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Totano lleva casi 40 años dejando el alma en los vestuarios de Juventud Antoniana

Alejo Silvino Ramos, utilero
Domingo, 03 de febrero de 2019 00:32

Alejo Silvino Ramos es más conocido como “Totano”, el indestructible utilero del plantel del fútbol del club Juventud Antoniana. Está inventariado y forma parte fundamental en la historia institucional de los últimos tiempos en el club de la Lerma.

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Alejo Silvino Ramos es más conocido como “Totano”, el indestructible utilero del plantel del fútbol del club Juventud Antoniana. Está inventariado y forma parte fundamental en la historia institucional de los últimos tiempos en el club de la Lerma.

Totano tiene 84 años y un bastón ya se convirtió en su compañero de trabajo. Tiene una silla para los entrenamientos y otra exclusiva para el vestuario. Nadie se atreve a tocar ese asiento de plástico blanco que ya está negro porque evidentemente fue utilizado alguna vez en la platea del Honorato y que, por esas cosas que tienen las historias jamás contadas, llegó hasta el vestuario de los jugadores locales y nadie sabe cómo.

Ese espacio es inexpugnable; es su lugar asignado en ese socavón que se llama vestuario y que oculta las más diversas historias de uno de los clubes con mayor gloria en el fútbol salteño. Una mesa con vendas, azúcar, la Virgen del Milagro, canilleras, aceites, bizcochos para los mates, planillas y papeles varios se constituyen como su tablero de comando. Con el lente más amplio se observan botines, toallas, más vendajes, conos, obstáculos, vallas para entrenamientos, conservadoras, los más viejos carritos que parecieran haber sido traídos del “Súper J” y el sonido campaneante de los botines de los jugadores que comienzan a entrar y salir de manera aleatoria, siempre dando un saludo tierno a ese hombre grande que sabe todo sobre cómo está ordenado ese pequeño teatro de la anarquía controlada.

Porque de eso se tratan los vestuarios y solo se debe uno imaginar a más de 30 muchachos jóvenes, cada uno con sus vidas, sus preferencias, sus mañas y sus particularidades resumidas en un espacio, en el caso de CJA, de unos 3 metros por 8 aproximadamente. 

Toda esa complejidad maneja Totano. La dirige dando órdenes, hablando, saludando, con la mirada; el hombre sabe todo. Mira un pantalón corto, que parecen todos iguales, y sabe quién es el “perejil” que lo perdió.

Las bromas, los apodos, los contrapuntos vuelan por los aires y es evidente la lucidez de Totano. Tiene que ser rápido sino los jugadores, los dirigentes, los curiosos y los amigos no se lo permitirían.

Pero hay cosas que pocos saben. Totano nació el 17 de febrero de 1935 y desde ese día vivió en la casa de sus padres en la Lerma 680 y se puede decir entonces que vive en territorio “santo” desde siempre. Es hijo único y su papá se llamaba Leandro Ramos y su mamá Matilde Vega de Ramos.

A toda su infancia la recuerda siempre vinculada al fútbol, a los partidos en los patios de tierra de la escuela Roca y los más duros en el “santuario”. Siempre amó al club, donde además jugó en las inferiores hasta la cuarta, hasta los 16 años, cuando era un rústico marcador de punta derecho. “Yo era un half derecho de hacha y tiza”, dijo divertido el hombre.

Lo que además muy pocos saben es que Totano jugó en Central Norte. “Yo no tengo problemas en decirlo, yo jugué en las inferiores del cuervo en los tiempos en que la cancha de Central estaba en predio que ahora está ese shopping frente al hospital Materno Infantil”, dijo y remató: “Pero jugué

muy poquito, casi nada, unos 10 partiditos nada más”, dijo a las carcajadas. Su papá Leandro era encargado en Central Norte y eso lo llevó por ese lapsus.

Nunca llegó a Primera, pero estuvo con los planteles históricos de Juventud. Ingresó al club el 6 de enero de 1980, por lo que ya cumplió 39 años de servicio, en donde vio de todo.

“El mejor recuerdo que tengo es el viaje a Cipolleti, cuando el santo ascendió al Nacional B en el año 1996”, le dijo alguna vez al querido Ariel Rodríguez en una entrevista realizada hace muchos años, y ese recuerdo se mantiene indeleble, inalterable y regado por las lágrimas.

“Yo no me quiero acordar de ningún jugador en especial. Para mí son todos especiales, son todos iguales, a todos los quiero. No hay planteles distintos, ni mejores técnicos y ni más ni menos amigos. A los recuerdos me los quedo para mí, son de mi propiedad y puedo decir que estoy lleno de imágenes, de recuerdos, de momentos y sensaciones de alegrías y de tristezas, que si las digo puedo lastimar a alguien y yo no quiero eso. He visto la magia, el pueblo antoniano, la derrota, la victoria, he visto todo y eso quedará solo conmigo”, dijo Totano.

Tuvo también muchas mujeres, pero nunca se casó. Tiene 5 hijos que ya están grandes. Sigue viviendo en la Lerma 680, que repite a cada rato como documento de identidad. “Yo nací en esa casa, viví toda mi vida en ella y voy a morir en ese lugar”, dijo.

“Yo no sé qué voy a hacer cuando deje de venir al club. Lo único que sé es que me voy a dedicar a dormir todas las siestas que no pude dormir por trabajar”, dijo el hombre y se paró apuntalado en su bastón. El entrenamiento de la pretemporada hizo un alto en el mediodía y Totano comenzó nuevamente con su ritual de tener bien asistidos a los jugadores antonianos.

Tiene miles de recuerdos para una buena charla

Nadie sabe que Totano alguna fue un mecánico que arreglaba motores.

Totano es un hombre que tiene los recuerdos que van y vienen sin orden cronológico alguno. Es lindo sentarse con él a conversar porque es parte de la historia misma de Juventud Antoniana.

Habla mientras mira los entrenamientos y entonces la charla se vuelve interesante; es un relato atado a las vicisitudes del desarrollo del juego observado. Si el partido se corta mucho, el hilo conductor del relato se detiene y cambia de rumbo inesperadamente; nadie sabe adónde puede ir a parar esa pelota.

Entonces comienza con las historias de Honorato Pistoia y su motito, sobre la influencias de los curas franciscanos en el club, sobre la devoción a la Virgen de Urkupiña, que es milagrosa pero que últimamente no acompaña los resultados, aunque con la nueva gestión siempre hay una nueva esperanza de torcer un destino que parece indefectible y que la familia antoniana vuelva a llenar el estadio de la Lerma y no el Martearena, como en los tiempos gloriosos que había que entrar antes del mediodía cuando el partido se jugaba a la tarde, porque ya no entraba un alfiler más, sobre todo en los clásicos con Central Norte o con Gimnasia y Tiro, donde se ponía el alma en cada pelota y ningún equipo venía al santuario y se la llevaba barata. 

Así trasciende la charla, siempre con respeto.

Es que Totano trascendió a tantos técnicos, comisiones directivas, jugadores, periodistas que la experiencia le dicta ahora la prudencia; es como la hinchada: eterna. 

Es por eso que no tiene preferencia por nadie y a todos los trata y los quiere y los atiende como lo que son: personas únicas.

Totano antes de ser el utilero del CJA era un reconocido mecánico que arreglaba motores en un taller de la calle Tucumán, entre Corrientes y Buenos Aires. “Yo aprendí la mecánica de manera clandestina”, ríe nuevamente. “Mirando aprendí a rectificar los motores y era muy bueno, los clientes me tenían confianza”, recordó.

El hombre pasó gran parte de su vida dedicada al club de sus amores y quizás sea un buena oportunidad para un reconocimiento por parte de la comisión directiva.

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