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La belleza continúa viviendo como tatuaje | Tendencias

Lunes, 06 de julio de 2015 00:00
"Un tatuaje genuino cuenta una historia. Me gustan las historias y los tatuajes, no importa qué tan bien estén hechos, y si no cuentan una historia que te involucra emocionalmente, entonces están allí solo por decoración. Los tatuajes válidos le dicen a la gente lo que eres y lo que crees. Así no hay error alguno". Leo -simplemente "Leo"- es un artista del tatuaje citado en el catálogo "Margo DeMello, Bodies of Inscription", de 2000. En un barrio de la zona sur de nuestra ciudad, Victoria Mateo (21) aprobaría esta definición porque se corresponde con sus pensamientos más trepidantes. En su cuerpo lleva inscriptos una docena de tatuajes. El primero se lo hizo a los 14 años, en la base de la espalda. Propio de la adolescencia, quiso estar a tono con una amiga que iba a hacerse un tatuaje. Ambas traspusieron la línea dejándose llevar por la moda de los símbolos tribales. Victoria se plasmó un dibujo que halló en internet y del que le gustaron los trazos, pero cuya razón desconoce. "Según mi abuela son unas rejas españolas, pero no tiene ningún significado, salvo que fue el quiebre para que yo empezara a meterme en el tema", dice hoy, aunque aclara que por su sentido bautismal no se lo taparía ni borraría. El segundo es un lirio y un nombre, el de su bisabuela Adela, que falleció a los 99 años. Otro más acompañó la actividad vital de su familia. Cuando nació su sobrina, Victoria la representó en una libélula sobre su piel. "Estamos hechos de historias y las historias forman nuestra vida", define la joven. Aunque en su caso, además, "cada tautaje es una etapa o un quiebre, es pasar página sobre mi cuerpo, que es mi templo y yo lo prefiero grafiteado".
tatuada33.jpg

Victoria es muy simpática y bella. Tiene una mirada húmeda y brillante. Habla con las manos y cuando las deja descansar sobre su falda en 8 de las 10 falanges superiores se puede leer "true love" ("amor verdadero"). No siempre estas intenciones se concretaron de buena forma. Por ejemplo, quería llevar en la parte de atrás de sus entrepiernas la elocuente frase "pura vida"; pero el tatuador le grabó "vida" en la izquierda, contraviniendo para siempre un orden de lectura que alteraba el cometido. Como no era "vida pura" lo que la representaba, Victoria optó por dejarlo solo "vida". "Soy un lienzo para los artistas, pero si ellos hacen algo que no quiero lo termino despreciando", reflexiona. Luego aclara que a pesar de que varios de sus tatuajes respondieron a impulsos pasajeros nunca tuvo la peregrina idea de transformar alguno. Ni siquiera los de sus desamores. En la nuca tiene escrito "Let me be" (Déjame ser"), un mandato que exorciza un noviazgo tortuoso con un machista que le reprimía las pulsiones y las libertades. El otro es un diamante en el lateral de su torso acompañado de la frase: "One love, one life" y debajo, abandonado un nombre: Marco. Él fue su amado y su maestro. "Él fue el amor de mi vida que no pudo ser y la gente me aconseja que lo arregle y yo les digo: '¿Qué me pongo: Marco Antonio Solís'?", ríe. Tatuarse es una forma de exponerse a que el otro pueda captar rasgos de la personalidad que tal vez no se quiera compartir, pero esta a Victoria no la inquieta. "Uno saca su personalidad, pero las interpretaciones son distintas. Por ejemplo, si les muestro a dos personas los tatuajes de mis manos a una le pueden parecer preciosos y a la otra tumberos, porque este tipo de marca viene de la cárcel", define. "Lo que opine la gente no me molesta porque es de todos los días eso de subirte al bondi y que la gente se quede mirándote horas, o que la señora te señale y le diga al marido algo en secreto", relata.
"Estar tatuada, rapada y tener piercing no te quita las neuronas porque somos personas normales. Los tatuajes eran para incluir en una tribu, pero ahora tiene un sentido de segregación. Estoy cansada de que por los parámetros de normalidad nos tilden de chorros, drogadictos y anormales", cierra Victoria, quien trabaja de secretaria administrativa pero consiguió este trabajo porque su jefe es un amigo. Si no, es consciente de que con tatuajes visibles no hubiera tenido oportunidad.
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El artista
Matías Sagárnaga (31) es un avezado tatuador que comenzó experimentando sobre su cuerpo hasta ver que era lo suficientemente bueno como para cobrar por ello. "Vivo las imágenes y la música como consecuencias una de la otra, por lo que me tatúo cosas emotivas. Comencé con referentes de la protesta política y social, y ahora que estoy pasando por un momento shakesperiano me motivan lo trágico y lo teatral", cuenta. Opina que los tatuajes, como todo arte, cambian constantemente, más ahora que los medios de comunicación popularizan modas.
"A mí me gusta más tatuar a mujeres que a hombres, porque ellas piensan diseños más ricos, con muchos colores", señala. Agrega que en Salta la estética y la factura en el arte corporal se hallan en un excelente nivel y que los tautadores experimentan mucho. También son numerosos los clientes dispuestos a llevar sobre la piel una señal imperecedera. Como diría el gran Carlos Drummond de Andrade "eterno es todo aquello que dura una fracción de segundo, pero con tamaña intensidad que se petrifica y ninguna fuerza jamás lo rescata". Salvo que le concedamos una licencia para hacerlo al arte del tatuaje.

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"Un tatuaje genuino cuenta una historia. Me gustan las historias y los tatuajes, no importa qué tan bien estén hechos, y si no cuentan una historia que te involucra emocionalmente, entonces están allí solo por decoración. Los tatuajes válidos le dicen a la gente lo que eres y lo que crees. Así no hay error alguno". Leo -simplemente "Leo"- es un artista del tatuaje citado en el catálogo "Margo DeMello, Bodies of Inscription", de 2000. En un barrio de la zona sur de nuestra ciudad, Victoria Mateo (21) aprobaría esta definición porque se corresponde con sus pensamientos más trepidantes. En su cuerpo lleva inscriptos una docena de tatuajes. El primero se lo hizo a los 14 años, en la base de la espalda. Propio de la adolescencia, quiso estar a tono con una amiga que iba a hacerse un tatuaje. Ambas traspusieron la línea dejándose llevar por la moda de los símbolos tribales. Victoria se plasmó un dibujo que halló en internet y del que le gustaron los trazos, pero cuya razón desconoce. "Según mi abuela son unas rejas españolas, pero no tiene ningún significado, salvo que fue el quiebre para que yo empezara a meterme en el tema", dice hoy, aunque aclara que por su sentido bautismal no se lo taparía ni borraría. El segundo es un lirio y un nombre, el de su bisabuela Adela, que falleció a los 99 años. Otro más acompañó la actividad vital de su familia. Cuando nació su sobrina, Victoria la representó en una libélula sobre su piel. "Estamos hechos de historias y las historias forman nuestra vida", define la joven. Aunque en su caso, además, "cada tautaje es una etapa o un quiebre, es pasar página sobre mi cuerpo, que es mi templo y yo lo prefiero grafiteado".
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Victoria es muy simpática y bella. Tiene una mirada húmeda y brillante. Habla con las manos y cuando las deja descansar sobre su falda en 8 de las 10 falanges superiores se puede leer "true love" ("amor verdadero"). No siempre estas intenciones se concretaron de buena forma. Por ejemplo, quería llevar en la parte de atrás de sus entrepiernas la elocuente frase "pura vida"; pero el tatuador le grabó "vida" en la izquierda, contraviniendo para siempre un orden de lectura que alteraba el cometido. Como no era "vida pura" lo que la representaba, Victoria optó por dejarlo solo "vida". "Soy un lienzo para los artistas, pero si ellos hacen algo que no quiero lo termino despreciando", reflexiona. Luego aclara que a pesar de que varios de sus tatuajes respondieron a impulsos pasajeros nunca tuvo la peregrina idea de transformar alguno. Ni siquiera los de sus desamores. En la nuca tiene escrito "Let me be" (Déjame ser"), un mandato que exorciza un noviazgo tortuoso con un machista que le reprimía las pulsiones y las libertades. El otro es un diamante en el lateral de su torso acompañado de la frase: "One love, one life" y debajo, abandonado un nombre: Marco. Él fue su amado y su maestro. "Él fue el amor de mi vida que no pudo ser y la gente me aconseja que lo arregle y yo les digo: '¿Qué me pongo: Marco Antonio Solís'?", ríe. Tatuarse es una forma de exponerse a que el otro pueda captar rasgos de la personalidad que tal vez no se quiera compartir, pero esta a Victoria no la inquieta. "Uno saca su personalidad, pero las interpretaciones son distintas. Por ejemplo, si les muestro a dos personas los tatuajes de mis manos a una le pueden parecer preciosos y a la otra tumberos, porque este tipo de marca viene de la cárcel", define. "Lo que opine la gente no me molesta porque es de todos los días eso de subirte al bondi y que la gente se quede mirándote horas, o que la señora te señale y le diga al marido algo en secreto", relata.
"Estar tatuada, rapada y tener piercing no te quita las neuronas porque somos personas normales. Los tatuajes eran para incluir en una tribu, pero ahora tiene un sentido de segregación. Estoy cansada de que por los parámetros de normalidad nos tilden de chorros, drogadictos y anormales", cierra Victoria, quien trabaja de secretaria administrativa pero consiguió este trabajo porque su jefe es un amigo. Si no, es consciente de que con tatuajes visibles no hubiera tenido oportunidad.
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El artista
Matías Sagárnaga (31) es un avezado tatuador que comenzó experimentando sobre su cuerpo hasta ver que era lo suficientemente bueno como para cobrar por ello. "Vivo las imágenes y la música como consecuencias una de la otra, por lo que me tatúo cosas emotivas. Comencé con referentes de la protesta política y social, y ahora que estoy pasando por un momento shakesperiano me motivan lo trágico y lo teatral", cuenta. Opina que los tatuajes, como todo arte, cambian constantemente, más ahora que los medios de comunicación popularizan modas.
"A mí me gusta más tatuar a mujeres que a hombres, porque ellas piensan diseños más ricos, con muchos colores", señala. Agrega que en Salta la estética y la factura en el arte corporal se hallan en un excelente nivel y que los tautadores experimentan mucho. También son numerosos los clientes dispuestos a llevar sobre la piel una señal imperecedera. Como diría el gran Carlos Drummond de Andrade "eterno es todo aquello que dura una fracción de segundo, pero con tamaña intensidad que se petrifica y ninguna fuerza jamás lo rescata". Salvo que le concedamos una licencia para hacerlo al arte del tatuaje.

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