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Federico Jeanmaire: “La reflexión del lector es una tarea privada en la que no puedo influir”

“Fernández mata a Fernández”, de Federico Jeanmaire se publicó por primera vez en 2011, reeditada recientemente llama la atención desde el título, que podría vincularse con la actualidad de la Argentina. 
Martes, 13 de agosto de 2019 11:23

 

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Marina Cavalletti
El Tribuno

 


 Sin embargo, la trama se desata cuando el titular de una noticia capta la atención de un ex periodista de policiales. Con él se entrecruzan una anciana que alimenta a las palomas, un portero gay obsesionado con la limpieza de las veredas, un jubilado comunista, el director de un diario manipulador, una jueza de comportamiento dudoso. Todos llevan el apellido Fernández y tienen algo que esconder.
Para conocer detalles sobre esta llamativa novela, El Tribuno dialogó con su autor, quien asegura que “lo político está en el origen de esta novela...exageradamente actual”.

¿Cómo nace la trama de este libro, donde todos los personajes tienen el mismo apellido?

Me gustó la idea de escribir una novela con varios personajes que tuvieran el mismo apellido. Quería meterme con un momento complicado de la cultura argentina y que a significación corriera por cuenta del lector, hacerlo trabajar, también en la definición de quién era quién, una forma de decir que habitando la misma cultura, somos todos parecidos.

Esta obra se reedita ocho años después de su publicación original ¿qué relecturas hacés de esa obra tras ese tiempo transcurrido?

Me parece que sigue siendo muy actual. Exageradamente actual, quizá. Hoy los Fernández siguen ocupando una posición de poder muy importante. También por otras cosas, en la novela hay toda una cuestión con el periodismo y la justicia, en el sentido de que siguen iguales o peor que hace diez años, eso no ha cambiado ni mejorado mucho. Además, uso la palabra exagerado porque es una palabra que me gusta mucho. 

Algún desprevenido puede creer que esta novela es premonitoria electoralmente, pero poco tiene que ver con eso, aunque sí aparecen diversos puntos de vista y cierta intransigencia en los personajes ¿cómo construiste a los integrantes de esa comunidad del edificio?

El hecho de elegir el apellido Fernández para todos los personajes no fue casual. En realidad, cuando la escribía y ya iba por la página 100, los protagonistas eran Martínez, pero una mañana tomando mate, en 2009, me di cuenta de que el momento político argentino estaba saturado de Fernández, así que cambié el Martínez por el Fernández. Los personajes fueron surgiendo, casi involuntariamente, en realidad, cuando me senté a escribir la primera página lo único que quería era matar a una señora que le daba de comer a las palomas todas las mañanas en la esquina en la que vivía por aquel entonces, Sarandí e Yrigoyen. Después salió el resto. Y me divertí mucho descubriendo a cada uno de los personajes.

Con las acciones en manos del encargado, la jueza, el ex periodista, otro en ejercicio, un ‘ex guerrillero‘ ¿intentaste representar la diversidad de las clases sociales, o te corrés de las interpretaciones políticas o sociológicas de la literatura?

No, no me corro de esas posibles interpretaciones. Por el contrario, creo que lo político, la pregunta por las maneras en las que nos relacionamos políticamente los argentinos está en el origen de la novela. Cada personaje es un monólogo que choca contra los monólogos del resto de los personajes. Más o menos algo así es como veía y como veo la política argentina.

Una plaga, en este caso las palomas, desata reacciones de individualismo y falta de solidaridad, incluso en la novela se habla de la pasividad de los vecinos, de la precariedad de la voluntad humana. Esos puntos, filosóficos o metafísicos te preocupaban en 2011 y lo hacen ahora?

Sí, claro. Me preocupan y, en algún sentido, también me divirtió imaginar una suerte de piquete de habitantes del barrio norte porteño. Luego, un par de años más tarde, increíblemente se dio a muy pocas cuadras de donde situé la novela. Y los piqueteros consiguieron del jefe de gobierno porteño, por aquel entonces Macri, se ocupara de la plaga de palomas y trajera a unos halcones que dieran cuenta de ellas. A veces la literatura puede ser anticipatoria.

Hay entre las páginas un grado de homofobia bastante importante, de denostación de la vejez y exaltación de la juventud ¿considerás que hemos avanzado o todavía atrasamos como sociedad en ese sentido, buscás hacer algún tipo de aporte con tu literatura, de invitar al lector a reflexionar?

Estoy seguro que hemos avanzado al respecto. Quizá no tanto como me gustaría, pero hemos avanzado. La reflexión de cada lector es una tarea privada en la que no creo pueda influir. Me encantaría, sin embargo no puedo invitarlo, debería invitarse solo.

Transcurrió una década desde que obtuviste el Premio Clarín con “Más liviano que el aire” en 2009, ¿cómo te vinculás con los reconocimientos hoy y qué significó para vos entonces?

El premio Clarín significó ocupar una mayor visibilidad, sobre todo en las librerías. Y que un montón de lectores se acercaran a mis libros. En ese sentido, creo que los reconocimientos constituyen una manera de acceder al público lector. Resultan sumamente útiles y estoy muy agradecido a cada premio que han recibido mis libros. 

La novela tiene algo así como un final abierto, ¿imaginás una segunda parte donde la trama pueda definirse y continuar?

No, aunque el final sea abierto, nunca se me ocurrió una segunda parte.

¿Podés contarnos detalles de tus próximos proyectos?

Acabo de terminar hace tres meses una novela sobre una batalla de la Segunda Guerra Mundial. Y ahora estoy escribiendo, sólo tengo 8 o 9 páginas, no se si alguna vez será, sobre cementerios, vejez y muerte. También tengo terminada una novela que espero se publique el año que viene que se llama Darwin o el origen de la vejez. Me estoy poniendo grande y, evidentemente, el tema de la vejez y de la muerte me tiene muy preocupado.
 

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