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Una joven de 20 años se mató por una deuda con usureros colombianos

Ocurrió en Tartagal. Se trata de una joven de 20 años que dejó huérfanos a dos niños.La madre de la chica denunció que se quitó la vida porque estaba amenazada por los prestamistas.
Martes, 29 de mayo de 2018 00:00

Dalma tenía 20 años, era una sacrificada madre de dos niños, estudiaba y trataba de salir a flote con un pequeño negocio en el mercado de pulgas de Tartagal. La semana pasada apareció ahorcada en su domicilio y, según su madre, la joven tomó esta drástica determinación por el asedio y las amenazas que sufría por parte de un grupo de colombianos, a quienes les había solicitado, a fines del año pasado, un préstamo usurario de 15 mil pesos que no podía pagar.

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Dalma tenía 20 años, era una sacrificada madre de dos niños, estudiaba y trataba de salir a flote con un pequeño negocio en el mercado de pulgas de Tartagal. La semana pasada apareció ahorcada en su domicilio y, según su madre, la joven tomó esta drástica determinación por el asedio y las amenazas que sufría por parte de un grupo de colombianos, a quienes les había solicitado, a fines del año pasado, un préstamo usurario de 15 mil pesos que no podía pagar.

Por sus apuros económicos, en los últimos meses la chica no pudo devolver el dinero en forma semanal, como suelen exigir los usureros extranjeros que pululan en el mercado de pulgas y en los puestos de ventas ubicados en las calles España, San Martín, Aráoz y Sarmiento, en Tartagal. Como "los beneficiarios" de esos préstamos son personas de escasos recursos, propietarios de pequeños puestos de ventas o beneficiarios de planes sociales, no les firman ningún documento. Por esta situación los colombianos utilizan la intimidación contra las personas que no cumplen en tiempo y forma con los pagos. Los extranjeros se movilizan en grupos de a tres, en motocicletas de alta cilindrada, y se sospecha que manejan dinero en negro proveniente de actividades ilegales.

La joven mamá que tomó la terrible decisión de quitarse la vida había instalado un pequeño puesto de venta en esa zona para ayudar a su madre, a otros hermanos menores y para solventar los gastos de la crianza de sus hijos, de cinco y un año.

La semana pasada uno de sus hermanos encontró el cuerpo sin vida de Dalma. Según su madre, la joven estaba desesperada por las constantes amenazas de los colombianos y sospecha que se quitó la vida para evitar que los usureros tomaran represalias con sus dos pequeños hijos.

Catalina tiene 40 años, reside con sus hijos y sus dos nietos en la comunidad denominada Tahuichi, un precario asentamiento ubicado en la zona este de Tartagal, a unos 400 metros del barrio Gasoducto, en la comunidad San Silvestre.

Todos los días, después, de cocinar para sus hijos, parte hacia la frontera, donde trabaja de "bagayera" haciendo cruzar por los pasos ilegales entre Argentina y Bolivia la mercadería que luego se vende en los mercados de pulgas de la zona. Con esa actividad gana unos $200 que le alcanzan apenas para darle de comer a sus hijos y ahora a sus dos nietos.

En su rostro Catalina muestra el dolor por la trágica muerte de su hija, quien se ahorcó en la precaria habitación donde dormía con sus dos hijitos y uno de sus hermanos, un chico de 18 años, quien la encontró sin vida una madrugada. La desvela saber que ahora que su hija mayor ya no está, ella deberá hacerse cargo de sus dos nietitos, a los que Dalma dejó huérfanos, en la convicción de que es la única persona que podrá criarlos.

"Mi hija estaba muy asustada; se lo dijo a la pastora Ángela (una predicadora evangelista a cuyo templo asisten algunas familias de esa zona de Tartagal), que los colombianos la amenazaban con quitarle los hijitos y hacerles cualquier cosa si ella no devolvía el dinero que le habían prestado", expresó la mujer a El Tribuno.

Ella no conoce personalmente a los usureros. "Lo que pude saber es que Dalma pidió esa plata y como no podía devolverlo estas personas comenzaron a hostigarla por medio de mensajes", señaló la desesperada madre.

Contó que el jueves pasado le preguntó cuánto dinero les debía, pero Dalma no quiso decirle. "En su teléfono tenía los mensajes amenazantes y se los reenvió a otras chicas que eran sus amigas, y también a la pastora evangélica", indicó Catalina. Subrayó que recién entonces supo que la deuda era de $15.000.

"Ella había puesto un localcito en la calle España y por ahí pasaban todas las semanas a cobrarle, pero hacía una semana que no iba porque tenía miedo por las amenazas y las advertencias de esos hombres", indicó la señora. También manifestó que por esos temores tampoco iba a clases ni lo llevaba al nene al jardín. "Estaba aterrorizada después que le dijeron que le iban a arrebatar a sus niños y otras amenazas terribles", aseguró la madre.

Hoy, Catalina y sus hijos, uno de ellos adolescente, tienen temor por la reacción de esta banda, cuyos miembros se movilizan entre las comunidades tanto aborígenes como criollas y entre los pequeños puesteros de Tartagal y General Mosconi. Los usureros son conocidos por su actividad de prestamistas, y porque utilizan la modalidad del apriete para cobrar las deudas. Se trata de personas que se mueven con total impunidad. Lo que todos sospechan es que manejan dinero de actividades ilícitas.

"Hace algún tiempo mi hija ya había pedido prestado dinero a los colombianos y yo me hice cargo de pagarles hasta el último peso, porque a ella no le alcanzaba con lo poco que ganaba", recordó Catalina.

Los temores de la madre de la víctima

La señora Catalina comentó que la persona que conoce los movimientos de los prestamistas colombianos es una joven que trabaja en el llamado “shopping” (el mercado de pulgas de la calle Aráoz). “Yo tenía que llevarle la plata una vez a la semana a las seis de la tarde, porque a esa hora pasaban los usureros a cobrar”, explicó la mujer, al recordar como canceló un préstamo anterior que había solicitado su hija a los usureros. 


Frente a lo expuesto pidió la intervención de la Justicia y a la policía para que tome cartas en el asunto, por considerar que Dalma fue víctima de un suicidio inducido. Al mismo tiempo teme por la integridad de la familia, sobre todo de sus pequeños nietos.
Lo que la mujer sospecha es que los usureros colombianos querrán cobrarse de alguna manera el monto del préstamo que solicitó su hija y que no pudo cancelar.


 

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