A despecho de las fobias eco-fundamentalistas, Rusia se acerca a la Argentina y a Brasil con un proyecto de energía nuclear. Mientras atravesamos esta debacle de la deuda que sume a nuestro país y cuando cada día son más ciertas las posibilidades de embargos a nuestros activos y nuestra integridad territorial, existe la posibilidad de una insospechada salida energética.
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A despecho de las fobias eco-fundamentalistas, Rusia se acerca a la Argentina y a Brasil con un proyecto de energía nuclear. Mientras atravesamos esta debacle de la deuda que sume a nuestro país y cuando cada día son más ciertas las posibilidades de embargos a nuestros activos y nuestra integridad territorial, existe la posibilidad de una insospechada salida energética.
La próxima visita del presidente ruso Vladimir Putin a la Argentina debe ser la oportunidad para firmar esenciales convenios energéticos.
La agencia RIA Novosti nos informa que Rusia prepara un reactor nuclear moderno para una reacción en cadena controlada.
Es el BN-600, de neutrones rápidos y nivel industrial en funcionamiento en la Central de Beloyarsk.
La agencia consignó que el 21 de junio pasado alcanzó la cantidad necesaria de masa crítica para una reacción en cadena controlada. Este tipo de reactor es un prototipo de reactores industriales de energía atómica del futuro que resuelve el problema de carencia de combustible y reduce al mínimo los desechos radiactivos generados mediante un ciclo de combustible cerrado.
El vicedirector de la agencia de energía atómica rusa Rosatom, Kiril Komarov, hizo público que esta forma parte de la lista de empresas homologadas para la construcción de centrales nucleares y anunció que esperan que el gobierno argentino decida cuál es el futuro modelo de desarrollo del programa atómico del país. El viaje de Putín a la región muestra la premura del proyecto. El plan atómico incluye a Brasil.
El jefe de la Corporación Rosatom, Serguei Kirienko, ratificó: “estamos interesados en profundizar nuestra cooperación con Argentina y Brasil”. La energía atómica fue el eje energético central en miras al futuro que ejecutó el general Juan Domingo Perón a partir de la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica el 30 de mayo de 1950.
En 1958 se logró la primera reacción en cadena con un reactor nuclear de investigación construido en el país, lo que significó una autodemostración de capacidades y trazó el sendero para alcanzar la posibilidad de enriquecer uranio, que significaba el camino de autonomía tecnológica.
Las vicisitudes de la CNEA bien puede asimilarse a la de sus científicos y técnicos, cerebros argentinos que en el gobierno del proceso de 1976 fueron secuestrados, torturados, saqueadas sus casas y puestos a disposición del PEN.
Los ingenieros químicos Carlos Calle y Santiago Morazzo, el físico Máximo Victoria y más de treinta profesionales, la mayoría del área de reprocesamiento de combustibles irradiados y separación de plutonio, fueron llevados al buque prisión Bahía Aguirre (atracado en lo que hoy es Puerto Madero) donde permanecieron más de 20 días sometidos a interrogatorios y torturas que los otros presos que estábamos en el mismo barco escuchábamos con angustia y espanto, hasta que fueron trasladados al ARA Paraná, al penal de Devoto o a otros inciertos destinos.
A fines de 1976 fueron desvinculados de la CNEA más de 600 profesionales. Muchos migraron, un selecto grupo a Irán donde fueron los esenciales protagonistas del despegue nuclear de ese país.
En honor a nuestros científicos masacrados y nuestras futuras generaciones, las posibilidades atómicas que hoy Rusia ofrece a nuestro país no deben ser desaprovechadas, por más que el “cambio” sea costoso.
Las inversiones quedarán, absolutamente contrario al saqueo de los canjes y mega-canjes, del drenaje de la deuda externa y perpetua que nos aflige. Lamentablemente la reciente designada Secretaria de Energía, enrolada en la corriente eólica, se encuentra muy lejos de esta propuesta.