es la descomposición, que recién anteayer Alberto Fernández dejó de ser el presidente del partido. Pero nadie se enteró. Y ni siquiera se tenía presente que lo era.

El declive de este partido histórico no ha borrado el sentimiento peronista en los sectores populares; el triunfo de Javier Milei hace pensar que muchos son los que piensan que ni Cristina, Alberto, Sergio Massa, Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Eduardo de Pedro o Juan Grabois respondan al perfil que trazó Juan Domingo Perón.

Algo muy parecido es lo que le ocurre a los radicales, la otra de las caras tradicionales de la política argentina. Su modelo de sociedad de bienestar tampoco pega y su discurso parece anclado en la Reforma Universitaria de 1918. Sin identidad ni liderazgo, la UCR no logra encarnar el sentimiento democrático inspirado en Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen.

Los emergentes

La política no responde a las necesidades de la sociedad, porque carece de recursos de actualización y se aferran a los viejos vicios. Fernández fue el resultado de dos décadas compulsivas, de notable regresión económica y social, que comenzaron en 2001, cuando otro presidente endeble, Fernando de la Rúa, debió abandonar el poder. Valga una distinción: el expresidente radical fracasó, pero no protagonizó ningún escándalo y nadie puso en duda su integridad.

Javier Milei no está en condiciones de cantar victoria ni, mucho menos, considerarse invulnerable. Su mundo es el de las redes, pero ese no es todo el mundo. El triunfo libertario se produjo por hartazgo con los vicios políticos y por la insatisfacción generalizada por la degradación del sueldo, el empleo y la educación.

Si en el Gobierno piensan que la gente está entretenida con lo ocurrido en Olivos, están equivocados. Eso, para la opinión pública, es pasado, y está en manos de la Justicia. En cambio, aunque no se hable tanto del tema, existe mucha angustia por la desaparición del niño correntino Loan Peña y la impotencia del sistema para encontrarlo y, sobre todo, por la falta de previsión en la seguridad.

Y, sobre todo, nada puede distraer al ciudadano de su preocupación cotidiana: la seguridad de que podrá mantener a su familia, educar a sus hijos y vivir en un país que crezca, y no que retroceda.

Si De la Rúa y Fernández llegaron a la presidencia por triquiñuelas políticas, Javier Milei llegó por carisma propio, con buen manejo de la escena y sin un equipo de gobierno. Llegó porque el sistema político tradicional no ofreció respuestas. Ahora debe liderar con atención su gestión, el escenario nacional y la crisis internacional. Y toda la dirigencia, oficialista y opositora, convencerse de que el país no tiene margen para quedarse sin respuestas.

 

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