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19 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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No va a caer maná del cielo. Más bien, se viene el diluvio

Sabado, 30 de marzo de 2019 23:57

El año electoral ya está en plena marcha. Y a pesar de que la pobreza, el dólar y el desempleo dan claras señales de que atravesamos una zona de turbulencias, y crece la sensación de que se repiten las crisis cíclicas de esas que derrumban todas las ilusiones (la “revolución productiva” y la “década ganada”, por ejemplo), entre los candidatos ya postulados y sus alrededores se habla de las elecciones como si estuviéramos en el mejor de los mundos y nada hubiera que cambiar, salvo los nombres propios. La realidad no es generosa, ni para Salta ni para el país. El informe del Indec, de esta semana, habla de una degradación social que no se puede encubrir con discursos, partes de prensa o fotos de inauguraciones.

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El año electoral ya está en plena marcha. Y a pesar de que la pobreza, el dólar y el desempleo dan claras señales de que atravesamos una zona de turbulencias, y crece la sensación de que se repiten las crisis cíclicas de esas que derrumban todas las ilusiones (la “revolución productiva” y la “década ganada”, por ejemplo), entre los candidatos ya postulados y sus alrededores se habla de las elecciones como si estuviéramos en el mejor de los mundos y nada hubiera que cambiar, salvo los nombres propios. La realidad no es generosa, ni para Salta ni para el país. El informe del Indec, de esta semana, habla de una degradación social que no se puede encubrir con discursos, partes de prensa o fotos de inauguraciones.

Salta es una provincia dependiente en exceso de la coparticipación federal. A pesar de que el pacto fiscal permitió una mayor distribución de la recaudación entre las provincias, el “salariazo” del 38% anunciado hace dos semanas va a acarrear problemas.

Ni la provincia ni el país pueden seguir teniendo al Estado como principal fuente de empleo (o antídoto para el desempleo) porque no hay manera de financiarlo.

Este punto está lo suficientemente claro, pero nadie parece tomarlo en cuenta.

Todas las proyecciones anticipan para 2020 un año de austeridad. Gobierne quien gobierne, ni el mundo ni la historia dan chances para una salida sin esfuerzo y vulnerando, como es costumbre, las reglas de la economía. El maná que cae del cielo es una figura bíblica, una tradición de cuatro mil años, no documentada. En el mundo del siglo XXI, lo que se consume lo provee el sistema productivo. Y cuando se quiere consumir lo que no se produce, viene el diluvio.

En tres meses vence el plazo para presentar candidaturas. En Salta no hay partidos reales. El acuerdo entre Alfredo Olmedo y Gustavo Sáenz, la postulación de Sergio Leavy por el kirchnerismo, las recorridas de Miguel Isa y el apoyo de diversas figuras a una candidatura no planteada aún de Fernando Yarade son lo más tangible.

Ahora comienzan a diseñarse los discursos de seducción, pero hay un dato: a partir del 10 de diciembre, se termina el romance y hay que gobernar.

Por lo pronto, ya no se podrá suponer que está todo hecho y que solo resta administrarlo. La realidad es que nada está hecho y vamos cuesta abajo.

Números lapidarios 

Un informe elaborado por el exministro Jorge Remes Lenicov, que condujera en 2002 la salida de la convertibilidad, lo explicita al comparar la Argentina entre 1983 y 2015: “La pobreza en 1983 era de 16% cuando en América Latina se acercaba al 40%; con los años y no sin altibajos fue creciendo hasta llegar al 30%, mientras en la región se redujo a 29%... La informalidad laboral, que rondaba el 22% en 1980, comenzó a subir y desde hace varios años se encuentra en el 33 %... La desocupación aumentó en los 90, y en los 2000 se redujo aproximadamente al 8% pero por el aumento del empleo público, caso contrario estaría en más del 17%... El PBI per cápita de Argentina se incrementó 43% mientras que Chile aumentó 241%. Argentina que en 1983 representaba el 16,1% del PBI de AL, redujo su participación al 12,3 % en 2015”. Los datos hablan por si solos. El disfraz ideológico no los resiste.

En un informe de la Red de Acción Política, se ratifica la caída libre: Argentina es, desde 1951, el segundo país del mundo con más tiempo de recesión; en lo que va del siglo XXI, el crecimiento promedio fue del 0,81%, y nos coloca en el puesto 153 entre 179 países; la inversión promedio es del 16% del PBI, contra el 24% mundial y el 19% de América latina. En 59 años, solamente en cinco tuvimos superávit financiero y entre 2007 y 2015, el gasto público trepó del 25% del PBI, al 40%, y para financiarlo, tenemos un 38% de presión tributaria (sobre el PBI) contra el 36% de los países desarrollados y el 22% de los países emergentes.

A arremangarse

Resolver la situación de Salta en este escenario no es fácil, pero negar la realidad es suicida.

Salta tiene un enorme potencial de recursos. Sin embargo, la estadística del Indec mostró la gravedad de la crisis social. Quienes aspiren a gobernarla deben decir con mucha claridad cuál va a ser el criterio para combatir el desempleo. En el Estado, por lo pronto, no entra ni un empleado más.

Los inversores (si es que se deciden) miran con lupa la aptitud laboral de los salteños, que se expresa en la capacitación para la producción moderna y la actualización en el manejo de tecnología. Con una escuela secundaria que aburre y no retiene a los alumnos, estará faltando oferta laboral.

El potencial rural de la provincia solo va a ser aprovechado cuando se legisle de acuerdo con las necesidades locales y las exigencias ambientales y sociales de los mercados, y no según las nada inocentes estudiantinas ecologistas.

El turismo no viene por inercia: hay que captarlo con ofertas y servicios, mostrando por qué Salta llegó a convertirse en un destino reconocido mundialmente.

Y, esencialmente, quien quiera gobernar la provincia deberá asumir que la degradación del empleo y la proliferación del paco van generando nichos de violencia (juvenil, doméstica y de género) en los barrios periféricos, que no se resuelve con patrulleros sino con políticas sociales.

Más allá de las estrategias para seducir a través de las redes o de los medios convencionales, para que no llegue el diluvio, hay que pensar en “cambiar el chip” y trabajar con metas de largo plazo.

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