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?Es la crecida más brava que vieron mis ojos?

Viernes, 25 de enero de 2013 02:40

Lucio Rojas tiene el respeto de la gente de su tierra. Pasa sus días en la casa que le dejara su abuelo, después de haberla heredado a su vez de su bisabuelo, don Tiburcio Balderrama, que llegó al lugar cuando todavía se definían los límites de la república, hace más de 100 años. Desde el mítico puesto de Marca Borrada, el criollo que sabe mil coplas vio cruzar el río a los primeros chorotes de esa zona que escapaban de la Guerra del Chaco, como le llamaron a la despiadada disputa entre las vecinas Bolivia y Paraguay, durante los años 30. Esos descendientes son hoy una de las 50 comunidades aborígenes que hay en Santa Victoria Este, en el departamento Rivadavia. También fue testigo de decenas de crecientes en el Pilcomayo, que la mayor parte del año pasa callado y casi inadvertido, pero que en temporada de lluvias se vuelve una bestia marrón de agua y barro que lo cubre todo. Pero en sus 73 años de vida nunca había visto al río tan embravecido como en estos días, donde más de 1.500 personas tuvieron que autoevacuarse y 5.000 se encuentran aisladas. “Es la crecida más jodida que hayan visto mis ojos”, le dijo a El Tribuno.

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Lucio Rojas tiene el respeto de la gente de su tierra. Pasa sus días en la casa que le dejara su abuelo, después de haberla heredado a su vez de su bisabuelo, don Tiburcio Balderrama, que llegó al lugar cuando todavía se definían los límites de la república, hace más de 100 años. Desde el mítico puesto de Marca Borrada, el criollo que sabe mil coplas vio cruzar el río a los primeros chorotes de esa zona que escapaban de la Guerra del Chaco, como le llamaron a la despiadada disputa entre las vecinas Bolivia y Paraguay, durante los años 30. Esos descendientes son hoy una de las 50 comunidades aborígenes que hay en Santa Victoria Este, en el departamento Rivadavia. También fue testigo de decenas de crecientes en el Pilcomayo, que la mayor parte del año pasa callado y casi inadvertido, pero que en temporada de lluvias se vuelve una bestia marrón de agua y barro que lo cubre todo. Pero en sus 73 años de vida nunca había visto al río tan embravecido como en estos días, donde más de 1.500 personas tuvieron que autoevacuarse y 5.000 se encuentran aisladas. “Es la crecida más jodida que hayan visto mis ojos”, le dijo a El Tribuno.

“En el año 51 recuerdo que llegó una creciente muy grande. Pero no me acuerdo alguna como la de esta vuelta. La masa de agua que venía era cosa de temer, intimidaba. Se veía una lonja de más de una legua de agua que daba para armar cinco ríos. Nunca ocurrió que el agua llegue hasta las casas como en estos días”, comentó Rojas.

“Los vehículos siguen sin pasar. A Santa Victoria solo están llegando en tractor, pero en camioneta todavía es imposible”, informó Rojas. Pero lo más alarmante está ocurriendo en las poblaciones aborígenes, como en La Merced Nueva, vecina del puesto Marca Borrada. “Lo que vi me ha dado una gran impotencia. No lo puedo poner en palabras. Es algo de un dolor muy grande. En La Merced Nueva quedaron pocas casa paradas, la mayoría se cayó. Es algo que nunca pasó. Antes el agua no llegaba a las casas. La gente está a la intemperie y se necesitan plásticos y agua”, dijo.

La correntada se achica desde la creciente del martes, pero en su retirada dejó el campo inservible y miles de animales muertos. “El río esta bajo, casi normal, pero las riveras son un pantanal impresionante. Hay un olor a podrido importante y animales muertos. Ahora se vienen las enfermedades, pero pensamos que el agua va a volver si llueve arriba en Bolivia o acá mismo, que hasta el momento no llegó”, analizó.

Otra de las consecuencias es la pérdida de animales. Chivos y vacas aparecen empantanadas de muerte en la retirada del agua. Cientos de puesteros criollos perderán con esta creciente ingresos y cientos de comunidades aborígenes el alimento que le brindaban sus rebaños de chivas. “Tengo mis animales, que es todo mi capital, en el agua. Solo recuperé 14 vacas. Pero se me están muriendo varias y todavía no puedo saber cuántas, por lo menos hay 7 muertas. Intenté llegar a caballo pero se hunde en el barro y por partes hay que nadar. No hay pasto y cuando pase el agua, vamos a estar complicados”, dijo Rojas, símbolo del Chaco salteño.

 La solidaridad en movimiento

Ante las desgracias aparecen las manos solidarias. Las cadenas anónimas se reproducen por las redes sociales y desde cientos de hogares argentinos se vuelcan donaciones y horas de trabajo para ayudar a los que más lo necesitan. Eso es lo que está pasando en este momento después de la crecida del Pilcomayo que afectó a miles de personas de las poblaciones aborígenes más vulnerables de la Argentina. La organización Juntos Por una Vida Mejor, que tiene base en Rosario, Santa Fe, está hace días juntando donaciones y se puede colaborar desde la página que tienen en Facebook. Punilla Solidaria, de Córdoba, también coordina su ayuda con Juntos Por una Vida Mejor, vinculada al cantante popular Jorge Rojas, nacido en la zona.
Por otra parte, el gobernador de la Provincia, Juan Manuel Urtubey, visitó la zona por segundo día consecutivo. “El agua está bajando y tenemos la tranquilidad de que las cosas se están conduciendo de manera razonable; frente a esto somos optimistas”, manifestó mientras supervisaba la entrega de ayuda.

¿Y la comisión del Pilcomayo?

En la década de 1970 la Argentina, Paraguay y Bolivia firmaron una serie de convenios que prohibían las decisiones unilaterales para realizar obras que modificaran la cuenca del Pilcomayo. “Existe una comisión trinacional del río Pilcomayo. Se ve qué funciona muy bien en Bolivia y Paraguay, porque tienen al río controlado. Pero del lado argentino nadie hace nada. En Villamontes, Bolivia, hay máquinas anfibias trabajando día y noche. Las aguas no llegaron a las casas. En cambio en la rivera argentina no se conoce ningún trabajo”, analizó Rojas.


 

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