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Rescata canciones viejas para mantener viva la memoria de los poetas de Salta

Lo mío es... Rodrigo Moro, cantante
Domingo, 05 de mayo de 2019 01:11

Esa mesa ubicada en el ángulo, en el salón principal de la vieja peña, está siempre sola, reservada para la guitarra apoyada que espera el abrazo del cantante que endulza las noches de La Casona del Molino. Espera a que Rodrigo Moro la abrace y que, en ese dúo místico, se conviertan en una sola cosa.

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Esa mesa ubicada en el ángulo, en el salón principal de la vieja peña, está siempre sola, reservada para la guitarra apoyada que espera el abrazo del cantante que endulza las noches de La Casona del Molino. Espera a que Rodrigo Moro la abrace y que, en ese dúo místico, se conviertan en una sola cosa.

Rodrigo es un “chango” salteño, morocho, de 37 años, que de martes a domingos deslumbra con su canto en esa silla, que tiene el fondo ocre descascarado con una foto vieja del Cuchi Leguizamón.

Allí vende sus discos, trasciende la primera parte de la noche y recibe la generosidad de los aplausos y los “convites” de los parroquianos, que le acercan un vino amigo, quizás una empanada o lo que guste en ese momento.

Es quizás parte de ese poema “La casa”, de Manuel Castilla, que se sienta de frente y lee a ese cuadro mientras canta las letras que hacen resucitar al poeta; hace carne la larga tradición del enorme caudal cultural de Salta.

“Yo no vivo de esto, no puedo vivir de la música. Sin embargo me siento parte de La Casona y estoy muy orgulloso”, le dijo Rodrigo a El Tribuno en una mesa con café y coca.

Moro es hoy un estudiante de la carrera de Administración de Empresas de la Universidad Nacional de Salta y trabaja por las tardes en un consultorio como administrativo.

Tiene un secreto y no lo piensa compartir, pero a la carrera que estudia la quiere aplicar con su canto.

Toda su existencia gira en torno de la música; tiene el talento y lo sabe. Espera un golpe de suerte.

Rodrigo es hijo de Fernanda Soria y Elías Verastegui. De este último sacó la pasión por la música. Tiene dos hermanos que le acompañaron desde siempre en las guitarreadas. Así fue desde chico.

En un momento comenzó a estudiar canto con Álvaro Teruel, y hay una noche de la que no se olvida. “En la última semana de octubre de 2005, en el cumpleaños de mi hermano, vino Álvaro y nos contó de un lugar que desconocíamos. Nos contó sobre una peña en donde no había escenario y donde todos cantaban libremente. Entonces, para festejar nos fuimos, y cuando lo descubrimos nos quedamos alucinados. Cantamos a más no poder. Fuimos otra noche y otra noche más. Justo yo conocía a uno de los mozos de la época del secundario, así que, por joder, le pregunté si necesitaban más personal. Yo le pregunté porque estaba encantado con el lugar. Nunca me imaginé que me dijera que vaya a hablar con Claudia (encargada). Fui y me pidió lo datos esa misma noche, fue un miércoles. Me preguntó si me animaba a ir a la noche siguiente y así fue como comencé como mozo al otro día”, contó. 

Pasaron 13 años y se acuerda como si fuera ayer de las palabras de Rubén, el otro encargado. “Acá ninguno vive de mozo, todos tienen una profesión y la siguen. Este trabajo te tiene que ayudar a estudiar, a progresar. Acá lo único que le pedimos a todos los chicos es el respeto a nuestros clientes”, le dijo y lo marcó a fuego.

Antes que él llegara había otro cantor fijo al que, cuando fue, reemplazó temporariamente. Al final quedó en esa mesa que se encuentra cuando se abre la puerta de la vieja sala.

“Fue quizás la primera vez que comencé a recibir dinero por cantar. Estaba en la gloria, pero tampoco me podía quitar esas palabras de Rubén”, dijo moviendo la cabeza de un lado al otro.

En ese espacio de tiempo, el artista grabó dos discos. El primero “Guitarreando” y “Te siento llegar”, que se los pueden comprar mientras ofrece su espectáculo.

“Los trabajos son una mezcla de canciones clásicas y de las más viejas zambas que quizás ya comienzan a perderse. Yo las rescato, es una forma de mantener viva la cultura de los poetas. Entonces me gusta sentarme junto a Juan Ahuerma a charlar, coquear y hablar de canciones, de letras, música, compositores y anécdotas divertidas. Me parece que debemos rescatar esa magia de juntar al poeta con el intérprete, con el músico, porque vamos perdiendo algunos aspectos de la cultura salteña, que es tan rica en letras. Fue el Teuco Castilla quien me dijo que el poeta debe leer de todo, hay que ser un eterno curioso. Y así se van componiendo las letras de nuestro patrimonio cultural”, dijo.

En ese cantar nochero descubrió los viajes para presentaciones en Buenos Aires y Rosario. Cantó con Raúl Lavié y compartió mesas con grandes de la música. Conserva por siempre el respeto que Rubén una vez le pidió.

No es para cualquiera

La Casona no es para cualquiera. Se sabe que muchos de los cantantes profesionales no se le animan: hay que cantar fuerte.

“Es muy diferente cantar con micrófono que venir al patio a cantar cuando está lleno de gente. Acá le das con la voz al palo. Con un micrófono tenés que cuidar hasta los más mínimos detalles”, dijo.

Siempre solista, siempre espontáneo, Rodrigo Moro tiene un repertorio abierto al estado de ánimo de la gente que colma todas las noches esas habitaciones llenas de duendes que se esconden debajo de las mesas y que te toman el vino, que parece que siempre falta.

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