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"Nuestro idioma, el castellano, tiene una belleza rotunda", afirma Jorge Tisera en su hermosa nota "Con nuestra identidad, che, no se negocia". Es cierto. El español es uno de los idiomas más ricos del mundo. En español, cada objeto tiene su sustantivo específico; cada acción su verbo particular; y cada adjetivo una precisión infalible. Sin embargo, a pesar de esta riqueza lingüística, el profesor Miguel Wiñazki muestra -en Clarín- cómo según ciertas estimaciones, existe una reducción de las palabras utilizadas por los argentinos. "Una persona usa en promedio entre 500 o 1000 palabras del idioma español. Pero los jóvenes habrían reducido el habla a 250 palabras en promedio. Una persona culta maneja 2000 palabras, y alguien excepcional, Borges, por ejemplo, podía manejar hasta 5000 palabras"; dice Wiñaski.
Es cierto que todo idioma es dinámico. Cada generación se diferencia de la anterior por las palabras que acuña y por el significado que les da. Es un fenómeno social y cultural natural. Pero esta extrema condensación de términos - y la reducción abrumadora del vocabulario -es otra cosa. Es un fenómeno diferente. No es un cambio generacional, sino que muestra un empobrecimiento cultural. Desconocer palabras es otro síntoma del mismo problema. "Los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados llenos de vida en la mente. Leer y escribir alteran nuestra organización cerebral"; afirma Siri Hustvedt desde "Vivir, pensar, mirar". ¿Estaremos perdiendo nuestra organización cerebral?
La reducción del lenguaje es palpable. Se vivencia en los alumnos universitarios que lloran cuando no logran entender los libros de textos que necesitan estudiar. Se evidencia en las letras de las canciones de la música más escuchada en Argentina; grupos y cantantes como "Bad Bunny" (íhoy profesor universitario sobre "identidad" en Yale!); "Pinky SD"; "Duki"; "Q´Lokura"; "Beéle"; "La Kónga"; "La T y la M"; "K personaje"; "Luk RA"y otros tantos similares; con letras cortas, de pocas palabras, pegadizas y repetitivas; y no mucho más. Pocas palabras machacadas una y otra vez. Todas haciendo referencia siempre a lo mismo: un sexo algo violento; ocio; droga; la policía; y un claro regodeo en la marginalidad. No pretendo decir esto desde una Torre de Marfil ni imbuido en el espíritu reaccionario del que afirma que "todo tiempo pasado siempre fue mejor". Pero es evidente que atrás quedaron las poesías barrocas de Luis Alberto Spinetta de "Invisible" o "Pescado Rabioso"; o de grupos de rock como "La Máquina de hacer pájaros"; "Sui Generis" o "Vox Dei"; entre cientos de otros. "La poesía es la primera señal que distingue a la persona realmente civilizada" dice la novelista británica Zadie Smith. La música va perdiendo su poesía. ¿Iremos perdiendo nuestra cultura, también?
Un vaciamiento lingüístico disminuye la capacidad de abstracción y conduce a la pobreza intelectual. A la imposibilidad de generar argumentos. A cambio, impone el ser bruto y violento a propósito. Para eso no se requiere vocabulario ni educación. La escasez de vocabulario -y de lenguaje- reduce las discusiones a injurias, insultos y agresiones. A un maniqueísmo exacerbado. A pensamientos, planteos y personas binarias.
Sin lenguaje, sin cultura, sin organización cerebral y con violencia; ¿en qué nos habremos de convertir? El simplismo verbal nos brutaliza; nos animaliza. Es un tobogán descendente que nos conduce a una jibarización cultural y social. Al final, sólo sobrevivirán peleas imbéciles sobre temas imbéciles, llevadas adelante por personas imbéciles con un vocabulario propio de imbéciles. "La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos" dijo el filósofo romano Marco Aurelio, en su obra "Meditaciones". Sin pensamientos de calidad, ¿podremos ser felices?
"Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje debe compartir inevitablemente ese derrumbe general. (…) Pero un efecto se puede convertir en causa, reforzar la causa original y producir el mismo efecto de manera más intensa y así sucesivamente. Un hombre puede beber porque piensa que es un fracasado y luego fracasar por completo debido a que bebe"; afirma George Orwell en su ensayo "La política y la lengua inglesa"; en el que analiza cómo los cambios y la degeneración de la escritura, en particular -y el lenguaje, en general-, sirven a propósitos totalitarios.
El mismo Orwell escribiría -años después- la joya distópica de "1984"; un libro donde "inventaría" la "neolengua", mostraría la potencia del doble discurso, e imaginaría la maravillosa e inexorable maquinaria del "Ministerio de la Verdad". Un libro que, aun después de siete décadas, mantiene su vigencia y su crueldad. Notable, pero, a pesar de ser uno de los libros más famosos y citados del mundo; me pregunto cuánta gente -de verdad- lo leyó. Cuántos jóvenes conocen su existencia y, de leerlo, cuántos lo comprenderán. De hacerlo, ¿verían con una mirada distinta nuestra actualidad? ¿La necesidad de cambiar?
La reducción del lenguaje asegura una pobreza intelectual y discursiva extrema; y entroniza la violencia como forma de comunicación. Implanta obediencia ciega y establece una firme y totalitaria esclavitud en nombre de consignas falaces repetidas hasta cansar. ¿Cuántas más generaciones habremos de perder hasta aprender? ¿Aprenderemos; alguna vez? No lo sé.
Pero ojalá.
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