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En el invierno de 1915, en la ciudad de Buenos Aires, una maestra llamada Matilde Filgueiras de Díaz inició una propuesta que terminaría siendo uno de los símbolos más duraderos de la escuela pública argentina: el guardapolvo blanco. Su iniciativa, pensada para borrar las diferencias sociales visibles entre sus alumnos, acabó transformándose en norma nacional y en emblema de la igualdad escolar.
Filgueiras se desempeñaba en ese año como maestra en la Escuela Nº "Cornelia Pizarro", ubicada en el barrio de Recoleta en la calle Peña 2670. Observando que algunos chicos vestían ropas sobrias o humildes, otros con ropas más lujosas, la maestra advirtió que esas diferencias materiales impactaban en la convivencia escolar: generaban vergüenza, distinción, incluso competencia entre los alumnos.
Consciente de esos efectos, convocó una reunión con colegas y con padres de alumnos en ese invierno, para plantear una idea atrevida para la época: que todos los estudiantes usaran un delantal durante las clases, una prenda simple que hiciera menos evidente la desigualdad. Tras discutir distintas opciones —algunos padres se opusieron, otros aceptaron, pero con reservas respecto al color o el costo— se eligió el blanco como color del guardapolvo.
Sin esperar a que la normativa lo impusiera, Filgueiras compró tela blanca de su propio bolsillo en una tienda de la calle Florida, la repartió entre las madres de sus alumnos y les enseñó cómo confeccionar el guardapolvo. Aunque todavía no era legal exigir uniformes ni delantales, su propuesta se implementó en su escuela.
La iniciativa no estuvo exenta de polémica: algunos denunciaron ante el Consejo Nacional de Educación que se estaba imponiendo un "uniforme" en escuelas públicas, algo prohibido por la Ley 1420 que regía la educación común gratuita, laica y obligatoria. Sin embargo, al inspeccionar la situación, un funcionario del Consejo Escolar constató que el guardapolvo promovía un ambiente más igualitario y saludable, y recomendó su adopción más allá de la escuela Cornelia Pizarro.
Sencillos
Más tarde, en 1918, se emitió una circular del Consejo de Educación que pedía a las directoras de escuela cuidar que los alumnos vistieran trajes sencillos, sin ostentaciones, y que no se impusieran gastos excesivos al exigir prendas costosas. Finalmente, el 1 de noviembre de 1919, durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, se aprobó oficialmente la recomendación del uso del guardapolvo blanco en las escuelas primarias. El ciclo lectivo de 1920 fue el primero en que la prenda comenzó a generalizarse entre los alumnos. Ya en 1942 su uso fue declarado obligatorio para todas las escuelas primarias del país.
Hoy, más de cien años después, el guardapolvo blanco continúa siendo un sello de la escuela pública argentina. El símbolo de una aspiración histórica: que la escuela sea un lugar donde todos los niños, sin distinción de origen social ni económico, reciban educación bajo las mismas reglas y el mismo trato. El aporte de una docente que entendió que la igualdad no se impone sólo con discursos, sino con acciones concretas: con delantales blancos, con decisiones firmes, con gestos simples pero poderosos. Matilde Filgueiras de Díaz merece ser recordada no sólo como generadora de una prenda, sino como promotora de justicia social en el corazón mismo de la escuela.
Este relato no es solo una página de historia: es una invitación a pensar en las desigualdades que aún persisten, en los símbolos que elegimos conservar, y en los maestros que siguen creyendo que la escuela puede transformar vidas, empezando por lo que se ve y por lo que se siente en el aula.