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Gasto público e inflación

Lunes, 13 de octubre de 2014 00:53

Gasto público e inflación

En el ámbito populista existe la convicción de que el gasto público es "redistributivo", o sea que mejora relativamente el ingreso de los asalariados, a la vez que el populismo niega que el gasto público tenga efectos inflacionarios. De acuerdo con esta visión, parece interesante entonces tratar de indagar si esto efectivamente es así.
Suponiendo que la demanda total de la economía está repartida entre el consumo de las familias, la inversión a las empresas y el gasto público del Gobierno, si se le asigna arbitrariamente el valor de 70 al consumo, 20 a la inversión y 10 al gasto público, por ejemplo, la demanda de esta economía sumaría 100, representando el consumo el 70%, la inversión el 20% y el gasto público el 10%, ¿verdad?
Supóngase ahora que el Gobierno incrementa el gasto público y lo lleva a 20, para lo cual le cobra 10 más de impuestos a las familias. La nueva cuenta daría 60 para el consumo -los 70 iniciales menos los 10 de impuestos- 20 de inversión y 20 de gasto público. Por supuesto, la demanda total sigue sumando 100; no obstante, se advierte que la participación del consumo ya no es del 70%, sino del 60% -o sea 60 en lugar de 70, respecto a 100- a la vez que el gasto público trepó del 10% al 20%. ¿Hay algún efecto "redistributivo" en esto? Por supuesto que ninguno, excepto para el Gobierno, que tiene para sí una porción mayor del producto o ingreso: el 20% en lugar del 10%.
Si el Gobierno eleva nuevamente el gasto en otros 10, pero en este caso las familias se niegan a pagar más impuestos, el Gobierno tendría que "crear" los medios de pago necesarios, o sea, le exige al Banco Central que le entregue los 10 que le faltan imprimiendo más dinero. ¿Cómo queda ahora la cuenta? El consumo sigue siendo 60; la inversión se mantiene también en 20, pero el gasto público ahora es 30, a la vez que la demanda total ha aumentado a 110. Sin embargo, en términos "redistributivos", la participación del consumo ya no es del 60%, sino de menos del 55%, como surge al comparar 60 con 110, en lugar de los 60 respecto a 100 como antes. Análogamente, la participación de la inversión ya no es del 20% sino del 18%, en tanto la del gobierno trepa a casi el 37%.
A todo esto, cabe preguntarse qué pasa con la producción. En la situación inicial, la demanda de la economía distribuida entre el consumo, la inversión y el propio gasto público alcanzaba 100; pero cabe preguntarse si al aumentar el Gobierno su gasto sin quitarle poder de compra a otros sectores, la producción también aumentará; en otras palabras, interesa saber si la producción también ascenderá a 110. En condiciones normales, toda mayor producción implica aumentos de precios, porque se requiere un mayor uso de los recursos productivos y esto conlleva fricciones que implican subas de costos. Por lo tanto, de los 10 adicionales, o sea, al pasar de 100 a 110, una parte se transformará en mayor producción y otra parte en mayores precios. Por supuesto, cuanto más aumente el gasto público, más representarán las subas de precios del valor de la producción y menos la de la producción física.
Se tiene entonces que la suba sistemática del gasto público no solo no es redistributiva, sino que, además, es inflacionaria. ¿Pero no era que Keynes sostenía que había que aumentar el gasto público porque posibilitaba aumentar la producción y mejorar la distribución del ingreso? En realidad, Keynes nunca habló de la distribución del ingreso, a la que consideraba dada en su modelo, y en cuanto a la potencia del gasto para aumentar la producción y el empleo, él la limitaba al caso en que existiera una fuerte depresión con deflación de precios, escenario en el que el consumo y la inversión están reducidos por la propia depresión, y no a la situación en la que el consumo está deprimido por la caída de los ingresos reales e impuestos distorsivos y confiscatorios, y la inversión reducida a un mínimo por la conculcación de los derechos de propiedad y la inseguridad jurídica, todo ello unido a una inflación galopante.
En síntesis, el aumento sistemático del gasto público no es en absoluto "keynesiano", ni mucho menos, "redistributivo", pero en cambio es fuertemente inflacionario.

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Gasto público e inflación

En el ámbito populista existe la convicción de que el gasto público es "redistributivo", o sea que mejora relativamente el ingreso de los asalariados, a la vez que el populismo niega que el gasto público tenga efectos inflacionarios. De acuerdo con esta visión, parece interesante entonces tratar de indagar si esto efectivamente es así.
Suponiendo que la demanda total de la economía está repartida entre el consumo de las familias, la inversión a las empresas y el gasto público del Gobierno, si se le asigna arbitrariamente el valor de 70 al consumo, 20 a la inversión y 10 al gasto público, por ejemplo, la demanda de esta economía sumaría 100, representando el consumo el 70%, la inversión el 20% y el gasto público el 10%, ¿verdad?
Supóngase ahora que el Gobierno incrementa el gasto público y lo lleva a 20, para lo cual le cobra 10 más de impuestos a las familias. La nueva cuenta daría 60 para el consumo -los 70 iniciales menos los 10 de impuestos- 20 de inversión y 20 de gasto público. Por supuesto, la demanda total sigue sumando 100; no obstante, se advierte que la participación del consumo ya no es del 70%, sino del 60% -o sea 60 en lugar de 70, respecto a 100- a la vez que el gasto público trepó del 10% al 20%. ¿Hay algún efecto "redistributivo" en esto? Por supuesto que ninguno, excepto para el Gobierno, que tiene para sí una porción mayor del producto o ingreso: el 20% en lugar del 10%.
Si el Gobierno eleva nuevamente el gasto en otros 10, pero en este caso las familias se niegan a pagar más impuestos, el Gobierno tendría que "crear" los medios de pago necesarios, o sea, le exige al Banco Central que le entregue los 10 que le faltan imprimiendo más dinero. ¿Cómo queda ahora la cuenta? El consumo sigue siendo 60; la inversión se mantiene también en 20, pero el gasto público ahora es 30, a la vez que la demanda total ha aumentado a 110. Sin embargo, en términos "redistributivos", la participación del consumo ya no es del 60%, sino de menos del 55%, como surge al comparar 60 con 110, en lugar de los 60 respecto a 100 como antes. Análogamente, la participación de la inversión ya no es del 20% sino del 18%, en tanto la del gobierno trepa a casi el 37%.
A todo esto, cabe preguntarse qué pasa con la producción. En la situación inicial, la demanda de la economía distribuida entre el consumo, la inversión y el propio gasto público alcanzaba 100; pero cabe preguntarse si al aumentar el Gobierno su gasto sin quitarle poder de compra a otros sectores, la producción también aumentará; en otras palabras, interesa saber si la producción también ascenderá a 110. En condiciones normales, toda mayor producción implica aumentos de precios, porque se requiere un mayor uso de los recursos productivos y esto conlleva fricciones que implican subas de costos. Por lo tanto, de los 10 adicionales, o sea, al pasar de 100 a 110, una parte se transformará en mayor producción y otra parte en mayores precios. Por supuesto, cuanto más aumente el gasto público, más representarán las subas de precios del valor de la producción y menos la de la producción física.
Se tiene entonces que la suba sistemática del gasto público no solo no es redistributiva, sino que, además, es inflacionaria. ¿Pero no era que Keynes sostenía que había que aumentar el gasto público porque posibilitaba aumentar la producción y mejorar la distribución del ingreso? En realidad, Keynes nunca habló de la distribución del ingreso, a la que consideraba dada en su modelo, y en cuanto a la potencia del gasto para aumentar la producción y el empleo, él la limitaba al caso en que existiera una fuerte depresión con deflación de precios, escenario en el que el consumo y la inversión están reducidos por la propia depresión, y no a la situación en la que el consumo está deprimido por la caída de los ingresos reales e impuestos distorsivos y confiscatorios, y la inversión reducida a un mínimo por la conculcación de los derechos de propiedad y la inseguridad jurídica, todo ello unido a una inflación galopante.
En síntesis, el aumento sistemático del gasto público no es en absoluto "keynesiano", ni mucho menos, "redistributivo", pero en cambio es fuertemente inflacionario.

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