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No confundir juventud con falta de madurez... Los argentinos permanecemos cobijados cómodamente en nuestra autoconvicción de que "somos un país joven" para justificar innumerables y cotidianas torpezas.
Estamos convencidos de que la frase "país joven" nos cabe sin objeciones porque "recién" hemos cumplido 200 años de vida.
Vale preguntarse cuán válido puede ser clasificar los países conforme su "juventud" o no -¿los europeos serían "viejos"? y, a la escala, ¿Grecia y Egipto estarían "muertos"?-
Se supondría que si Suecia, por ejemplo, "hace las cosas bien" es porque se trata de un país "maduro" y nosotros no, porque somos "jóvenes"; entonces ¿qué deberíamos decir de Estados Unidos un país también "joven"- que "hace las cosas bien" y que además las ha hecho bien desde sus comienzos como nación?
Peor aún: ¿qué deberíamos decir de Chile y Uruguay -para poner dos ejemplos bien cercanos- que "hacen las cosas bien" y tienen nuestra misma edad?
"Viejos" inmaduros...
Dando vuelta el razonamiento, así como hay personas o países torpes independientemente de cuán "jóvenes" lo sean, también hay personas y países que lo son disponiendo de incontables años de "madurez" o, más precisamente, de edad.
En efecto, ¿qué decir de España, Grecia y Portugal, que se han visto envueltos en una formidable crisis en 2008 a pesar de su gran "madurez", especialmente Grecia, si por "madurez" se entiende haber acumulado largos siglos de existencia?
A un nivel tal vez menos extremo, ¿qué deberíamos decir del caso del Reino Unido que trasladó a un referéndum una cuestión meramente administrativa como era modificar su status de pertenencia a la Unión Europea y hasta la fecha no ha podido aún resolver satisfactoriamente el problema?
Algunos "jóvenes" valiosos...
A todo esto, ¿qué deberíamos decir, en el otro extremo, de Israel, país que tiene de vida el mismo tiempo que nosotros tenemos de abrazar con enorme entusiasmo y devoción una absurda inflación que nos paraliza y nos va relegando a las últimas posiciones de la escala de naciones y que, en ese período, de la nada y sin casi recursos naturales construyó un país posicionado entre los mejores del mundo, soportando victoriosamente además guerras y agresiones permanentes desde sus orígenes, con el rechazo e incomprensión de una gran parte de las naciones?
"La única verdad es la realidad"
Se atribuye a Perón la frase "la única verdad es la realidad" y aunque estrictamente le corresponde a Aristóteles, lo cierto es que la forma de resolver las dudas o los acertijos que la vida cotidiana nos propone recurrentemente es justamente mediante su confrontación con la realidad.
Es cierto que la Física Cuántica nos desafía sosteniendo que no existe "la realidad" sino que esta sería lo que nosotros creemos que es, pero aún así no es menos cierto que la inflación la padecemos los argentinos y no los chilenos y uruguayos -para mantener la comparación con los países ya citados- y otro tanto ocurre con otros padecimientos que los argentinos "supimos conseguir" y mantener.
"Argentinos, a las cosas!"
Ortega y Gasset, de visita en nuestro país y observando precisamente nuestra realidad, nos decía, con esta frase "argentinos, a las cosas"!- que debíamos dedicar menos tiempo a "dar vueltas" y más a resolver nuestros problemas. Es interesante destacar que lo dijo en 1916, cuando todavía nuestro país era la envidia, cuanto menos, de América Latina, y nuestra economía "iba bien", lo mismo que las condiciones de vida en general, comparativamente con el resto de los países de nuestra América y muchos del mundo.
Parece razonable entonces que los casi ochenta años de inflación que padecemos debería ser un tiempo más que suficiente para entender por qué tenemos este y otros problemas y qué deberíamos hacer, además de evitar- para resolverlo.
La pregunta entonces, ante la incapacidad no solo de dejar atrás este problema que ha resuelto la casi totalidad de países, incluida Israel que padeció inicialmente también una elevada inflación, es: ¿qué nos pasa a los argentinos que insistimos una y otra vez en hacer las mismas cosas que nos hunden progresivamente en nuestra decadencia, en lugar de buscar la forma de salir adelante?
Un problema cultural
Se sostiene muchas veces que nuestro problema es "cultural", queriendo decir probablemente con esto que tenemos un enfoque de las cosas que no nos ayuda -o, peor aún, que nos complica- para entender qué nos pasa. En efecto, desde una de la "usinas" de pensamiento se sostiene que nuestros problemas se originan en "el imperialismo", particularmente el británico, que, aliado con el de Estados Unidos, la masonería, el judaísmo internacional, la sinarquía internacional y sin duda también, los zombis, vampiros, hombres -¿y mujeres?- lobo, conspiran orquestadamente para que perpetuemos nuestra postración y así abalanzarse finalmente sobre nuestras inconmensurables riquezas para hacernos desaparecer del mapa.
Para evitarlo entonces, hay que cerrar la economía, proteger nuestra industria “nacional” concentrada en pocos kilómetros alrededor de la Capital Federal, dejar de exportar porque ya no necesitamos importar nada, y aumentar los salarios y jubilaciones a “valores dignos” -¿los ingresos por habitante del “imperio” tal vez?-.
La otra “usina”, a su turno, reduce todo el problema de la inflación al déficit fiscal que, aunque sin duda responsable de una parte del problema, no puede explicar por qué con similares niveles de déficit distintas economías tienen muy diferentes tasas de inflación y por qué, en cambio, una industria concentrada geográfica y sectorialmente y que puede por lo tanto imponer precios a su arbitrio sin más límite que una demanda que los aumentos regulares de ingresos mantienen firme, “no tiene nada que ver” con la inflación.
¿Un poco de sentido común?
Una persona o un país, maduro, es el que, frente a una realidad -esa que es la única verdad...- contraria a sus convicciones, está dispuesta, cuanto menos, a reverlas, cuando esas convicciones la complican e incluso lastiman. Recíprocamente, somos inmaduros, aunque hayamos acumulado muchos años, cuando nos seduce más el “relato” que la evidencia que se presenta frente a nosotros.
Debería ser claro, por lo tanto, que el ideal más alto que podamos sostener es aquel que proponga el mayor bienestar propio procurando no mermar el del conjunto de la sociedad, entendiendo que ningún bienestar propio o de grupos es sostenible cuando se basa en “platos de comida gratis” que ya sabemos que no existen, tanto por mandato bíblico -“ganarás el pan con el sudor de tu frente”- como por imperio de las leyes de la naturaleza que establecen que solo se puede reponer el consumo realizado con un nuevo aporte de trabajo.
Cuando los argentinos reemplacemos la magia por la ciencia, sin duda nos equipararemos e incluso superaremos -como lo habíamos logrado en el Centenario- a otras naciones que justamente han alcanzado su mayor bienestar gracias al esfuerzo cotidiano, renunciando a los mitos y abrazando el sentido común.
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