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27 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Quizás todavía no haya terminado la II Guerra Mundial

Domingo, 27 de julio de 2025 02:13
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La Segunda Guerra Mundial fue una guerra como ninguna otra. Se combinaron conflictos subyacentes surgidos del colapso de cuatro grandes imperios; sumados a odios étnicos ancestrales y nacionalismos exacerbados tras una redefinición de fronteras artificial establecida en la Conferencia de Paz de París luego de la Primera Guerra Mundial.

No pocos historiadores sostienen que la Segunda Guerra Mundial fue una fase dentro de una guerra larga que comenzó en 1914 y que duró hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991: una guerra civil global entre capitalismo y comunismo primero; entre democracia y dictadura después.

La historia no siempre es ordenada; menos precisa. Las eras se superponen y los asuntos inconclusos de un período estallan en el siguiente. Suelo sostener que las soluciones que imaginamos definitivas hoy siembran la semilla de los conflictos que eclosionarán mañana. Así, quizás, los problemas no resueltos desde el fin de ese conflicto tan brutal sigan definiendo -y dando forma y cocción- a la política actual; incluso hoy.

Hace ochenta años, el fin de la Segunda Guerra Mundial allanó el camino hacia un nuevo orden internacional basado en el respeto a la soberanía nacional y a las fronteras. Pero, aún a pesar de haber compartido esta experiencia internacional común y de haber ingresado todos a ese mismo orden internacional -construido como consecuencia de la Guerra-; cada país involucrado creó y se aferró a su propia visión y relato del conflicto, en el cual se debate, por ejemplo, hasta cuándo comenzó.

Para Estados Unidos el conflicto comenzó tras el ataque de Japón a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. El presidente ruso Vladímir Putin, insiste en que la guerra comenzó en junio de 1941, cuando Hitler invadió la Unión Soviética -ignorando la invasión conjunta soviética y nazi de Polonia en septiembre de 1939-; hito que, a su vez, marcó el inicio de la Guerra para la gran mayoría de los países europeos. Para China, esta comenzó en 1937 con la guerra sino-japonesa, o antes, con la ocupación japonesa de Manchuria en 1931. Estas cosmovisiones enfrentadas -que suenan a letanías lejanas en el tiempo- siguen sin embargo alimentando tensiones e inestabilidad en la política global actual.

Por ejemplo, Putin selecciona con mucho cuidado determinados pasajes de la historia rusa y combina homenajes al sacrificio soviético en la "Gran Guerra Patria" (como se conoce en Rusia a la Segunda Guerra Mundial) con ideas reaccionarias de los rusos blancos zaristas exiliados tras su derrota a manos de los comunistas en la guerra civil rusa de 1917-1922. Esto le da una pátina de justificación histórica a una imaginada supremacía rusa sobre la masa continental euroasiática por la cual Rusia debería liderar una unión eslava compuesta por Rusia, Bielorrusia, Ucrania y la parte norte de Kazajistán; y donde todo el resto de los estados que antes pertenecían a la U.R.S.S. reconozcan esta supremacía rusa. Putin también busca que Occidente y China acepten el rol ruso en Eurasia; no definido este como una "esfera de influencia" sino como una "esfera de control"; algo que implica una integración y control político, militar y económico.

Putin llega a rehabilitar al líder soviético Josef Stalin y se niega a reconocer los horrores de la era estalinista y actos como el Holodomor de 1932-33, la hambruna que Stalin provocó en Ucrania y que mató a más de tres millones de personas; infundiendo un odio profundo hacia Rusia entre los ucranianos.

Terminada la guerra, las actitudes norteamericanas oscilaron entre ocupar un rol global activo y replegarse en el aislamiento. La amenaza rusa garantizó que Washington se comprometiera con Europa hasta, por lo menos, el colapso de la Unión Soviética en 1991. Hoy, ante la primera gran guerra continental en Europa desde la Segunda Guerra Mundial -a la cual se suman los conflictos en Medio Oriente y en otras regiones que amenazan con escalar y expandirse-; la administración Trump, oscila -otra vez- entre el abandono del liderazgo global y dosis de intervencionismo con arrebatos confusos y contradictorios de emocionalidad pura.

La Segunda Guerra dejó al mundo dado vuelta y el conflicto político persistió mucho después del fin de las hostilidades. Todas las sociedades involucradas fueron transformadas profundamente y casi nada quedó intacto.

Peor, durante y después de la guerra, otra vez se borraron y redibujaron fronteras. En la conferencia de Yalta en febrero de 1945 -donde los líderes británicos, soviéticos y norteamericanos reorganizaron a la Europa de posguerra-, Stalin obligó a las potencias aliadas a aceptar que toda Polonia debía trasladarse hacia el oeste, recibiendo antiguas provincias alemanas en su lado occidental mientras la Unión Soviética absorbía provincias polacas en el este.

Para ejecutar este plan, el Ejército Rojo llevó a cabo la mayor expulsión sistemática de población en la historia moderna, trasladando a más de 13 millones de alemanes, polacos y ucranianos por la fuerza. Además, la unión Soviética esperaba que los estadounidenses abandonaran Europa dejándola sumida en el caos y la destrucción -con un Reino Unido y Francia paralizados por sus problemas pos-coloniales-; imaginando una oportunidad de expansión. Al enterarse de que Estados Unidos estaba cerca de construir la bomba atómica abandonaron estos planes, pero el apetito expansionista de Moscú jamás se extinguió; el cual renace -renovado- con Putin.

La Segunda Guerra Mundial también marcó el inicio de la era nuclear. Muchos consideran con horror la invención de la bomba atómica y ven el bombardeo estadounidense de Hiroshima y Nagasaki como un crimen de guerra. El ataque a las dos ciudades japonesas deja una decisión moral de enorme importante.

Antes de que los bombardeos aceleraran el final de la guerra, los generales japoneses decidieron que iban a seguir luchando en lugar de aceptar los términos de la rendición emitidos por las potencias aliadas en la Declaración de Potsdam de julio de 1945. Para ello estaban dispuestos a sacrificar a millones de civiles japoneses obligándolos a resistir la invasión aliada con lanzas de bambú y explosivos atados a sus cuerpos. Además, para 1944, unas 400.000 personas civiles al mes morían de hambre en extensas áreas de Asia oriental, el Pacífico y el sudeste asiático ocupado por las fuerzas japonesas. Los Aliados también querían salvar a los prisioneros de guerra estadounidenses, australianos y británicos que morían de hambre en campos japoneses; o que eran masacrados por sus captores por orden de Tokio. Así, aunque la bomba atómica se cobró más de 200.000 vidas civiles japonesas, pudo haber salvado muchas más; lo que configura una paradoja moral que debiera seguir enseñándonos e inquietándonos; mucho más aún a medida que nos adentramos en una era de una mayor proliferación y peligro nuclear.

Los nuevos "Grandes Hombres"

La Segunda Guerra Mundial cambió al mundo. La derrota de Japón allanó el camino para el ascenso de China. El colapso de los imperios británico, holandés y francés entre 1941 y 1942 marcó el fin de la Europa imperial, y la experiencia de la guerra impulsó la integración europea. Mientras tanto, Estados Unidos y la Unión Soviética fueron elevados al estatus de superpotencias.

La Segunda Guerra Mundial también dio lugar a las Naciones Unidas, cuyos objetivos clave eran salvaguardar la soberanía de los países y prohibir la agresión armada y la conquista territorial. La ONU fue, en gran medida, un sueño del presidente estadounidense Franklin Roosevelt, quien hasta permitió que Stalin accediera al control de Polonia con tal de hacerlo realidad. Sin embargo, Estados Unidos le dio la espalda a los principios fundacionales de la ONU el día que votó junto a Rusia y no condenó la invasión rusa a Ucrania.

Durante siglos, Rusia ha estado obsesionada con dominar a sus vecinos para evitar un cerco occidental. La fijación de Stalin era Polonia; la de Putin es Ucrania, país que considera ruso. Cuando Putin invade Ucrania en 2022 sobre la base de esta creencia personal, reintrodujo en la política global una característica que era propia de la era de la Segunda Guerra Mundial y que estuvo ausente desde entonces: la idea de "Grandes Hombres" que cambian y dirigen el curso de la historia, muchos de ellos empoderados por los sistemas totalitarios que controlan.

Tras la guerra, los líderes políticos fueron perdiendo peso específico. En un sistema económico globalizado con instituciones globales neoliberales, quedaba restringida la libertad de acción de los "Grandes Hombres" de otrora. Además, la mirada de los medios y de la sociedad sobre la percepción de sus decisiones hacía -en gran medida- que los políticos fueran más cautos que audaces. Pero, la invasión de Putin ha cambiado esto. Y Trump, que toma a Putin como modelo, también ayuda a que resurja esta idea de "Grandes Hombres"; idea que podría llevarnos hacia otro nuevo período de otras guerras interminables y de nuevos conflictos sin resolver.

La barbarie acecha, como siempre, agazapada tras los puntos ciegos de la civilización. La barbarie amenaza, una vez más, a la humanidad. Quizás la Segunda Guerra Mundial no haya terminado aún y todavía seguimos luchando por viejos conflictos que nunca encontraron solución. Reflexionar sobre el pasado ayuda a no repetirlo. ¿Lo sabremos entender así? No lo sé. Ojalá.

 

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