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Argentina, ¿un país sin ideas?

Martes, 29 de enero de 2019 00:00

Una idea por ahí Alfonsín (Raúl, el expresidente), en sus épicos discursos que congregaban multitudes incluso después de haber ganado las elecciones, usaba esta expresión ("un médico por ahí") en circunstancias en que, por el agolpamiento de personas en los mitines políticos, algunas sufrían vahídos y debían ser asistidas.

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Una idea por ahí Alfonsín (Raúl, el expresidente), en sus épicos discursos que congregaban multitudes incluso después de haber ganado las elecciones, usaba esta expresión ("un médico por ahí") en circunstancias en que, por el agolpamiento de personas en los mitines políticos, algunas sufrían vahídos y debían ser asistidas.

Alfonsín, como Churchill, el líder británico durante la Segunda Guerra Mundial, desbordaba de ideas, siendo en ambos casos algunas de ellas brillantes -aunque muchas otras no- a la vez que en ambas latitudes, la Argentina y Gran Bretaña, esas ideas pesaron sobre sus países y poblaciones. Claramente, esas ideas fueron "bisagras" en sus naciones, del mismo modo que, en otras, las ideas, en la política y en la ciencia, permitieron que se originaran transformaciones que le dieron a las naciones beneficiadas impulso para acceder a posiciones más ventajosas, como, justamente fueron los casos de la Revolución Industrial, en Gran Bretaña, o la gigantesca transformación de la Argentina a partir de la Organización Nacional y las ideas de los políticos de la Generación del Ochenta, y si bien siempre hay "sub-

productos" no deseables la pobreza británica reflejada en las novelas de Dickens, en Gran Bretaña, o las asimetrías regionales y la orfandad de legitimidad política en la Argentina hasta la ley Sáenz Peña- no cabe duda de que esas ideas fueron verdaderamente revolucionarias en cuanto a su capacidad de transformación. Volviendo a los ejemplos de los líderes políticos mencionados al principio, Gran Bretaña consiguió derrotar al fascismo, con la colaboración posterior de los Estados Unidos, y la Argentina logró establecer una democracia duradera desde 1983. Sin duda, no son éstos triunfos menores de las ideas.

¿Ideas? ¿Qué es eso?

La Argentina posterior a Alfonsín, a la vez que capitalizó la posesión definitiva de la democracia, también tomó nota de un problema no resuelto e incluso agravado durante su presidencia, cual fue el de la inflación.

Luego de algunos ensayos errados, se llegó al llamado Plan de Convertibilidad que, más allá de las precisiones técnicas, consiguió la tan ansiada estabilidad de precios, no sin gravísimos costos traducidos en una importante suba de la desocupación, lo que por otra parte era la Caribdis de la Escila que significa la inflación, en alusión a los dos monstruos de la mitología griega que evidenciaban los peligros de intentar salir de una situación delicada, debido al riesgo de caer en otra no menos grave. En efecto, en Economía se sabe que la inflación y el desempleo son los problemas más serios que aparecen en la superficie y que es muy difícil intentar resolver uno de ellos sin agravar el otro. Aun así, no es menos cierto que la inflación es un problema que afecta a todos, en tanto la desocupación sólo impacta sobre quienes la padecen, a la vez que puede atenuarse mediante un seguro de desempleo bien constituido que puede ser solidariamente soportado, al menos en parte, por quienes mantienen sus puestos de trabajo, lo que no ocurre con la inflación para la que lamentablemente no existe ningún "seguro". Desafortunadamente, si bien la "idea" de la democracia, aun con muchos altibajos, idas y venidas, ha arraigado firmemente entre los argentinos, la "idea" de derrotar la inflación no ha logrado consolidarse, no, claro está, porque la inflación sea deseada, sino porque los argentinos no sabemos y en algunos casos, a lo mejor no "queremos"- abatirla en forma definitiva. No hace al caso insistir en las críticas respecto a cómo se lleva a cabo la lucha contra la inflación, al haberse, desde estas líneas, señalado muchas cosas que probablemente deberían ser tenidas en cuenta en este combate y no son, cuanto menos, advertidas. En cambio, sí parece pertinente detenerse en destacar justamente la carencia de ideas que ostentamos los argentinos, quienes, por otra parte nos ufanamos de ser creativos, cuando no "los mejores del mundo" por algo Dios, o al menos el Papa, es argentino, ¿verdad?-.

Roscas y trampas

Un primer ejemplo de la inexistencia de ideas, es, claro está, el comportamiento de los partidos políticos, donde justamente la política se concibe conformada por cualquier cosa roscas, internas, zancadillas, desacuerdos- menos "ideas" sobre cuestiones "abstractas" tales como la propia inflación, el colapso energético, el agravamiento de la pobreza, la pérdida de posiciones de la Argentina respecto a América Latina, etc, para no ir más lejos y destacar el pésimo mecanismo del sistema electoral, o las crónicas asimetrías regionales, ya que, por supuesto, estas y otras similares constituyen cuestiones "técnicas" que no forman parte de la "política".

Sin embargo, la orfandad de ideas no se restringe a los partidos políticos, porque quienes se supone que "saben" cómo resolver el problema de la inflación al menos desde la perspectiva teórica- se limitan en su gran mayoría a repetir las consignas de otros colegas y el propio gobierno, tales como "hay que bajar el déficit fiscal" o, "se debe avanzar con el apretón monetario", consignas que no difieren en absoluto de lo que, con mejor o peor fortuna o pericia, justamente están llevando a cabo las autoridades económicas y monetarias, sin que hasta ahora consigan resolver el problema.

Por supuesto, algún malpensado dirá que soluciones que en todas partes han dado resultados satisfactorios, como la apertura de la economía, muchos economistas no se atreverían a proponerlas, no por ignorancia sino porque, además de gurúes, son muchos de ellos consultores de las empresas que, ni más ni menos, disfrutan de las restricciones cuantitativas a la importación y los elevados aranceles que las protegen de la competencia internacional.

Claro que no creemos que existan economistas con estas actitudes, pero, como las brujas, que los hay, probablemente los hay.

La Argentina sin ideas

La Argentina, entonces, se enfrenta a un grave problema en estos tiempos tan complejos: los partidos políticos, que deberían ser los que conforman las usinas del pensamiento proyectando nuevas iniciativas a su gobierno -es decir, el partido oficialista-, y proponiendo alternativas superadoras -la oposición-, se reducen a organizaciones con apariciones espasmódicas, más o menos coincidentes con los tiempos electorales o de disputas internas aquellos que las practican, y con una curiosa “coincidencia” absoluta en su nulidad completa de ideas y propuestas que aporten al crecimiento y desarrollo del país.
Por su parte, una gran porción de los economistas, algunos tal vez por conveniencia y otros por una adhesión más religiosa que científica a determinadas hipótesis, que no hace falta remarcar que no han dado resultados en los últimos años, se limitan a “criticar” las ineficaces políticas económicas del gobierno con propuestas idénticas, o en todo caso, más drásticas aún, recordando aquellos médicos de la Edad Media que para todos los males recomendaban sangrías, mostrando ufanados la eliminación de la fiebre de sus pacientes, la que por lo general estaba acompañada de la muerte de los infortunados que perecían desangrados.

Torpe mediocridad

No cabe duda de que la solución a nuestros problemas, como ocurre en la gran mayoría de los países que “funcionan” en los aspectos económico, social y político, debe provenir necesariamente de la política.
Sin embargo, sería bueno que ésta tome nota de todo lo que se espera de ella, que es algo más que la torpe mediocridad que por ahora emerge de las casi inexistentes declaraciones que ocasionalmente produce y los argentinos conocemos a través de los medios o las redes sociales.
Hasta tanto, probablemente el Chapulín Colorado, que podría ayudarnos, como ha ocurrido en muchas ocasiones últimamente en la República Argentina, deberá ser la prensa libre, remarcando estas orfandades para que se hagan carne entre los políticos y quienes se aproximen para colaborarles, y adviertan entonces la necesidad de cumplir con jerarquía el papel que se espera de ellos.

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