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A cien años de La Semana Trágica

Domingo, 06 de enero de 2019 02:10
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Esta semana se cumplen cien años de uno de los sucesos más luctuosos de la historia argentina, conocido como “La semana trágica”. 
Los siete días transcurridos entre el 7 y el 14 de enero de 1919 vieron una de las más violentas represiones producidas en el mundo a raíz de las luchas obreras que marcaron su impronta a fin de del siglo XIX y comienzos del siglo XX. No existen datos oficiales, pero la embajada de EEUU contabilizó 1.356 muertos (otras fuentes reducen a 700 fallecidos), estimándose que hubo cerca de 4.000 heridos, decenas de desaparecidos y más de 50.000 detenidos.
¿Cómo semejante masacre, la más grave sufrida en América Latina en el contexto de la “cuestión social”, no ha merecido a lo largo de un siglo permanentes recordatorios, homenajes a los caídos, importantes películas que la evoquen, nombres de calles que recuerden algunos de sus nombres o monumentos que evoquen tan dramática historia? 
Ni siquiera un monolito se alza en el lugar de los aciagos acontecimientos.
Una explicación posible es que desde 1919 nuestro país ha sido gobernado por radicales, peronistas y militares. A ninguno de ellos, según veremos más adelante, les resulta conveniente que esta historia se difunda demasiado: todos tuvieron un vergonzoso papel que hacen bien en querer ocultar. Llama la atención el silencio de la comunidad judía que sufrió la persecución más grave que se recuerde en la historia de América. 
La izquierda nacional, durante estos cien años, la ha recordado con timidez y recato, que no condice con lo que constituiría uno de los hitos heroicos de la lucha obrera argentina. Veamos la historia.

Antecedentes

En diciembre de 1918 comenzó una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La industria metalúrgica se había visto profundamente afectada por la Primera Guerra Mundial e intentaba bajar costos. 
Los obreros, a su vez, pretendían obtener un aumento salarial y la reducción de la jornada de once horas diarias a ocho. El conflicto fue in crescendo, impulsado por la intransigencia patronal y el accionar de grupos anarquistas, así como la acción violenta de rompehuelgas. Finalmente llegó a la paralización de todo tipo de actividad en la ciudad de Buenos Aires y con la mayoría de los vecinos apoyando a los huelguistas. 
El gobierno radical, presidido por Hipólito Yrigoyen, osciló entre una inicial política de mediación que culminó con la adopción de un accionar altamente represivo. Para justificar su proceder el gobierno sacó un comunicado en el que expresaba que “Se trata de una tentativa absurda, provocada y dirigida por elementos anarquistas, ajenos a toda disciplina social y extraños también a verdaderas organizaciones de los trabajadores... Jamás el Presidente de los argentinos cederá a la sugestión amenazante de las turbas desorbitadas”.

Yo, argentino

Decenas de miles de ciudadanos fueron detenidos, saturando las cárceles y comisarías. El gobierno decidió poner en marcha una operación para hacer creer a la población que las protestas sindicales habían sido parte de una conspiración internacional ruso-judía para establecer un régimen soviético en la Argentina. Las fuerzas represivas durante el sábado 11 de enero y los dos días subsiguientes actuaron sin limitaciones de ningún tipo. A los objetivos obreros se le habían sumado ahora los objetivos judíos (en menor medida también catalanes). “La caza del ruso” (“ruso” que en nuestro lunfardo es un sinónimo habitualmente despectivo de “judío”), como se conoció el único pogromo de la historia en suelo americano, arrasó el barrio judío del Once. Fueron quemadas viviendas obreras, sinagogas, locales sindicales y partidarios, periódicos, bibliotecas populares y judías, cooperativas. Como curiosidad histórica descubrimos que una expresión que subsiste en el habla argentina hasta el presente y que casi nos define en nuestra identidad tuvo origen en una siniestra expresión: “yo, argentino”‘.
 Con esa frase las personas judías suplicaban para no ser asesinadas, advirtiendo que no tenían nada que ver con los revoltosos y reivindicando su condición de argentinos. Otra expresión originada en los sucesos de aquel entonces (pero que va perdiendo vigencia en nuestro lenguaje) es “se viene la maroma”. Años después, Manuel Romero y Enrique Delfino compusieron el tango con ese nombre que en su letra dice: “Se viene la maroma sovietista... Parece que está lista y ha rumbiao la bronca comunista pa’ este lao; tendrás que laburar para morfar.”
Pinie Wald, director del periódico Avantgard, detenido y torturado, describiría años después en su libro Pesadilla (1929) lo que estaba sucediendo: “Salvajes eran las manifestaciones de los ‘niños bien’ de la Liga Patriótica, refinados, sádicos que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y demás extranjeros”. El apoyo a los actos criminales de los grupos fascistas fue una parte sustancial del plan represivo del gobierno. El propio general Luis Dellepiane (jefe del Ejército y de la represión) dio órdenes terminantes de “contener toda manifestación o reagrupamiento con excepción de los patrióticos”.

Perón estuvo en todas

El historiador Milcíades Peña al documentar los pormenores de la represión en la “Semana Trágica”, señaló que “frente a la fábrica, donde se había iniciado la huelga, un destacamento del Ejército ametralló a los obreros. Lo comandaba un joven teniente llamado Juan Domingo Perón”. El recientemente fallecido historiador Osvaldo Bayer se ha expresado en términos similares. Sin embargo, el propio Perón desmintió esos rumores, asegurando que su función fue suministrar municiones para las tropas. Es probable que Perón dijera la verdad (a veces lo hacía) pero era evidente su animadversión hacía los anarquistas y comunistas, y, -paralelamente- en esos momentos su admiración por el mentor del proto fascismo criollo Manuel Carlés, presidente de la Liga Patriótica Argentina, nefasto personaje de nuestra historia. Para un metalúrgico no hay nada peor que otro metalúrgico
Una vez demolidos los establecimientos de la metalúrgica Vasena, se levantó en esos terrenos una plaza, que se propuso llamar “Parque Mártires de la Semana Trágica”, pero el dirigente metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, en una ironía inexplicable, se opuso y decidió que se denominara “Plaza Martín Fierro”, nombre que se mantiene hasta el día de hoy.
Como en esta nota, con la verdad, pude haber herido susceptibilidades políticas, me viene al pelo recordar al Martín Fierro. José Hernández finaliza su obra (y yo este artículo) con estos versos:
Más naides se crea ofendido
Pues a ninguno incomodo,
Y si canto de este modo,
Por encontrarlo oportuno,
No es para mal de ninguno
Sino para bien de todos. 

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