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"Fiesta en Mandrilandia"

Lunes, 11 de agosto de 2025 01:44
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Saltos de algarabía, aullidos orgásmicos, chillidos desenfrenados. Todo fue una gran fiesta en Mandrilandia: Milei había anunciado su decisión de "dejar de hacer uso de los insultos". En medio de la euforia, se hizo una misteriosa pausa: el amauta de los mandriles, por ser el más sabio, aquietó tanta excitación cuando luego de una profunda meditación reflexionó que tal decisión atacaba directamente la existencia misma de los mandriles que tenían su razón de ser, su plenitud existencial en, y gracias a, los insultos que -desde su nombre- les eran propinados desde las más altas esferas. Justo cuando hasta los más circunspectos ministros del presidente, habían entrado en la variante soez y procaz para deleitar a sus escuchas, se decidía su inexplicable cese.

Pero el compromiso del líder libertario de dejar de insultar fue acompañado con una justificación; la frase completa es: "voy a dejar de usar insultos a ver si están en condiciones de poder discutir ideas". Esto significa el liso y llano reconocimiento que, mediante los insultos, durante 600 días de gobierno, aniquiló toda posibilidad de "discutir ideas", y que sus discursos nunca fueran una invitación al diálogo sino una especie de verdad revelada que solo es posible admitir sumisamente. Lo contrario implicaba el destierro y el escarnio, como se pudo constatar con los más de 160 ministros, amigos y funcionarios de altísimo nivel que fueron "eyectados" o "volaron por los aires" porque en su mayoría plantearon una nimia discrepancia. A pesar de su promesa de dejar de insultar, a renglón seguido, justifica los improperios expresando: "Igual quiero hacer una nota de color: había un señor que fue presidente que era un insultador serial, le decían "El Loco" y fue el que transformó la educación argentina. El señor se llamaba Domingo Faustino Sarmiento".

Sabemos que el Dr. "Digamos-Osea", está bastante flojo en la materia Cultura general, especialmente en Historia argentina. Pero la lógica histórica le impide identificarse, simultáneamente, con Sarmiento y con su antítesis: Juan Bautista Alberdi, tan admirado por Milei. El sanjuanino y el tucumano fueron polos opuestos, enemigos declarados que ofrecieron las escenas más dramáticas de disenso intelectual entre dos próceres. Esa guerra de ideas quedó plasmada en un rabioso cruce epistolar, una catarata de agresiones, insultos y descalificaciones que quedaron asentadas en las "Ciento y una" de Sarmiento y en las "Cartas quillotanas" de Alberdi. Sarmiento no era no "insultador serial" como señaló Milei en su discurso, sino que aplicaba con precisión sus mortíferos dardos descalificadores. Sus insultos son expresiones sutiles, cargadas de ingenio e ironía, no los burdos y soeces epítetos que profiere nuestro presidente. Comparemos. No reproducimos aquí las groserías, las fijaciones anales, las referencias sexuales, las zafiedades y chabacanerías del líder paleocavernario, perdón paleolibertario, por ser suficientemente reproducidas e irreproducibles. Pero sí hemos extraído algunos de los "insultos" que Sarmiento dirige a Alberdi en el referido intercambio epistolar. Señores, pasen, vean y comparen: "Doctor, doctorcito, periodista de alquiler, charlatán mal criado, insolente deslenguado, perro de todas las bodas, ratoncito, embaucador, hábil ladrón veleta que tiene una conciencia de las cosas para cada día, mentiroso por hábito, gazmoño, majadero, necio, botarate insignificante, esponja de limpiar muebles, compositor de minuetes, templador de pianos, saca-callos sublime., alma y cara de conejo, vieja solterona a caza de maridos…" Hay algo cierto: Milei se parece notablemente a Sarmiento en que ambos transformaron la educación argentina. El presidente (siguiendo las ideas libertarias de Rothbar, Hoppe y Von Mises), odia la educación pública, laica y obligatoria edificada por Sarmiento y busca destruirla: que "estallle por los aires". Pretende que sea regulada por el sagrado Mercado. Ya lo dijo el auto confesado "topo": viene a destruir el Estado. Presi destruya todo lo que quiera. Eso sí, trate de hacerlo al menos sin mofarse de sus víctimas.

 

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