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Cuando hablamos de Macropolítica nos estamos refiriendo a un conjunto heterogéneo de contenidos conceptuales que se entrelazan en torno a las tensiones dinámicas del poder en gran escala, lo cual incluye, entre otros, los temas del orden estatal y transestatal, de la soberanía, de la configuración de "grandes espacios", del combate entre las culturas políticas y los consiguientes cambios de paradigmas, etc.
La necesidad de enfoques multidimensionales como el referido se vuelve imperativa cuando la propia directora de Inteligencia Nacional de los EEUU, Tulsi Gabbard, acaba de advertirnos que "estamos más cerca que nunca del borde de la aniquilación nuclear". No se llega allí sin el concurso de una variedad de factores que ninguna explicación monocausal puede satisfacer.
Lo que contemplamos es, precisamente una mutación acelerada al menos en tres campos, cada uno de los cuales condiciona a los otros sin ser capaz de determinarlos unívocamente. Esos campos son:
a) la reconfiguración del orden político del espacio global;
b) los cambios internos de las unidades políticas (o regime changes);
c) el colapso de las ideologías legitimadoras previamente dominantes.
Comencemos por la cuestión del espacio, es decir, por la lucha por el "nomos" de la tierra, como diría Carl Schmitt (*). En 1939, ante una inminente segunda guerra mundial, el pensador renano advertía sobre la caducidad del orden establecido tres siglos antes en Westfalia, para dar paso a grandes espacios, de límites flexibles, que desbordarían el concepto de soberanía estatal abriendo camino a realidades macrorregionales, subcontinentales o continentales estructuradas en torno a un país rector y ordenadas por un sistema jurídico-cultural diferenciado. La evolución crítica del proceso globalizador a partir, sobre todo, de 2008, nos indica que el mundo va hacia allí, que no es precisamente "chato" como lo describía Thomas Friedman, sino el planeta de las discontinuidades donde ya no solo EE. UU. y Rusia, sino China, India, eventualmente Turquía, etc. Constituyen visibles nodos de estructuración. Paralelamente se produce la declinación inocultable del cosmopolitismo racionalista y abstracto al modo de la ONU, entidad que está igualando en incompetencia a su predecesora la Sociedad de las Naciones.
De modo simultáneo, la presión de las nuevas realidades se vuelve cada vez menos soportable por parte de las formas políticas tradicionales, particularmente en Occidente.
No hay buenas noticias para quienes vieron en la República Francesa o la norteamericana el "nec plus ultra" de la civilización política. Ambos países encierran condiciones objetivas propicias para la guerra interna, mientras que la tecnocracia, por un lado, y su contrapeso, el populismo, por otro, se conjugan para vaciar progresivamente de contenido a la democracia liberal. Naturalmente, los modelos ascendentes buscan su propia legitimación, con la consecuente incidencia sobre el terreno de la cultura política. Y así llegamos al tercer campo.
El liberalismo extremo está llegando a su agotamiento ante la percepción generalizada del wokismo como su consecuencia ineluctable. La gente se da cuenta de que las élites ultraliberales "levantan monumentos a los principios y cadalsos a las conclusiones" como certeramente diría Juan Vázquez de Mella (**). Democracia Soberana, Democracia Plebiscitaria. Estados Civilizacionales, etc. conforman el lenguaje que intenta describir o justificar los paradigmas políticos nacientes. Va a haber que acostumbrarse a una gramática política distinta de la monopólicamente imperante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sería bueno que también los economistas lo entendiesen.
(*) Carl Schmitt (1888-1985) fue un filósofo, teórico político y jurista alemán, y miembro destacado del Partido Nacionalsocialista.
(**) Juan Vázquez de Mella (1861-1928) fue un político tradicionalista, escritor y filósofo español, ideólogo del carlismo durante la Restauración.