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Por Matías Karlsson
Hasta hace muy poco, la inteligencia artificial era una herramienta extraordinaria, pero su alcance era limitado. Nos ayudaba a responder preguntas, redactar textos o analizar datos con rapidez, pero siempre bajo nuestra guía. Este año, sin embargo, algo cambió de manera radical. En 2024, la IA dejó de ser solo reactiva para convertirse en autónoma. Es decir, pasó de hacer lo que le pedimos a entender lo que necesitamos y encontrar las soluciones por sí sola. Este avance, que hoy llamamos "agentic AI", nos abre puertas a un mundo lleno de posibilidades y desafíos.
Para explicar qué significa este salto, pensemos en algo sencillo: un GPS. Antes, simplemente nos indicaba el camino a seguir, pero todas las decisiones quedaban en nuestras manos. Ahora, imaginemos un GPS que no solo te dice por dónde ir, sino que organiza cada detalle de tu viaje: reserva el hotel, encuentra un lugar para comer según tus gustos y adapta todo si surge un imprevisto. Ese nivel de autonomía es lo que hoy está haciendo la agentic AI.
Modelos como AutoGPT y AgentGPT representan esta nueva generación. Son capaces de entender un objetivo y descomponerlo en pasos, tomar decisiones por su cuenta y ajustarse a lo que sucede en el camino. Por ejemplo, si les pedís que organicen un evento, no solo te sugerirán ideas: contactarán proveedores, gestionarán presupuestos y enviarán invitaciones, sin que tengas que intervenir. Esta capacidad de cerrar ciclos de acción es lo que diferencia a esta IA de las generaciones anteriores.
Por cuenta propia
Pero este avance va más allá de lo técnico. Si 2018 nos sorprendió con GPT-2 y su capacidad para generar texto, y 2020 revolucionó nuestras interacciones con GPT-3, este 2024 será recordado como el año en que la IA comenzó a actuar por cuenta propia. Este cambio tiene implicancias que están transformando industrias enteras, desde las finanzas hasta la medicina, pero también toca un aspecto mucho más cercano: la educación.
Cuando hablamos de educación, pensamos en algo profundamente humano: un maestro que adapta sus explicaciones a las necesidades de cada alumno, que encuentra formas creativas de inspirar a sus estudiantes. Pero la realidad es que muchas veces ese ideal se ve limitado por la falta de tiempo o recursos. Aquí es donde la inteligencia artificial puede hacer algo realmente revolucionario.
Imaginemos una clase donde cada alumno recibe una ruta de aprendizaje personalizada. La IA podría identificar qué temas representan un desafío para cada estudiante y ofrecer explicaciones en el lenguaje y formato que mejor se adapten a su estilo de aprendizaje. Para algunos será visual, para otros práctico, y para otros, una combinación de ambos. Los maestros, en lugar de estar abrumados con tareas repetitivas, podrían concentrarse en lo que mejor saben hacer: enseñar, inspirar y guiar.
¿Te imaginás cómo sería una educación donde ningún alumno queda rezagado porque no entendió una explicación en su primera forma? Donde todos pueden avanzar a su ritmo y encontrar soluciones diseñadas para ellos. Esto no es ciencia ficción. Este tipo de personalización ya está empezando a implementarse, y la velocidad de los avances sugiere que en pocos años podría ser una realidad común en las aulas de todo el mundo.
Y no solo se trata de los alumnos. Pensemos en los maestros, que hoy más que nunca necesitan herramientas para enfrentar las demandas de un sistema educativo que a veces parece diseñado para hacerlos correr detrás del reloj. La IA puede liberarles tiempo, ayudándoles a planificar clases o a corregir trabajos automáticamente, y darles la posibilidad de concentrarse en lo esencial: conectar con sus estudiantes.
Por supuesto, no todo es perfecto. Como en todo cambio profundo, hay desafíos. Para que estas herramientas lleguen a todos, necesitamos asegurar que sean accesibles y equitativas. Y también debemos educarnos. Así como en su momento aprendimos a usar computadoras, hoy debemos prepararnos para convivir con la inteligencia artificial y aprovecharla como una extensión de nuestras capacidades.
Y esto no aplica solo a las aulas. En todas las áreas de nuestra vida, la inteligencia artificial nos está desafiando a repensar cómo trabajamos y cómo vivimos. Ya no alcanza con dominar una sola habilidad; necesitamos ser flexibles, creativos y aprender constantemente.
Porque lejos de reemplazarnos, la IA está diseñada para complementarnos, para liberarnos de las tareas repetitivas y darnos más espacio para ser humanos.
Pero ¿qué podemos esperar para el futuro? Si 2024 fue el año en que la IA empezó a caminar sola, 2025 podría ser el año en que la veamos realmente transformar nuestras vidas de maneras aún más profundas. Es posible que veamos avances en la medicina, donde los agentes autónomos colaboren con los médicos para diseñar tratamientos personalizados. O en la investigación científica, donde estas herramientas ayuden a resolver problemas complejos más rápido que nunca.
Sin embargo, lo más importante es que esta tecnología también está acercándose a las personas. Cada vez más, la IA está al alcance de quienes nunca imaginaron que podrían utilizarla: pequeñas empresas, estudiantes, emprendedores. Y esto nos da la oportunidad de que no sea un cambio que beneficie solo a unos pocos, sino a todos.
Hace tan solo unos años, hablar de inteligencia artificial era casi un tema de ciencia ficción. Hoy, está presente en las decisiones más importantes y en los gestos más simples de nuestra vida cotidiana. Pero lo más emocionante no es lo que ya ha logrado, sino lo que todavía falta por descubrir. La velocidad de estos avances nos obliga a mantenernos curiosos, abiertos y dispuestos a aprender. Porque el futuro no es algo que simplemente llega: es algo que construimos, juntos, con cada decisión que tomamos.