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Las PASO son un despilfarro que no mejora a la política

Domingo, 30 de junio de 2019 00:45

El 11 de agosto se realizarán las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) en las que la ciudadanía elegirá poco y nada, pero que costarán cerca de 4.500 millones de pesos (unos cien millones de dólares, equivalente al 40% del costo electoral de este año).

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El 11 de agosto se realizarán las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) en las que la ciudadanía elegirá poco y nada, pero que costarán cerca de 4.500 millones de pesos (unos cien millones de dólares, equivalente al 40% del costo electoral de este año).

La inmensa mayoría de los argentinos coincide en que se trata de un gasto innecesario y sobran los elementos que corroboran esa sensación. A diez años de la creación de este sistema, ni la calidad política ni la participación ciudadana han mejorado.

Es cierto que probablemente después de las PASO algunos de los candidatos queden excluidos, porque no alcanzarán el piso del 1,5% de los votos y porque los resultados mostrarán el nulo interés que despiertan entre la gente. Pero es absurdo llamar a elecciones internas con una sola opción, como ocurre hoy con las fórmulas presidenciales. Y no tiene sentido que se celebren primarias obligatorias para la confección de listas de candidatos a senadores y diputados nacionales que muchas veces la ciudadanía no conoce.

La iniciativa de suspender las PASO presidenciales nació tardíamente en el seno del propio oficialismo y argumentaba una razón coyuntural: todos los frentes presentaban una sola fórmula. Generó apoyos en la ciudadanía y rechazos en la dirigencia; no prosperó y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, dijo que no hubiera sido posible lograr consensos para reformar la ley electoral.

Hace mucho tiempo que a las PASO se las considera una "gran encuesta", con un costo oneroso para las arcas del Estado, pero no es ese el sentido que les otorga la ley electoral.

Una encuesta es un sondeo de opinión. La tecnología moderna permite hoy desarrollar muestras de enorme magnitud que, aplicando sistemas de contraste y complementación entre las distintas fuentes, hacen posible desarrollar una información suficiente para la gestión política. Pero una elección no está destinada a mostrar el humor de la opinión pública sino a tomar decisiones. Y las PASO no deciden nada.

Es cierto que, por tratarse de un acontecimiento político de alto impacto, pueden influir en la visión de los ciudadanos. La estrategia electoral asume a las PASO como una encuesta más creíble que el resto y se adecua para consolidar o revertir los resultados, según convenga.

El nudo de la cuestión debe buscarse en la calidad de la política, que comienza por las condiciones en que el ciudadano toma una decisión.

Los candidatos de nuestros días se aferran a poses externas que terminan obnubilándolos, prometen lo imposible y luego no pueden crear las condiciones para lograr acuerdos en dirección a las verdaderas soluciones, que generalmente tienen un costo elevado.

Los liderazgos surgen a partir de imágenes llamativas y consignas de impacto. En todo el mundo, proliferan candidatos inesperados que lograron captar la confianza de sus seguidores de Instagram o Youtube.

Los nuevos códigos de comunicación vuelven anacrónicas ciertas convicciones muy instaladas entre los dirigentes y obligan a replantear el debate democrático. Es decir, hace falta reformular el perfil de los partidos políticos y, también, la validez de las ideologías, para mejorar la política. Pero la democracia, que es el único sistema posible para un buen gobierno, no puede ser el mero reflejo de un juego de "efectos especiales" inducido por la comunicación tecnológica.

El fracaso de las PASO surge de su propia naturaleza. Una visión arcaica de la política amplía la obligatoriedad del voto, impone al ciudadano el deber de definir candidaturas en coaliciones y frentes a los que apenas conoce a la distancia. Además, con este sistema, el ciudadano se ve obligado, según los distritos, a concurrir cinco y hasta seis veces a las urnas en un año.

En tanto, los partidos continúan cerrados; los jefes políticos de todos los estamentos mantienen el oprobioso régimen de compra de votos y acarreo de electores y el ciudadano común, cuyo voto legitima gobiernos y mandatos, continúa siendo el convidado de piedra de la política.

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