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Ciudadanía en construcción: educar para convivir

En un mundo tensionado por la violencia cotidiana, la convivencia y el compromiso de desarrollan en cada niño desde el primer día de vida.
Sabado, 22 de noviembre de 2025 01:26
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En tiempos cuando la violencia parece multiplicarse en algunos escenarios sociales y digitales, urge una ciudadanía crítica y ética para fortalecernos como sociedad. Hoy, frente a un clima social saturado de urgencia, desconcierto e incertidumbre, esta es una nueva invitación a mirar la infancia como el territorio donde podemos sembrar la esperanza de una sociedad más justa y más humana.

En tiempos en que los vínculos se tensan, vale preguntarnos: ¿cómo se aprende a ser ciudadano? ¿Dónde empieza ese camino que combina derechos, responsabilidades y, sobre todo, empatía?

Tiempos sin referentes

Nos enfrentamos a una profunda crisis de referentes y a una escena social desbordada, habitada por adultos que dicen una cosa, hacen lo contrario y, de esta manera, privan a las nuevas generaciones de referentes éticos claros. Detengámonos un instante para observar: el maltrato en la calle, la falta de cuidado ambiental, la falta de respeto por el otro, las transgresiones a las normas de convivencia y la persistente dificultad para asumir responsabilidades colectivas.

Estos comportamientos no son casuales. Son protagonizados por adultos que ejercen la ciudadanía desde un lugar en el que prevalece el individualismo, y la norma es percibida como opcional si no hay consecuencias inmediatas. Si queremos interrumpir este ciclo, debemos ser coherentes en nuestro hacer, entendiendo que la ciudadanía se aprende desde el ejemplo y que somos los únicos capaces de restaurar la confianza en las normas y en la convivencia, actuando en el presente como el referente que deseamos para el futuro.

Los primeros años

Los niños no nacen irrespetuosos ni violentos. Tampoco nacen solidarios, pacientes o democráticos. Crecen en una trama familiar y social que les enseña, a través de la experiencia, que el otro existe, que los vínculos importan y que los actos tienen consecuencias; en esa trama aprenden a compartir, a descubrir el valor de las diferencias, la importancia de la palabra, el juego limpio, la espera y la responsabilidad.

La formación ciudadana es el pilar de la democracia. Ninguna sociedad puede mantener su sistema democrático sin la práctica activa y el apoyo consciente de sus ciudadanos, y la participación democrática es una habilidad que debe aprenderse. Todo se aprende. Todo se modela. Todo se transmite en el vínculo.

La neurociencia y la pedagogía coinciden: los primeros años de vida son decisivos. Allí descubren que existen otros con deseos propios, que los conflictos se pueden resolver sin lastimar, que las emociones pueden nombrarse y regularse, que las reglas no quitan libertad, sino que la ordenan, que los actos tienen consecuencias. En cada uno de estos aprendizajes se está forjando ciudadanía. Cuando esto sucede, los chicos aprenden que la libertad individual es inseparable de la libertad del otro. Aprenden, también, que mejorar como personas es posible, que reparar errores es parte del camino, que convivir implica renunciar a ciertas cosas para ganar otras.

Los primeros pasos

En la familia comienza la primera alfabetización ética. Una alfabetización que necesita presencia, amor y límites. Es el primer espacio donde se transmiten valores como el respeto, la honestidad, la empatía y la responsabilidad. Donde se enseñan normas de comportamiento y se establecen rutinas que ayudan a comprender los límites y la importancia de las reglas. La ciudadanía comienza en la infancia, y nuestro ejemplo diario ordena el mundo para ellos. El futuro de la ciudadanía se moldea a través de nuestros gestos cotidianos, si queremos que sean adultos respetuosos y responsables, debemos serlo nosotros primero, creando un hogar y un entorno donde la coherencia y el respeto por la norma sean la regla, no la excepción.

El ámbito escolar se define como el espacio para el ensayo de la convivencia social. En este entorno, se adquieren competencias cruciales, tales como el respeto al otro, la discusión de ideas, la toma de decisiones colectivas y la habilidad de escuchar y ser escuchado. La construcción de acuerdos de convivencia, las votaciones, los proyectos cooperativos, los centros de estudiantes, las ferias, los debates… Todo eso enseña ciudadanía en la práctica. Por eso tiene la enorme tarea de promover participación y compromiso.

En nuestra sociedad, la convivencia se volvió arte, arte que requiere habilidades, creatividad y esfuerzo para lograr la armonía entre los individuos y sus diferencias. Los chicos, cuando nos miran, muchas veces ven adultos que no siempre pueden sostener su rol. Ven instituciones educativas tensionadas entre demandas que las exceden. Ven familias reclamando a la escuela soluciones que deberían construirse juntas. Hay una verdad que interpela: los chicos aprenden del mundo que les mostramos. Por eso urge recuperar la identidad de cada institución: la familia como primer espacio de amor y límites, la escuela como escenario de convivencia democrática, el Estado como garante de derechos, los medios de comunicación como formadores de opinión con responsabilidad social.

La infancia necesita adultos presentes y coherentes. Como decía Paulo Freire: "Nos transformamos en la relación con los otros, en la trama social, en la palabra compartida". Porque lo que un niño o un adolescente aprenda —o no aprenda— ahora, marcará la sociedad que construiremos juntos.

 

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