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Brasil, ante una encrucijada histórica

Domingo, 08 de abril de 2018 00:00

La crisis política generada en Brasil por la condena al expresidente y principal figura política del país, Lula da Silva, es un síntoma de la encrucijada histórica que enfrentan ese país y toda América Latina.

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La crisis política generada en Brasil por la condena al expresidente y principal figura política del país, Lula da Silva, es un síntoma de la encrucijada histórica que enfrentan ese país y toda América Latina.

Desde hace cuatro años viene saliendo a la luz una cadena escandalosa de ilícitos que salpica a empresarios y a políticos de todo el espectro brasileño.

La operación Lava Jato, que algunos equiparan a la "mani pulite" italiana, involucra a la petrolera estatal Petrobras, a empresarios poderosos, como Marcelo Odebrecht, Eike Batista y André Esteves, además de decenas de políticos de todo el espectro que parecían intocables. Cabe recordar que una docena de ministros de la expresidenta Dilma Rousseff debieron renunciar a sus cargos por aparecer involucrados en ilícitos. Asimismo, tres presidentes de Perú sufrieron las consecuencias de las ramificaciones internacionales del escándalo: Ollanta Humala, preso; Alejandro Toledo, prófugo, y Pedro Pablo Kuczynski, quien debió renunciar al cargo hace pocas semanas. En la Argentina hay varios funcionarios y exfuncionarios sospechados, pero la Justicia local no avanzó en la investigación.

Lula llegó a ser una figura continental, por su tacto en el manejo de las relaciones internacionales, en las que mostró una posición firme en defensa de los intereses nacionales de Brasil sin caer jamás en mesianismos antiimperialistas.

Obrero por ideología y por origen social, su gestión caminó siempre por el sendero del histórico desarrollismo de Brasil, sin encandilarse con el estatismo castrista ni por los devaneos neoliberales. De ese modo, Lula colocó a su país en posiciones de liderazgo entre los países emergentes y, lo más importante, logró reducir parcialmente la endémica fractura social de Brasil, al incorporar al consumo a cuarenta millones de compatriotas.

Su sucesora, Dilma Rousseff, una economista del Partido de los Trabajadores, fue víctima de dos males estructurales de América Latina: la dependencia de los precios internacionales de las materias primas, que afectaron su prestigio y erosionaron su gestión, y el entramado de corrupción, que derivó en un juicio político poco convincente y en su reemplazo por un exaliado e imputado a su vez por hechos gravísimos, el actual presidente Michel Temer.

La acusación contra Lula, cuyas responsabilidades como jefe de Gobierno, son insoslayables, es la más endeble de toda esta saga y la condena del juez Sergio Moro parece estar inspirada en una decisión más política que jurídica, sospecha que no alcanzan para despejar las sentencias de otros dos tribunales.

Ninguna buena gestión justifica el abuso de poder ni delitos de cualquier naturaleza, pero la realidad humana y las urgencias de las sociedades no se agotan en las decisiones jurídicas. La condena contra Lula lo deja fuera de la carrera presidencial, pero al mismo tiempo coloca a Brasil en los umbrales de un futuro dema siado incierto.

El descrédito de la política tradicional alimenta las aspiraciones de oportunistas demagogos que, además, suelen ser ineptos. El candidato mejor posicionado para octubre, detrás de Lula que cuenta con el 40% de intención de votos es Jair Bolsonaro un diputado, exmilitar y evangelista recién converso cuya popularidad se basa en un discurso homofóbico, racista, violento y represivo, que representa el retroceso de todos los avances en materia de inclusión y tolerancia, pero sobre todo, de racionalidad política. Tiene éxito en una sociedad hastiada de corrupción e inseguridad, pero Bolsonaro, al igual que todos los líderes de su perfil, propone un futuro nefasto para su país. La amenaza de intervención formulada por el jefe del Ejército, el general Eduardo Villas Boas, para forzar el fallo de la Corte, ensombrece mucho más aún el panorama.

El prestigio de Lula como presidente no legitima sus eventuales ilícitos. La corrupción y la inequidad son dos grandes problemas históricos de América Latina. Ninguno de los dos se superará de un día para el otro. Tampoco, sin instituciones que merezcan la confianza de la ciudadanía.

La ausencia de Lula del escenario electoral es un vacío difícil de llenar. También lo será para Latinoamérica. Brasil, un país líder en la región, afronta el desafío de asumir una nueva etapa; es imprescindible que lo haga democráticamente, y priorizando, como lo hizo Lula, el desarrollo humano y la justicia social.

 

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