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Las montañas de colores en Salta y Jujuy

Domingo, 29 de julio de 2012 21:15

Una de las características del paisaje del norte argentino es la policromía de sus rocas, de sus formaciones geológicas, montañas, quebradas y demás relieves. De alguna manera están representados los colores del espectro, tanto a nivel de colores primarios como de una intensa mezcla de infinitas tonalidades. Salvo unas pocas comarcas monocromáticas de la Puna el resto de la región luce una variada gama de coloraciones que la convierten en un valioso atractivo para el turismo. Como se sabe, el color es tanto una cuestión física como también psicológica y como tal fue abordado por Newton y por Goethe respectivamente. Newton se dio cuenta que la luz solar podía ser descompuesta en un prisma en los distintos colores del arco iris. El ojo humano captura una parte de la luz visible del espectro electromagnético y sus receptores en la retina leen las longitudes de onda que generan impulsos nerviosos que se transmiten al cerebro. El ojo humano está preparado para ver una muy estrecha porción del espectro electromagnético. Cuanta más luz, mayor será la captación de los colores al punto que cuando oscurece pasamos a ver en blanco y negro. Los colores primarios básicos son el rojo, verde y azul.

Una manzana es roja porque refleja el rojo mientras que absorbe el verde y el azul. Lo mismo pasa con una roca roja. Goethe pensaba que el color era una cuestión subjetiva y que estaba relacionado con la manera en que cada uno procesaba en su vista y en su cerebro las longitudes de onda del espectro electromagnético. En síntesis, la percepción del color dependía de la experiencia individual. El color sería, siguiendo a Goethe, un estado de luz y de ánimo. El color que percibimos es entonces un concepto psicofísico cuyos atributos sensoriales son claridad, tono y croma; o luminosidad, tono y saturación, que se correlacionan con flujo luminoso, longitud de onda dominante y pureza de la luz, lo que provoca la sensación visual al estimular la retina del ojo humano. Los cielos limpios y transparentes del norte argentino permiten una radiación solar intensa que magnifica los colores naturales de los paisajes. No es raro encontrar una amplísima variedad de topónimos que hacen referencia a los colores, entre ellos el famoso “Cerro de los Siete Colores” de Purmamarca, la “Paleta del Pintor” en Maimará y una amplia variedad de cerros que llevan los nombres de Negro, Verde, Blanco, Azul, Rosado, Bayo, Amarillo, entre otros. Lugares como Peñas Azules, Peñas Blancas o Los Colorados son topónimos comunes en nuestra geografía. Salta era mencionada en viejas guías turísticas como la ciudad de los “cerros azules”.

Efectivamente, cuando miramos hacia las cordilleras del poniente en los días despejados, la parte media a superior de las montañas que están libres de vegetación o nieve, muestran un color en las tonalidades del azul al gris. Esto es válido para los cerros de Lesser, Nevados de Castillo y su prolongación al sur hasta Campo Quijano, pero también para muchos otros cerros, serranías y núcleos montañosos donde aflora un tipo de roca que es la que otorga esa tonalidad azulina. Se trata de la formación puncoviscana, la que se presenta normalmente en lajas grises a verdes como producto de la descamación de estratos de rocas formadas en un ambiente oceánico allá por el límite entre el Precámbrico y el Cámbrico, esto es unos 550 millones de años atrás. Esas rocas están muy bien expuestas y pueden ser apreciadas a lo largo de la ruta nacional 51, en el cañón de la Quebrada del Toro, entre Campo Quijano e Ingeniero Maury. Son las mismas rocas que se encuentran en las sierras de Cachi-Palermo, Sierra de Muñano, Sierra de Cobres, Cordón de Lampasillos, en el núcleo de la Sierra de Tintín, en las altas sierras que bordean por ambas márgenes a la Quebrada de Humahuaca, en el cerro Malcante, Cuesta del Obispo y Cumbres de Zamaca, Sierra de Chañi, Sierra de Santa Victoria y muchos otros lugares.

Todas esas sierras lucen sus cumbres peladas con ese color gris azulino a morado grisáceo que llevan a definirlos generalizadamente como cerros azules. El otro color notable de las rocas y paisajes del norte argentino es el rojo. Existe un conjunto de formaciones geológicas del período Cretácico llamadas el subgrupo pirgua que se caracterizan por los fuertes colores rojo ladrillo a rojo sangre. Son las rocas areniscosas que forman la Quebrada de las Conchas en el camino a Cafayate, entre el cerro Quitilipi de Alemanía y el cerro Zorrito, y que representan un pequeño “Cañón del Colorado” salteño. Las sierras que limitan ambos flancos de la quebrada, las de Carahuasi y las de León Muerto, están formadas por esos estratos del pirgua. Muchos de los topónimos del norte argentino que hacen referencia a “Colorados”, “Los Colorados”, “Morado” coinciden, en algunos casos, con estas formaciones geológicas. En Bolivia estas capas toman el nombre de “puca” que en quechua significa precisamente rojo. Los otros colores en quechua son: blanco (yuraq), negro (yana), amarillo (q'illu), azul (anqa), verde (q'umir), anaranjado (willapi), café oscuro (ch'unpi), gris (ch'ixchi), celeste (pursila), morado (kulli) y dorado (qurichisqa). Muchos topónimos del noroeste argentino son de origen quechua y algunos hacen referencia al tema del color.

A las capas del pirgua se le superponen las calizas amarillas de la formación yacoraite, depositadas a fines del período Cretácico y que son contemporáneas de la extinción de los dinosaurios. Muchos de los topónimos de cerros bayos o amarillos se corresponden con esta formación. El lugar clásico es el cerro Yacoraite en la Quebrada de Humahuaca, a mitad de camino entre Huacalera y Chucalezna, también conocido como la “Pollera de la coya”. También el cerro Amarillo (3.646 m) en la sierra de Calilegua, las cumbres de las Peñas Blancas al este del dique de Cabra Corral, el cerro Bayo (4.238 m) frente a Ingeniero Maury en la Quebrada del Toro, los cerros que rodean Amblayo y el Valle del Tonco, el cerro Quitilipi, entre muchos otros. También hay cerros que llevan por nombre amarillo, pero corresponden a otros tipos de rocas, caso del granito del cerro Amarillo cerca de Cafayate. Algunos volcanes de la Puna, basálticos, llevan el nombre de cerro Negro, e incluso se encuentra el volcán Cerro Verde en la cadena volcánica del Quevar. Las rocas policromáticas del período Terciario dan lugar a topónimos como el de Piedras Azules en el cañón del río Juramento o el “Desierto Pintado” en el camino desde el parque nacional Los Cardones a Seclantás.

En la mayoría de los casos el color de las rocas o los minerales es la consecuencia de elementos químicos cromóforos que tiñen fuertemente a las rocas, tales como hierro, manganeso, cobre, cromo, cobalto, níquel y vanadio. Entre ellos el hierro en sus estados de oxidación férrico y ferroso es el autor de la mayoría de los colores que se ven en las rocas, cerros y montañas que conforman los bellos paisajes del norte argentino.

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Una de las características del paisaje del norte argentino es la policromía de sus rocas, de sus formaciones geológicas, montañas, quebradas y demás relieves. De alguna manera están representados los colores del espectro, tanto a nivel de colores primarios como de una intensa mezcla de infinitas tonalidades. Salvo unas pocas comarcas monocromáticas de la Puna el resto de la región luce una variada gama de coloraciones que la convierten en un valioso atractivo para el turismo. Como se sabe, el color es tanto una cuestión física como también psicológica y como tal fue abordado por Newton y por Goethe respectivamente. Newton se dio cuenta que la luz solar podía ser descompuesta en un prisma en los distintos colores del arco iris. El ojo humano captura una parte de la luz visible del espectro electromagnético y sus receptores en la retina leen las longitudes de onda que generan impulsos nerviosos que se transmiten al cerebro. El ojo humano está preparado para ver una muy estrecha porción del espectro electromagnético. Cuanta más luz, mayor será la captación de los colores al punto que cuando oscurece pasamos a ver en blanco y negro. Los colores primarios básicos son el rojo, verde y azul.

Una manzana es roja porque refleja el rojo mientras que absorbe el verde y el azul. Lo mismo pasa con una roca roja. Goethe pensaba que el color era una cuestión subjetiva y que estaba relacionado con la manera en que cada uno procesaba en su vista y en su cerebro las longitudes de onda del espectro electromagnético. En síntesis, la percepción del color dependía de la experiencia individual. El color sería, siguiendo a Goethe, un estado de luz y de ánimo. El color que percibimos es entonces un concepto psicofísico cuyos atributos sensoriales son claridad, tono y croma; o luminosidad, tono y saturación, que se correlacionan con flujo luminoso, longitud de onda dominante y pureza de la luz, lo que provoca la sensación visual al estimular la retina del ojo humano. Los cielos limpios y transparentes del norte argentino permiten una radiación solar intensa que magnifica los colores naturales de los paisajes. No es raro encontrar una amplísima variedad de topónimos que hacen referencia a los colores, entre ellos el famoso “Cerro de los Siete Colores” de Purmamarca, la “Paleta del Pintor” en Maimará y una amplia variedad de cerros que llevan los nombres de Negro, Verde, Blanco, Azul, Rosado, Bayo, Amarillo, entre otros. Lugares como Peñas Azules, Peñas Blancas o Los Colorados son topónimos comunes en nuestra geografía. Salta era mencionada en viejas guías turísticas como la ciudad de los “cerros azules”.

Efectivamente, cuando miramos hacia las cordilleras del poniente en los días despejados, la parte media a superior de las montañas que están libres de vegetación o nieve, muestran un color en las tonalidades del azul al gris. Esto es válido para los cerros de Lesser, Nevados de Castillo y su prolongación al sur hasta Campo Quijano, pero también para muchos otros cerros, serranías y núcleos montañosos donde aflora un tipo de roca que es la que otorga esa tonalidad azulina. Se trata de la formación puncoviscana, la que se presenta normalmente en lajas grises a verdes como producto de la descamación de estratos de rocas formadas en un ambiente oceánico allá por el límite entre el Precámbrico y el Cámbrico, esto es unos 550 millones de años atrás. Esas rocas están muy bien expuestas y pueden ser apreciadas a lo largo de la ruta nacional 51, en el cañón de la Quebrada del Toro, entre Campo Quijano e Ingeniero Maury. Son las mismas rocas que se encuentran en las sierras de Cachi-Palermo, Sierra de Muñano, Sierra de Cobres, Cordón de Lampasillos, en el núcleo de la Sierra de Tintín, en las altas sierras que bordean por ambas márgenes a la Quebrada de Humahuaca, en el cerro Malcante, Cuesta del Obispo y Cumbres de Zamaca, Sierra de Chañi, Sierra de Santa Victoria y muchos otros lugares.

Todas esas sierras lucen sus cumbres peladas con ese color gris azulino a morado grisáceo que llevan a definirlos generalizadamente como cerros azules. El otro color notable de las rocas y paisajes del norte argentino es el rojo. Existe un conjunto de formaciones geológicas del período Cretácico llamadas el subgrupo pirgua que se caracterizan por los fuertes colores rojo ladrillo a rojo sangre. Son las rocas areniscosas que forman la Quebrada de las Conchas en el camino a Cafayate, entre el cerro Quitilipi de Alemanía y el cerro Zorrito, y que representan un pequeño “Cañón del Colorado” salteño. Las sierras que limitan ambos flancos de la quebrada, las de Carahuasi y las de León Muerto, están formadas por esos estratos del pirgua. Muchos de los topónimos del norte argentino que hacen referencia a “Colorados”, “Los Colorados”, “Morado” coinciden, en algunos casos, con estas formaciones geológicas. En Bolivia estas capas toman el nombre de “puca” que en quechua significa precisamente rojo. Los otros colores en quechua son: blanco (yuraq), negro (yana), amarillo (q'illu), azul (anqa), verde (q'umir), anaranjado (willapi), café oscuro (ch'unpi), gris (ch'ixchi), celeste (pursila), morado (kulli) y dorado (qurichisqa). Muchos topónimos del noroeste argentino son de origen quechua y algunos hacen referencia al tema del color.

A las capas del pirgua se le superponen las calizas amarillas de la formación yacoraite, depositadas a fines del período Cretácico y que son contemporáneas de la extinción de los dinosaurios. Muchos de los topónimos de cerros bayos o amarillos se corresponden con esta formación. El lugar clásico es el cerro Yacoraite en la Quebrada de Humahuaca, a mitad de camino entre Huacalera y Chucalezna, también conocido como la “Pollera de la coya”. También el cerro Amarillo (3.646 m) en la sierra de Calilegua, las cumbres de las Peñas Blancas al este del dique de Cabra Corral, el cerro Bayo (4.238 m) frente a Ingeniero Maury en la Quebrada del Toro, los cerros que rodean Amblayo y el Valle del Tonco, el cerro Quitilipi, entre muchos otros. También hay cerros que llevan por nombre amarillo, pero corresponden a otros tipos de rocas, caso del granito del cerro Amarillo cerca de Cafayate. Algunos volcanes de la Puna, basálticos, llevan el nombre de cerro Negro, e incluso se encuentra el volcán Cerro Verde en la cadena volcánica del Quevar. Las rocas policromáticas del período Terciario dan lugar a topónimos como el de Piedras Azules en el cañón del río Juramento o el “Desierto Pintado” en el camino desde el parque nacional Los Cardones a Seclantás.

En la mayoría de los casos el color de las rocas o los minerales es la consecuencia de elementos químicos cromóforos que tiñen fuertemente a las rocas, tales como hierro, manganeso, cobre, cromo, cobalto, níquel y vanadio. Entre ellos el hierro en sus estados de oxidación férrico y ferroso es el autor de la mayoría de los colores que se ven en las rocas, cerros y montañas que conforman los bellos paisajes del norte argentino.

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