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Apenas llegamos a la mitad de la segunda década del siglo XXI, y nuestra civilización se enfrenta a una serie de riesgos existenciales serios. Desafíos que ponen en tela de juicio toda norma y estructura internacional forjada tras el nacimiento y consolidación de los Estados-nación; la solidificación del neoliberalismo como sistema casi dominante luego del fin de la Guerra Fría; la política tradicional como medio para implementar soluciones y, probablemente, riesgos que marcarán el fin de un ciclo de paz y prosperidad sin precedente en la historia moderna.
Uno de ellos, por ejemplo, es el cambio climático por el calentamiento global. Con total independencia de si el fenómeno es antropogénico o no; lo que debemos hacer es focalizarnos en que existe una amenaza concreta hacia una parte importante de la población global. La discusión sobre si es o no causada -o no- por el hombre nos distrae de la necesidad de enfocarnos en cómo morigerar sus impactos.
La explotación exhaustiva de recursos naturales -en especial de las reservas de agua dulce y de energía-, ofrece asimismo la posibilidad de hambrunas masivas, del colapso de paradigmas económicos y de nuevas guerras frías y calientes; ante la necesidad del control de recursos naturales escasos. Sólo en la última década, el número de conflictos e incidentes violentos relacionados con el agua dulce aumentó un 270%.
La erosión de la esperanza
Estos son apenas algunos de estos riesgos existenciales. Hay muchos más. Mientras tanto, el orden global parece desarmarse y desintegrarse. La realidad se percibe confusa, fragmentada, desordenada, acelerada y, muchas veces; amenazadora. La sensación -para muchos- es la de desamparo y vulnerabilidad. La de una creciente precariedad.
La crisis económica del 2008; la inevitable inflación post pandemia; la corrupción de las élites; la implosión de los partidos políticos y la falta de legitimidad de sus líderes; el crepúsculo de los dioses y la muerte de las utopías; el aumento de la inequidad económica, educativa y social; la falta de movilidad social ascendente de las clases medias y, sobre todo, de la población joven; la falta de respuestas "del sistema" a los problemas que parecen multiplicarse por doquier; son catalizadores de un malestar que deviene ira y resentimiento. Mientras la esperanza es etérea y requiere de paciencia; la ira, es sólida, aglutinante, explosiva e instantánea.
Si se estudia el devenir laboral de sectores como la industria manufacturera y los servicios - financieros, comerciales y logísticos - durante las últimas dos décadas, ambos sectores están siguiendo patrones similares a los que siguió la agricultura luego de la Primera Revolución Industrial. La mitad -o incluso menos - del personal empleado es capaz de producir el doble -o más- de los mismos bienes y servicios. La productividad aumenta gracias a la automatización -fenómeno que se acelera con la introducción de la inteligencia artificial (IA); llevando a los salarios a la baja primero, y a un aumento del desempleo después.
Hay que saber diferenciar entre tecnologías complementarias y tecnologías sustitutivas al trabajo humano.
Economistas, sociólogos, historiadores y egresados de carreras afines -tecno optimistas por naturaleza y formación-; fallan en este entendimiento.
La curva del crecimiento del bienestar social del siglo XX los suele marear. Por un lado, porque suponen que como la historia muestra que la tecnología siempre fue aliada del progreso y de la mejora de las condiciones de vida en general; en el futuro seguirá el mismo patrón. Me parece un error conceptual.
No hablamos más de proyecciones teóricas y de modelos matemáticos; hoy tenemos evidencia empírica de que la IA está afectando al empleo; preocupación genuina y comprensible, en especial para los jóvenes. El CEO de OpenAI, Sam Altman, dijo a los gobernadores de la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos que los agentes de IA harán que categorías enteras de trabajos queden "simple y totalmente desaparecidas". El CEO de Anthropic, Dario Amodei, dijo que cree que la IA eliminará la mitad de todos los empleos de oficina de nivel inicial en los próximos cinco años. El CEO de Amazon, Andy Jassy, dijo que la empresa eliminará empleos en favor de agentes de IA en los próximos años. El CEO de Shopify, Tobi Lütke, dijo al personal que tenían que demostrar que los nuevos puestos no podían ser realizados por IA antes de contratar a alguien. Y la visión no está limitada a la tecnología. Jim Farley, el CEO de Ford, dijo que espera que la IA reemplace a la mitad de todos los empleos de oficina en Norteamérica.
Además, esta creciente automatización de todo proceso productivo -incluido el "trabajo intelectual"-, podría llevarnos a una situación en la que sea imposible mantener los niveles de vida actuales, incluso para las antiguas clases medías del hemisferio norte; lo que seguirá reforzando el ciclo de erosión de los sistemas democráticos y sociales liberales.
Peor. La crisis de deuda internacional está llevando a los gobiernos a profundizar políticas de austeridad que privatizan o cancelan sus servicios de asistencia social, de educación y de seguridad; quebrantando el Contrato Social en el que se basan las sociedades occidentales y socavando aún más la precaria legitimidad de los sistemas democráticos representativos actuales.
Una era de pasiones tristes
La política se muestra incapaz de generar nuevas ideas y modelos de organización política y social capaces de transformar a las sociedades en cuerpos sociales capaces de resistir -menos de resolver- las crisis actuales o por venir. Y, mientras las crisis ganan "momento"; la política se estanca y se aferra a categorías que no existen más. Los movimientos sociales tampoco son capaces de articular nuevas visiones ideológico-políticas. Por el contrario, se anquilosan en su propia complacencia y derechos adquiridos y, también ellos, se aferran a categorías que no existen más.
Los debates se estancan entre discusiones vacías entre una derecha cada vez más radicalizada y una izquierda cada día más conservadora. François Dubet afirma que vivimos "una época de pasiones tristes": un mundo desigual que lleva a la frustración, la indignación, la ira y el resentimiento; todas pasiones que desalientan la búsqueda de una sociedad mejor.
Líderes de barro
Ante estas tensiones estructurales nuevas y antiguas; muchas muy profundas y complejas; se suman liderazgos descabellados que ignoran, simplifican, distorsionan o niegan la realidad. Visiones que anulan el futuro y que matan las utopías a insultos, bravuconadas y golpes.
"Superar nuestras restricciones actuales implica mucho más que una simple lucha por una sociedad global más racional. Creemos que debe incluir también la recuperación de los sueños que fascinaron a muchos desde mediados del siglo XIX hasta los albores de la era neoliberal, sueños del homo sapiens en busca de expansión más allá de los límites del planeta y de nuestras formas corporales inmediatas.", dicen Alex Williams y Nick Srni ek, desde el "Manifiesto Aceleracionista"; una obra de contenido polémico en abierta contraposición a las vertientes, muchas de ellas de izquierda, que atribuyen una connotación negativa al desarrollo, al crecimiento o a la productividad global.
"El futuro necesita ser reconstruido. El capitalismo neoliberal se ocupó de demolerlo, reduciéndolo a un depreciado horizonte de mayor desigualdad, conflicto y caos. Este colapso de la idea de futuro es sintomático del estatus histórico regresivo de nuestra época y no, como muchos cínicos de todo el espectro político nos quieren hacer creer, un signo de madurez escéptica. Lo que el aceleracionismo promueve es un futuro más moderno; una modernidad alternativa que el neoliberalismo es intrínsecamente incapaz de generar. El futuro debe ser partido al medio otra vez para liberar y abrir nuestros horizontes hacia las posibilidades universales del Afuera" agregan, con pasión.
Así, estos nuevos tecno-utopistas, abogan por una aceleración de la tecnología con el argumento de que esta ayudará a resolver y superar todos los conflictos imaginables. Mi percepción, en cambio, es que una aceleración de la tecnología sólo agravará los conflictos llevándolos a un punto de ruptura sin posibilidad de recuperación; al menos en el corto y mediano plazo. La aceleración de una tecnología desbocada podría llevarnos por un camino de mayor inequidad y fragmentación social y a un callejón sin salida. Una fragmentación lenta que podría conducirnos a un fuerte y violento primitivismo; a una situación de crisis permanente; y hacia distintas formas de colapso colectivo.
Creo que seguimos perdiendo de vista lo importante: cuál es el sentido de la economía, de la política y de la tecnología. Cuál es el sentido de la humanidad. La economía y la política son herramientas que sólo deben servir para gestionar con eficiencia recursos escasos; y conseguir una correcta y sensata asignación de prioridades en pos del bien común; el que también debe ser reconstruido. Por otro lado, la tecnología debe ser un factor de inclusión; no de exclusión como es hoy y como lo será, de manera cada vez más pronunciada, de ahora en más.
Si se pierden de vista estos propósitos, entonces quizás sólo sigamos fomentando más pasiones tristes, y nos encaminemos hacia un futuro fragmentado, primitivo, violento, distópico e imprevisible que sólo augure una mayor precarización y vulnerabilidad; a una mayor velocidad. Ojalá esté equivocado. Ojalá.