"No importa si hablan bien o mal de mí. Lo importante es que hablen". Donald Trump ocupa el epicentro del escenario político mundial. Su mandato tuvo un comienzo a toda orquesta. Apretó el acelerador y desde el inicio lanzó una ofensiva en todos los frentes para consolidar su liderazgo y delimitar el terreno para sus futuras negociaciones con los aliados y los adversarios de Estados Unidos.
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"No importa si hablan bien o mal de mí. Lo importante es que hablen". Donald Trump ocupa el epicentro del escenario político mundial. Su mandato tuvo un comienzo a toda orquesta. Apretó el acelerador y desde el inicio lanzó una ofensiva en todos los frentes para consolidar su liderazgo y delimitar el terreno para sus futuras negociaciones con los aliados y los adversarios de Estados Unidos.
Como suelen precisar los multimillonarios de Silicon Valley que ahora frecuentan la Casa Blanca, "a Trump hay que tomarlo muy serio, pero no literalmente". La interpretación de cada una de sus palabras y sus actos de gobierno requiere ir más allá de su mera enunciación. Pero, por encima de las notorias diferencias que ya cabe distinguir entre su primer y su segundo mandato, hay dos elementos que permanecen inalterables y es imprescindible retener: su estilo personal y su metodología.
El estilo de Trump está sintetizado en lo que Henry Kissinger bautizó como la "teoría del loco" que dice haber escuchado de Richard Nixon. Para Nixon, resultaba conveniente que en el mundo cundieran ciertas dudas sobre su estabilidad emocional. Ese enigma hacía que los enemigos de Estados Unidos tuvieran un cuidado especial en no desatar reacciones irracionales del hombre que tenía en sus manos el botón nuclear. Esas precauciones fortalecerían su capacidad de negociación.
La metodología de Trump puede rastrearse en su libro el "Arte de la negociación" publicado en 1987, muchos años antes de su ingreso a la arena política. Allí describe una estrategia de negocios que implica no negociar nunca desde una situación de debilidad sino crear las condiciones para hacerlo desde una posición de fortaleza. Esa metodología fue preconizada por Trump durante la campaña electoral para fundamentar una política internacional basada en el slogan de "la paz a través de la fuerza".
Esa conjunción entre su estilo personal y su metodología de negociación permite descifrar las iniciativas de estas primeras semanas, que incluyeron desde la deportación masiva de inmigrantes ilegales hasta la propuesta de adquisición de Groenlandia o la recuperación del canal de Panamá o las sanciones comerciales a sus socios comerciales del Tratado-MEC (ex NAFTA) y a China, la supresión de los fondos de ayuda humanitaria al exterior, el retiro de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la denuncia del Tratado de París sobre medio ambiente o el anuncio sobre su intención de que Estados Unidos se hiciera cargo de la franja de Gaza para su reconstrucción y el traslado de su población palestina a los países árabes vecinos de Egipto y Jordania.
Primero palos, después zanahorias
La prensa occidental suele poner el acento en los anuncios de Trump más que en sus resultados concretos, que a menudo suponen su anulación. Las medidas arancelarias contra México, que la mayoría de los economistas consideraron negativas para la economía doméstica, hicieron que, tras un diálogo telefónico con el mandatario estadounidense, la presidenta azteca Claudia Sheinbaum anunciara el envío de 10.000 efectivos de la Guardia Nacional a modo de refuerzo para combatir el tráfico de drogas en la frontera. La contrapartida fue una suspensión de las sanciones durante un lapso de treinta días en el que ambas partes buscarán un acuerdo.
En el caso de Canadá se acordó un mecanismo bastante similar. Luego de otra conversación con Trump, el primer ministro Justin Trudeau anunció: "Canadá se ha comprometido a nombrar un zar del fentanilo, a incluir a los cárteles en la lista de terroristas, a vigilar la frontera las 24 horas del día los 7 días de la semana y a poner en marcha una Fuerza de Acción Conjunta Canadá-Estados Unidos para combatir la delincuencia organizada, el fentanilo y el blanqueo de capitales. Además, he firmado una nueva directiva de inteligencia sobre el crimen organizado y el fentanilo y la respaldaremos con 200 millones de dólares".
Mucho más aplastante fue lo que ocurrió con Colombia. Cuando el presidente Gustavo Petro impidió el ingreso de una aeronave estadounidense que transportaba a inmigrantes ilegales de nacionalidad colombiana, Trump respondió instantáneamente con severas sanciones económicas que impactaron fuertemente en la opinión pública y en los sectores empresarios, que criticaron la intransigencia gubernamental. Veinticuatro horas después, Petro dio marcha atrás y acogió a quienes antes se había negado a recibir. La única concesión simbólica fue que los deportados no descendieran engrillados del avión.
Algo semejante sucedió con la advertencia de Trump de que la influencia de China en Panamá era "inaceptable" y la insinuación de que Estados Unidos pretendía hacerse cargo nuevamente del canal, devuelto en 1977. La intimación desencadenó una virulenta reacción adversa pero rápidamente, después de una visita del Secretario de Estado, Marco Rubio, el presidente José Mulino anunció que su país no reanudaría el acuerdo firmado con China para ser parte de la Ruta de la Seda y asumió también el compromiso de revisar la participación de consorcios chinos en la infraestructura portuaria circundante a la vía interoceánica.
Menos transparente fue la negociación entablada con el régimen de Caracas a través del enviado especial Richard Grenell, quien acordó con el presidente Nicolás Maduro la admisión de los deportados de nacionalidad venezolana, incluidos narcotraficantes del denominado "Tren de Aragua", y la liberación de ciudadanos estadounidenses presos en las cárceles de Caracas. Pero, a modo de compensación para la oposición venezolana, sensibilizada por las eventuales implicancias de ese acuerdo Rubio lanzó furibundas actuaciones contra el régimen de Maduro, al que calificó de "dictadura sangrienta".
El anuncio sobre el retiro de Estados Unidos de la OMS fue seguido de inmediato por un trascendido oficioso referido a un documento elaborado por el equipo de Trump que sugería que la alternativa a ese abandono era una "reforma radical" en el enfoque de la organización y un conjunto de cambios que incluirían la designación de un estadounidense como director general en la renovación de sus autoridades prevista para 2027. Mientras tanto, la propuesta contendría la designación de un representante especial de la Casa Blanca para supervisar las negociaciones sobre las posibles reformas.
Pero el caso emblemático de este estilo de Trump y su metodología de "golpear para negociar" es la propuesta sobre la franja de Gaza, que cosechó el rotundo rechazo de los países árabes y de la Unión Europea y naturalmente el repudio de Hamas y de Irán, pero tuvo el caluroso apoyo del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. La vocera de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, aclaró que la "reubicación" de la población palestina podría ser "temporal". Agregó que "al presidente le ha quedado muy claro que Estados Unidos debe participar en este esfuerzo de reconstrucción para garantizar la estabilidad de la región para todos. Pero eso no significa que haya tropas sobre el terreno en Gaza".
Para transparentar el sentido de la polémica iniciativa, y también el estilo y la estrategia de su jefe político, Leavitt afirmó: "Trump, que es el mejor negociador del planeta, va a llegar a un acuerdo con nuestros socios en la región". Cabe recordar que, al margen de Ucrania, un caso excepcional de duración previsiblemente efímera, y después de Israel, un aliado histórico de Washington, Egipto y Jordania son los dos mayores receptores de la ayuda financiera internacional de Estados Unidos.
Así como durante la guerra fría la "kremlinología" fue una especialización de uso indispensable para las cancillerías occidentales para interpretar los movimientos de la Unión Soviética, es probable que en un futuro cercano la "trumpología" ocupe un lugar semejante para todos los gobiernos y sea incorporada también como un objeto de estudio en las instituciones académicas para prevenir la estrategia de Estados Unidos. Quienes primero lo entendieron son, naturalmente, los chinos.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico