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Los dos años de Milei, un indicio de tiempos de cambio

Domingo, 28 de diciembre de 2025 01:04
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El año que termina pone en evidencia la profunda transformación que atraviesa el mundo y que se refleja en la vida de los pueblos.

No se trata de la revolución tecnológica, que por cierto es decisiva, sino de los cambios en la sociedad y en la vida política, donde muchas tradiciones y todos los partidos clásicos son desplazados y casi esterilizados por fuerzas que proponen todo lo contrario de aquello que parecía inamovible. Es la cultura occidental la que está en crisis.

La debacle del populismo bolivariano va abriendo paso en América latina a nuevas corrientes que, a su modo, reclaman volver a lo que consideran los valores genuinos de Occidente. Y por eso también, el controvertido liderazgo de Donald Trump se consolida en la región y condiciona al viejo continente.

En la Argentina estamos viviendo una etapa inédita. El gobierno de Javier Milei no es comparable a ninguno de los que lo precedieron. Simplemente, porque surgió con una propuesta absolutamente contestataria que se impuso frente al fracaso de todas las formas del peronismo, sintetizado en el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, asumió la presidencia en medio de un colapso inflacionario y sobrevivió a todas las profecías agoreras de los derrotados.

El éxito del equipo económico frente a la inflación y el sostenimiento inestable del equilibrio fiscal fueron un instrumento que le permitió renovar el crédito en momentos difíciles. Luego de la derrota en las elecciones legislativas bonaerenses, el triunfo en las nacionales de octubre se plasmó en un notable fortalecimiento en el Congreso. No solo aumentó el número de diputados y senadores oficialistas, sino que la capacidad de negociar acuerdos con bancadas afines y con los gobernadores en general le permitieron contar con el primer presupuesto de su gestión. Y este logro fue doble, porque el gobierno aceptó dos reformas que impusieron los diputados no oficialistas y logró la sanción contundente de la ley en el Senado, donde el peronismo dejó en evidencia una posición de debilidad que nunca tuvo desde 1983. El otro espacio donde lograron un éxito evidente es en el control de las calles. El pago directo de los planes sociales desactivó a los dirigentes políticos que lucraban con ese sistema clientelar y extorsionaban a los sectores de menos ingresos para movilizarlos sistemáticamente.

Hoy hay demandas de los jubilados, la educación pública o los discapacitados, a veces alteradas por la presencia de provocadores con intereses propios.

El presidente y su gabinete han demostrado un poder de resiliencia notable, y la oposición se muestra desconcertada.

Pero Milei no heredó solo una crisis de estanflación; se hizo cargo de un país inestable, que hace años perdió la senda del desarrollo, que carece de incentivos para inversiones a largo plazo. Un país con una prolongada caída del trabajo registrado, donde la informalidad está ganando la batalla. Y con provincias que cargan con un enorme costo por la falta de infraestructura y logística para la producción, el desarrollo tecnológico y la exportación. Y, además, los gobernadores mantienen intacta la política clientelar.

Hay mucho que hacer en materia laboral, tributaria y previsional, incluida la coparticipación, reformas que deben ir a fondo, con mucho realismo y sin dejar en el desamparo a nadie. Por eso, para que el éxito del país sea duradero, deben sellarse acuerdos que garanticen los derechos adquiridos y la calidad de vida. Esos acuerdos no son una utopía. Requieren de la participación de quienes transitan por la "ancha avenida del centro".

Es necesario hacerse a la idea de que, por más que todo cambie, la única posibilidad para que el país ofrezca garantías de estabilidad es el surgimiento de partidos con sentido común, sin mesianismo de ningún signo y con la dinámica suficiente como para manejarse en un mundo y en un país en tiempos de incertidumbre y cambios.

 

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