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Un peligroso juego de monarcas

Jueves, 06 de noviembre de 2025 01:12
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Con el reinicio de ensayos nucleares, Trump sigue jugando con cosas que no tienen repuesto. La práctica, que fue abandonada en 1992, es un nuevo atributo que viene a reclamar para sí en su denodada tarea de construirse en monarca. "¿Qué es esto? ¿Puedo romperlo?". Es fácil imaginar a Donald Trump haciéndole esa pregunta a sus asesores de seguridad nacional en referencia a los ensayos de armas nucleares. Esa práctica, abandonada desde 1992, es un nuevo atributo que viene a reclamar para sí en su denodada tarea de construirse a sí mismo como monarca. Cuando se trata de interpretar sus decisiones, conviene no descartar los motivos más banales y atenerse a los patrones que dibuja.

Trump es previsible, aunque elija las herramientas más inesperadas. Una serie de iniciativas que ha adoptado se explican por su deseo de adornarse con los fastos y la pompa de un rey: el desfile militar del 14 de junio, día en el que coinciden el aniversario del ejército estadounidense y su propio cumpleaños, y la demolición del ala oriental de la Casa Blanca para construir un salón de baile versallesco pueden entenderse así. El primer ministro británico Keir Starmer leyó de este modo a Trump y por eso instó al Rey Carlos III a ofrecerle una visita de Estado, un evento de un barroquismo visual que en el mundo contemporáneo sólo el Reino Unido puede ofrecer.

Aunque se trate de una medida de política exterior, destinada a demostrar poder ante sus adversarios externos, no se la puede escindir en lo más mínimo de la política doméstica. Es necesario verla como un nuevo gesto buscando responder a las masivas manifestaciones bajo la consigna "No kings". Millones (siete en la última) se movilizaron aquel 14 de junio y nuevamente el 18 de octubre para denunciar la deriva anticonstitucional de Trump como un intento de reemplazar el régimen democrático por una monarquía igual a la que una revolución desterró de las entonces colonias a fines del siglo XVIII. A Trump no le bastó dedicar una respuesta escatológica en redes sociales a los manifestantes: una serie de acciones propias de la arbitrariedad de un monarca se le ocurrieron necesarias.

Así como el presidente republicano se esmera en exhibirse como un líder que no tiene las manos atadas por los controles republicanos que debieran ejercer las instituciones domésticas, su política exterior es una exposición diaria de su voluntad de proyectar poder sin dejarse refrenar ni por el derecho ni por las normas internacionales vigentes. Si bien es cierto que el poder estadounidense ha considerado siempre que ese marco legal era de aplicación facultativa para sí, no es menos cierto que los predecesores de Trump nunca dejaban de intentar darle apariencia legal a sus acciones. La ruptura de ese "como si" no es trivial: es una apuesta explícita por un mundo sin reglas, algo que otros actores sin duda intentarán emular.

Hans Kristensen, de la Federación de Científicos Estadounidenses, experto en armas nucleares y columnista regular del Boletín de Científicos Atómicos, sostuvo respecto de la orden de reiniciar los ensayos que "es difícil saber qué quiere decir [Trump]. Como siempre, no es claro, es disperso y está equivocado". Lo que es probablemente cierto en cuanto a la doctrina militar que pueda o no haber detrás de esta decisión súbita e inesperada, lo es menos si vemos todo como parte de una cosmovisión en la que se impone sin mediaciones el más fuerte.

A pesar de que no existe tratado vigente que prohíba estas pruebas, la costumbre había vuelto norma la abstención de su uso por las potencias nucleares. EE. UU. llevó a cabo su última prueba en instalaciones subterráneas en 1992 y abandonó voluntariamente la práctica mientras terminaba la Guerra Fría. Bill Clinton anunció al año siguiente su intención de promover un tratado que impidiera volver atrás y, aunque ni el Senado estadounidense ratificó el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, ni se alcanzaron todavía las firmas para su entrada en vigor, la costumbre ya se había hecho norma. Rusia, que retiró su firma de este tratado a fines de 2023, no dio sin embargo el paso de retomarlos.

La orden de Trump de violar esta norma, además de la profundización de la apuesta por un mundo sin reglas, tal vez pueda ser vista como la campana de largada de una nueva carrera armamentista nuclear. Putin, parece estar preparado para el juego, con su anuncio de que Rusia había puesto a prueba no un arma nuclear, sino el misil crucero de propulsión nuclear Burevestnik, que podría llegar a transportar un arma de ese tipo.

Trump envidia los poderes monárquicos de los que goza su contrincante. Ambos juegan a aprendices de brujo. No es alarmista constatar que el planeta está en juego.

 

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