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Entre la profusa documentación surgida con la llegada de los primeros europeos a nuestro Noroeste, los cronistas describieron aquellas expediciones o jornadas por tierras que aún desconocían. Oportunamente y por haberlos precedido algunas décadas, "los Incas les dieron noticias de tierras de muchas riquezas", aunque, en realidad, ni los mismos guerreros imperiales se habían atrevido en intentar someter a los pueblos que habitaban la extensa llanura. Entonces, los escritos hicieron frecuente mención de los peligros a que estuvieron expuestos, las peripecias que soportaron y las muertes que ocurrieron a partir de la entrada de Diego de Almagro por el extremo norte del valle Calchaquí y que terminara en el territorio del actual Chile en 1535 o la de Diego de Rojas en 1543, primera columna que ingresara al Tucumán bajando por la misma estrechez entre montañas. Esas crónicas, además de describir lugares y tensas situaciones surgidas por el contacto de portadores de culturas disímiles, narraron el modo en que cayeron flechados, lanceados o bajo golpes de macana y de los muchos nativos destrozados por el efecto devastador de las "bocas de fuego". Desde épocas tempranas y aunque, por varias centurias, los europeos llevaron adelante numerosos intentos, no lograron ocupar el "Gran Chaco".
El escenario
Los habitantes de los distintos pisos ecológicos que abarcan diferentes regiones naturales estuvieron comunicados desde tiempos remotos por caminos marcados por el hombre y básicamente siguiendo los accidentes geográficos que así lo permitieron. Un claro proceso evidenciado por los resultados de registros arqueológicos, y entonces, enfocado estrictamente en el intercambio de productos entre los pobladores de cada una de ellas. En el caso bajo estudio, estas "pasadas o pasos" se refieren al Valle Calchaquí y a la Quebrada de Humahuaca, como los primeros territorios que recibieron las marchas de forasteros que provenían de la ciudad de Charcas. Espacios que fueron escenario en los que ocurrieron frecuentes encuentros. Encuentros y enfrentamientos, generalmente violentos.
La formación natural del Chaco abarca una enorme extensión que incluye sectores de la República Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil. Hacia fines del siglo XVI y al igual que los demás ámbitos, se encontraba en franco estado de pureza y ocupada por una significativa diversidad de pueblos originarios con hábitos nómades.
En nuestro país, esta llanura es atravesada por tres grandes corrientes de agua: el Bermejo, el Pilcomayo y el Juramento/Salado; que reciben el aporte de muchos cursos menores. Y aunque árido en su mayor parte, el Chaco contiene una rica diversidad ecológica, siendo su vegetación un bosque denso, espinoso y de difícil acceso.
Antiguamente y como unidad fitogeográfica se extendía hasta el norte de las provincias de Córdoba y Santa Fe, y en Salta y Jujuy incluía la totalidad del valle de Centa hasta el cordón de San Andrés y el valle de Cianca. En aquel tiempo, los europeos que habitaban el Fuerte de San Bernardo y trataban de establecer y afianzar la "ciudad de Lerma en el valle Salta", identificaban al cerro "custodio" (San Bernardo) con el nombre de "El Frontero", pues sabían que, de traspasar esa franja serrana en dirección al naciente, ingresaban al Gran Chaco; al que se refirieron como "madriguera de tigres y de infieles" y "los arrabales del Chaco"; conscientes de la amenaza de los nativos.
Las Sierras de Santa Bárbara Norte, antes Sierras Subandinas que limitan al valle de Cianca hacia el oriente, fueron bautizadas desde las primeras crónicas con el nombre de "Cordillera del Alumbre o de La Lumbre", caracterizadas por sus abruptas y fragosas formaciones geológicas; a las que se suma una enmarañada y espesa vegetación. Un ámbito de difícil tránsito del que deriva el nombre de "La Trampa", antiguo establecimiento rural de la zona, debido a "la dificultad extrema de quedar atrapado entre sus cerros si no se ingresa en compañía de un baqueano", según manifestaron muchos viajeros hasta ya iniciado el siglo XX.
Para llevar adelante su propósito, los llamados "conquistadores", en ciertos casos desplazaron y en otros doblegaron a las parcialidades que habitaban aquellas fronteras. Y desde los primeros intentos por llevar adelante la fundación de ciudades y comunicar los "extremos" de ese enorme territorio, la tarea fue muy difícil y conflictiva. Algunas de esas "ciudades", debieron ser trasladadas en más de una ocasión como San Clemente de la Nueva Sevilla, Guadalupe, Cañete y Córdoba del Calchaquí, y Concepción del Bermejo, que finalmente resultaron "borradas del mapa". Otras que, además, superaron acosos e invasiones en las que pusieron a sus pobladores al borde del exterminio. A pesar de los contratiempos, en algún momento quedaron conectadas con fines comerciales, las de Santiago del Estero, Esteco, Concepción del Bermejo, Asunción, Buenos Aires, Córdoba, Salta, Jujuy, Potosí, Lima y Valparaíso. Pero, como desde siempre hubo intentos de ocupación de estos territorios, recién en el primer tercio del 1600 y principalmente desde Salta y Jujuy, comenzaron los movimientos de avance de tropas militares y de religiosos para someter o desplazar a las diferentes parcialidades nativas. Entonces surgieron "puestos de observación", donde poco más tarde se construyeron pequeñas fortificaciones y les asignaron grupos de soldados en carácter de dotación estable. Entre los más antiguos que se han registrado como fortificaciones o puntos custodios de una parte del trayecto que unía las ciudades de Salta y Jujuy con Nuestra Señora de Talavera de Esteco, estuvieron activos el de "La Ciénaga" y "La Angostura de El Hebro" (posteriormente son nombrados "La Ciénaga de La Trampa" y "San José", "Fuerte Viejo" o "La Concepción de la Ribera de El Hebro").
Única, aunque precaria forma disponible entonces, de tratar de asistir y dar seguridad a los caravaneros y transeúntes que por allí debían circular. Por cierto, que se trataba de una seguridad muy relativa, porque esos núcleos militares contaban entre dieciséis y veinticinco soldados que, por lo general, permanecían encerrados entre cuatro muros de adobe. Con el paso de los años y a fuerza de "entradas pacificadoras", se construyeron mejores establecimientos militares con mayor población, formando una línea Norte – Sur, desde los que constantemente marchaban partidas con armas de fuego para reprimir y tomar prisioneros, para luego trasladarlos hacia algún establecimiento rural, o bien, venderlos como esclavos. Entonces, también hubo acuerdo en las acciones que, al respecto, tomaron los funcionarios militares con los representantes religiosos; que aun con objetivos diferentes concluyeron en un fin común.
Las jornadas y los fuertes
Hoy contamos con Diarios, Instrucciones e Informes de Campaña donde dejaron plasmado que la premisa era "pacificar" las tribus nómades. Páginas escritas oportunamente y conteniendo valiosos detalles, nombres de oficiales a cargo, cantidad de hombres españoles, pardos e indios amigos que participaban aportados por cada tercio y su procedencia, cantidad y tipo de armas -carabinas, pistolas, escopetas, camaretas, pedreros, morteros y pólvora y balas- ganado vacuno y caballar y demás bastimentos para mantenimiento de la tropa y los recorridos trazados.
Por ejemplo, de las muchas entradas que se hicieron al interior del Gran Chaco y entre las más resonadas, se menciona la del Gobernador del Tucumán capitán Ángel de Peredo en agosto de 1671 desde Jujuy, y las que organizó el gobernador de Salta, Esteban de Urízar en 1710 y 1711 partiendo de Salta rumbo al Fuerte y Presidio de Esteco, donde reunió a los tercios de soldados procedentes de Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca y Tarija, totalizando 1.316 integrantes. Posteriormente hubo otras, pero quizás, la que mayor "éxito pacificador" tuvo, fue la del coronel Juan Victorino Martínez de Tineo en la década de 1750.
A lo largo de estos años y a modo de establecimientos defensivos, se construyeron varios; hacia el valle de Centa: El Pongo, de Ledesma, del Río Negro, San Andrés y San Francisco. Hacia el río Salado, el Fuerte de Cobos, de Lavayén, de San Juan, del Saladillo, El Piquete, el de Santa Bárbara, de la Concepción de la Rivera de El Hebro, cercano a La Angostura; las de Valbuena, San Esteban de Miraflores y la del Rosario, entre otras. Hacia el lado opuesto de la Cordillera del Alumbre surgieron los fuertes de Esteco, El Rey, El Piquetillo, San Fernando del Río del Valle, San Luis de Los Pitos -desde donde partía la Senda de Macomita hacia el río Bermejo-, el de San Felipe de Austria y el de Guadaqueni. En realidad, estas construcciones, además de carácter defensivo, tuvieron funciones de Presidio, donde mantenían vigiladas a las "piezas", como llamaban a los nativos que iban tomando prisioneros.
Hubo otros más adentro del Chaco: Las Sepulturas, La Encrucijada, La Trampa del Tigre, Esquina Grande, La Puerta y Nuestra Señora del Rosario de los Ángeles. Por el tipo de material disponible en la zona, estas "fortificaciones o reales" se levantaron con palizadas que no resistieron el paso del tiempo. El Fuerte del Río Negro fue el único dibujado y planificado y construido a mediados del siglo XVIII, pero no queda absolutamente nada, y aún perduran los de Cobos, El Pongo -único con baluartes en sus esquinas- y Santa Bárbara. De algunos quedan sus ruinas, de otros, solo su mención en los documentos.