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En el Día del Niño, volver al juguete es la premisa de los restauradores

Rodolfo Aredes repara objetos acopiados en sus shows y los destina a “los chicos de la montaña”.Edith Giménez devuelve la vida a muñecas antiguas para hacerlas parte de su colección.
Domingo, 18 de agosto de 2019 00:00

"La infancia no solo dura menos, sino que hay mucha competencia. A los niños se les va el tiempo entre el teléfono, los mensajes y los juegos electrónicos", lamentaba el cómico español Miliki, mientras que el dramaturgo francés Víctor Hugo dotaba al juguete de una importancia tan radical que enunciaba: "Cuando el niño destroza su juguete parece que anda buscándole el alma". Por eso el Día del Niño, a contrapelo de la modernidad, es una fecha propicia para volver al juguete, para recordar que cada niño es la fuerza externa que maneja a su antojo un muñeco en los miles de mundos que su usina imaginaria crea y que al hacerlo no pasa el rato, sino que desarrolla sus capacidades. Quienes creen en la virtud transformadora del juguete son los restauradores Rodolfo Aredes y Edith Giménez.

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"La infancia no solo dura menos, sino que hay mucha competencia. A los niños se les va el tiempo entre el teléfono, los mensajes y los juegos electrónicos", lamentaba el cómico español Miliki, mientras que el dramaturgo francés Víctor Hugo dotaba al juguete de una importancia tan radical que enunciaba: "Cuando el niño destroza su juguete parece que anda buscándole el alma". Por eso el Día del Niño, a contrapelo de la modernidad, es una fecha propicia para volver al juguete, para recordar que cada niño es la fuerza externa que maneja a su antojo un muñeco en los miles de mundos que su usina imaginaria crea y que al hacerlo no pasa el rato, sino que desarrolla sus capacidades. Quienes creen en la virtud transformadora del juguete son los restauradores Rodolfo Aredes y Edith Giménez.

A Rodolfo el circuito que diseñó para su labor solidaria se le presenta con ribetes cinematográficos. "Uno se imagina una juguetería a la que entra una señora de dinero y compra el juguete para su hijo o su nieto, que al poco tiempo lo rompe, porque generalmente es a pila o tiene un mecanismo delicado, y aparece como entrada para un espectáculo del Muñeco Pepito en algún colegio de la ciudad. De allí pasa a mi taller y sale reparado hasta llegar a las manos de los niños de la montaña", describe Rodolfo (76), ventrílocuo de profesión y un artista récord en el medio, con 69 años sobre el escenario.

Las vías de acopio de piezas para la actividad solidaria de Rodolfo son diversas. Aportan material amigos y familiares, y turistas que vienen en contingentes a conocer la provincia, quienes, advertidos por los guías y agencias de viajes traen juguetes y los dejan a cambio de la actuación del Muñeco Pepito y su padre. El artista es hábil con elementos como madera, lata y plástico. Apenas le llegan a las manos las donaciones investiga en internet cómo lucía originalmente cada objeto para imprimirle las calcomanías y reponérselas. Además, mira dónde están las partes dañadas para reforzarlas y prevenir futuras roturas. Actualmente, más de 800 piezas están cuidadosamente guardadas en su depósito. "Siempre me digo: "Que Dios disponga a quién se los voy a llevar' y trato de no regresar más de dos veces al mismo sitio, porque si no la gente ya piensa que uno tiene la obligación de darles. ­Este país es tan paternalista! Y es por eso, tal vez, que no le dan el valor que realmente tiene el juguete", advierte. Luego añade: "A mí me cuesta noches de desvelo pensar cómo repararlo y luego comprar un repuesto que le haga falta. La restauración tiene mucho de sacrificio y el juguete quizá no lo valga tanto, pero lo que sí vale es haberle dado una alegría a un chico de la montaña, que no tiene nada. Y digo de la montaña, pero podría ser tranquilamente de un barrio de acá, porque la alegría es igual", describe.

Acota que para alcanzar las moradas de los más desprotegidos en la década del 60 le pidió a una funcionaria estatal el listado de las escuelas existentes en la provincia. "En 50 años las he conocido todas, hasta de los parajes más alejados. Hay algunos de ellos que recuerdo con claridad, porque cuando iba me sentía un héroe, trepado sobre una mula y haciendo dos días de recorrido. Y cuando uno llega te recibe la verdadera heroína, la maestra y directora, porque ella lo dejó todo para ir a enseñar a esos chicos. Lo mío no es más que un paliativo de un momento, como una aventura, pero ella sacrificó su vida para eso", expresa. Rodolfo y el Muñeco Pepito no solo han andado en mula, sino transitado por caminos de cornisa a pie o se han subido a una lancha para atravesar zonas inundadas.

"Una vez en Santa Victoria Este se desbocó una mula y Pepito estaba encima de ella. Parece que la habían cinchado mucho y salió por medio del monte y un baquiano me decía: "Quédese tranquilo porque va a ir adonde vamos nosotros'. Y así fue, pero me tocaron como tres horas de angustia", relata, sonriendo ante la remembranza.

Como las poblaciones dispersas no gozan de electricidad y las pilas y baterías se reservan para usos indispensables, Aredes les quita a los autitos y muñecas los mecanismos eléctricos y les suelta los engranajes para que los niños los echen a andar. Una vez en destino dispone los juguetes sobre una mesa para recrearles la ilusión de estar mirando las vitrinas de una juguetería y los hace pasar para que elijan cuál quieren llevarse. "Me llegan juguetes de 8.000 pesos, otros tan antiguos que más de un coleccionista me quisiera comprar, pero yo los reparo igual y se los doy a los chicos. No tienen otro destino para mí", argumenta. Para él su actividad se explica sola porque "el chico tiene tanta fantasía que si usted le entrega una casita de fósforos él sueña que es un barco, un avión, una ciudad y hasta le ve gente adentro. El chico sueña, ¿vio? Y yo cuando reparo los juguetes soy igual que ellos, también sueño". Justamente no ha dejado de soñar desde que a los siete años le regalaron a él una caja con soldaditos de plomo. El pequeño Rodolfo los hacía hablar entre sí y esta pequeña acción no pasó inadvertida bajo la atenta mirada de Mario Olivetti, representante del Circo Mercurio. "Él le dijo a mi padre: "Este es ventrílocuo'. Y me hicieron dos muñecos, Chirola y Raulito, y me mandaron a la pista circense en julio de 1950 y nunca más me bajé del escenario", dice Aredes, prueba viviente de que un juguete puede darle sentido a la vida entera.

"Los juguetes son lujos pequeños, pero se hacen grandes en el corazón"

Edith repara muñecas que otros descartan y las hace parte de su colección. Matías Maiztegui

"Cuando me remonto a mi infancia pienso en una época en la que tenía pocos juguetes y pocos amigos, por eso no puedo recordar algún juguete en especial", detalla Edith Giménez, restauradora de muñecas antiguas. Sí se acuerda de un anhelo insatisfecho: la muñeca Fiorella sabor, de fabricación nacional, una pepona de cabeza y manos de plástico encastrada en un cuerpo de tela y que tenía pelo de lana. Posteriormente salió la variante con pilas: sabor luz, porque apretando un mecanismo se le iluminaba el rostro. Las primeras tenían pelo de lana y las segundas de plástico. Todas venían con un helado con olor a ananá, frutilla, vainilla o chocolate, colgado al cuello como dije.

Hasta 2013 Edith atesoraba latas de gaseosa y cerveza. Sus investigaciones para clasificarlas la fueron llevando por diversos sitios de compra y venta de objetos coleccionables. Allí trabó amistad con coleccionistas de muñecas antiguas y se quedó mirando fijo, quitándole los ojos de mala gana a una muñeca alemana de identidad desconocida por ella hasta hoy, pero que no dudó en comprar para fundar una hábito, un hobbie y un emprendimiento. "Sé que su fabricación es anterior a 1930, la pagué por más de $3.000", recuerda hoy. Esta compra la introdujo en un universo nuevo e inconmensurable, que implicaría para ella un salto en el rango de costos. Después compró un lote de muñecos de pasta que exigían restauración. Se puso a fisgonear tutoriales y a prepararse para la experimentación con técnicas y materiales. Para ello, contó con la ayuda de la experiencia transitada por otros como la coleccionista y restauradora de La Plata Cecilia Marioni, que le cedió secretos generosamente.

Esta tarea la conectó con un sentimiento que desconocía, pero que le tomó de una vez la mente y el corazón: el de poner al servicio algo que era basura.

"Me encantó recuperarlas. Prefiero comprar una muñeca que esté rota y volverla a la vida. Aún estoy en pañales y todavía me falta aprender mucho. Mi mamá les hace la ropa. Miramos catálogos e intentamos que la vestimenta se asemeje el máximo posible", detalla. Edith es estudiante de Agronomía en la UNSa y ya ha restaurado muñecas para casas de antigedades locales.

Acota que no aplica la palabra restauración para describir lo que hace porque si bien las repara del deterioro que han sufrido, concede que nunca van a quedar exactamente como se veían originalmente, un logro que sí alcanzan restauradores de renombre.

"Lo primero que se rompe en estas muñecas son los dedos de las manos y de los pies", acota Edith, quien ha logrado restablecer la funcionalidad de mecanismos de ojos y voces.

También recoloca pestañas y hace pelucas. "No todas las muñecas presentan el mismo problema, entonces el desafío es crear un método para arreglarlas. Esto es muy parecido a la escultura, porque uno modela piernas y brazos faltantes o cabezas y rostros estrellados", comenta.

 

 

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