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Fuerzas que darán forma al año 2026

Las tensiones sociales, el derrumbe del Estado de bienestar y los conflictos bélicos manifiestan un cambio de era que dejan sin respuesta a organismos internacionales y gobiernos.
Domingo, 21 de diciembre de 2025 00:42
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Parece una verdad de Perogrullo, pero el mundo está cambiando de manera dramática. Quizás, hasta de una manera poco reconocible.

Confluyen muchas fuerzas: una multipolaridad geopolítica que contrasta con el binarismo del siglo anterior y, más aún, con la unipolaridad de sus últimas décadas. Las reglas comerciales que rigieron el mundo desde la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC), tambalean ante la guerra de aranceles impulsada por el presidente Donald Trump; y los vínculos económicos y comerciales -que permitieron que el mundo lograra poner fin a sus guerras y asegurar la paz-, están todos fragilizados y alterados.

A esto se suman atentados terroristas; un aumento sostenido de conflictos armados; el ascenso de autocracias y regímenes iliberales con el consiguiente retroceso de la calidad democrática global; una persistente polarización social; deudas que están asfixiando a muchos países en el mundo; un aumento inaudito de la desigualdad económica y social; el crecimiento de las migraciones forzadas; el temor a las consecuencias del cambio climático; el fantasma de otra crisis financiera importante; la exponencialidad que muestra la tecnología, y el avance vertiginoso de la inteligencia artificial que cambia paradigmas sociales, laborales y económicos.

La lista, por supuesto, no es exhaustiva, pero configura un "mapa de calor" de temas que ocurren todos al mismo tiempo -en rumbos convergentes a veces; divergentes en otros-; y que hace que todo sea volátil e incierto. Los cambios se dan en meses. A veces, en apenas semanas.

Autocracias y violencia

El siglo XXI comenzó con un planeta relativamente en calma, con Estados Unidos en un estatus de fuerte hegemonía; con una economía china asomando al mundo; con un proceso de democratización que se afianzaba en América Latina, Asia y la ex Europa del este; y con una globalización que prometía bonanza planetaria a través de un comercio regido por reglas "inmutables". Un cuarto de siglo después, dos tendencias caracterizan al mundo: la autocratización y la multiplicación de conflictos, desde invasiones y ataques terroristas hasta guerras aéreas, luchas étnicas y batallas entre organizaciones del crimen organizado. Hoy, por primera vez en 20 años, hay más autocracias que democracias, según el informe 2024 de "Variedades de Democracias", que año a año analiza la salud institucional de los países.

La violencia crece y el nivel de conflictividad global se duplicó en apenas cinco años: de 104.000 incidentes de violencia inter o intrafronteriza en 2020, subió a 200.000 en 2025. De acuerdo con ACLED, una organización internacional dedicada a recoger datos sobre guerras y otros tipos de violencia política, étnica o religiosa, 50 países lideran el ranking de violencia y turbulencias extremas o altas. Existe una correlación clara: las autocracias y los aumentos de la violencia están entrelazados y se retroalimentan mutuamente.

Los cuatro conflictos que hoy desvelan al mundo -por el impacto geopolítico, económico, social o humanitario más allá de sus fronteras-, fueron comenzados por gobiernos o grupos autoritarios: la invasión rusa a Ucrania, la guerra y masacre en Sudán, la masacre de Hamas en Israel y la matanza en Cachemira que desembocó en el peor enfrentamiento entre la India y Pakistán en décadas. El informe de ACLED desnuda esa correlación con números: de los 50 peores conflictos, solo siete tiene como protagonistas a naciones libres; el resto se reparte entre países semilibres y no libres.

Deuda e Inequidad

Por primera vez en el siglo, creció la diferencia en el desarrollo de las naciones más sólidas y las más frágiles. El Banco Mundial reporta que en el 38% de los países elegibles para asistencia al desarrollo, el PIB per cápita es más bajo hoy que antes de la pandemia; una caída que el banco ha definido como "una reversión histórica en el desarrollo".

Hoy, las deudas soberanas son un peso para todos, no sólo para los más frágiles y más de 3.300 millones de personas viven en naciones que gastan más en intereses de sus deudas que en educación o en salud. La deuda global creció -entre 2019 y 2024- casi un 33%, de acuerdo con un reporte de Naciones Unidas. En los países más ricos, esa deuda pone a riesgo los sistemas de bienestar y de seguridad social. En las naciones más pobres, amenaza a los servicios básicos que aseguran la supervivencia. Austeridad, ajuste, motosierra; no importa el nombre, la mayoría de los gobiernos se ven obligados a recortes que irritan a sus ciudadanos y que hunde a la política en un ciclo vicioso de descontento y de poca gobernabilidad. Una crisis silenciosa y persistente que puede deshilachar décadas de progreso y poner a riesgo el futuro de miles de millones de personas.

No menor, la desigualdad sigue ampliándose a nivel global. El retroceso se pone de manifiesto en los 0,040 puntos de diferencia entre el índice de Gini(*) previsto para 2030 (0,805) y la nueva proyección para el mismo año (0,765). Pocas décimas -que parecen insignificantes- pero que tienen un impacto enorme en grandes franjas poblacionales. Y, mientras la desigualdad entre países crece, esta alimenta otros fenómenos que alteran dinámicas regionales como, por ejemplo, las migraciones forzadas.

Migraciones forzadas

La pobreza y la desigualdad; las autocracias y la violencia; el cambio climático; y la poca o nula posibilidad de futuro; expulsan a millones de personas de algunos países y los conducen a buscar destinos donde el bienestar sea, al menos, una posibilidad. Pero allí los esperan sociedades atravesadas por dos fenómenos exacerbados: la polarización y los movimientos antiinmigración.

Los cambios culturales y demográficos introducidos por migraciones anteriores han fragmentado y horadado la cohesión social. La propia Angela Merkel -que abrió las puertas a una inmigración masiva de más de un millón de refugiados en 2015 y 2016-, reconoció que "la promesa multicultural había fallado". O, como admitió en la misma época el entonces primer ministro británico.

David Cameron, el problema del modelo es que "guetoíza a las personas en grupos minoritarios y mayoritarios sin una identidad común". El nativismo, la política identitaria y las fronteras cerradas son reacciones a esos movimientos transfronterizos.

Guerra civil

"Personalmente, estoy convencido de que es inevitable que se produzca una guerra civil abierta, activa y a gran escala en Norteamérica y Europa Occidental", escribió en un resonado ensayo -publicado en noviembre de 2023- el académico canadiense David Betz, profesor de "Guerra en el Mundo Moderno" en el Departamento de Estudios Bélicos del King's College de Londres.

Para el escritor francés Michel Houellebecq (su premonitorio libro "Sumisión" salió a la venta el día de la matanza de Charlie Hebdo), la posibilidad de una guerra civil en Francia está ligada con la cuestión del islamismo y las fuertes tensiones y fricciones comunitarias que se siguen agudizando. "Habrá actos de resistencia, atentados y tiroteos en mezquitas, en cafés frecuentados por musulmanes, en definitiva, Bataclanes a la inversa", dijo en una entrevista con el filósofo Michel Onfray. "Si hay territorios enteros que pasan bajo control islamista, la respuesta será violenta", advirtió. La amenaza de Trump sobre el congelamiento de fondos federales a la ciudad de Nueva York ante el triunfo del socialista Zohran Mamdani (tras convertirse en el primer alcalde musulmán de dicha ciudad) es una muestra de estas tensiones internas; todo un emergente de las tensiones culturales y sociales del siglo XXI.

La islamofobia; el antisemitismo; el anti-migracionismo; la polarización; la erosión institucional; la desinformación digital; y la violencia son factores que giran -cual tornado- en un círculo que se retroalimenta. Ceteris-paribus, cabe esperar que el año 2026 siga signado por estas fuerzas; las que alimentan otro componente: la "ira global".

La "ira global"

François Dubet afirma que vivimos en "la era de pasiones tristes": un mundo desigual que lleva a la frustración, la indignación, la ira y el resentimiento; todas pasiones que -paradójicamente- desalientan la búsqueda de una sociedad mejor.

Vivimos en años de crisis y de transición. Nos hemos quedado sin utopías y, en gran medida, la propia idea de futuro entró en crisis, excepto cuando se lo piensa como distopía. "Nuestro tiempo es el tiempo del todo se acaba. Vimos acabar la modernidad, la historia, las ideologías y las revoluciones. Hemos ido viendo cómo se acababa el progreso: el futuro como tiempo de la promesa, del desarrollo y del crecimiento. Ahora vemos cómo se terminan los recursos, el agua, el petróleo y el aire limpio, y cómo se extinguen los ecosistemas y su diversidad. En definitiva, nuestro tiempo es aquel en que todo se acaba, incluso el tiempo mismo"; dice -con fuerte tono desalentador-, la filósofa española Marina Garcés.

Podemos huir de los conflictos, pero estos no se van a resolver solos ni podrán escapar a la dinámica ni a la naturaleza humana. No parecen venir años fáciles pero no queda otra alternativa más que encontrar la forma de torcer este rumbo. Ojalá lo podamos lograr. Ojalá.

* El coeficiente de Gini es un factor que mide el nivel de equidad o inequidad de una sociedad; representando 0 la igualdad perfecta y 1 la desigualdad total.

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