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Santiago Loza: “Una novela es un plan secreto, algo que se va escribiendo en silencio”

Martes, 10 de septiembre de 2019 10:57

 

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Marina Cavalletti 
El Tribuno

“No sé cuál es el rol de la literatura”, afirma Santiago Loza, quien se mueve entre las letras, el teatro y el cine y acaba de publicar su segunda novela, “Primera casa”.

Gira en torno de un joven huérfano que se refugia en el séptimo arte para escapar de la mediocridad de un pueblo pequeño. Víctima del acoso de sus compañeros de escuela sólo pensará en huir.
Distinguido como dramaturgo en los premios Teatro XXI, Trinidad Guevara y Konex Letras, Loza fue creador de la serie televisiva “Doce casas”, ganadora del Martín Fierro como Mejor unitario en 2014. También publicó Textos reunidos, Obra dispersa, Yo te vi caer, Empiecen sin mí y la novela El hombre que duerme a mi lado (Tusquets Editores). En diálogo con El Tribuno, recorre su ficción más reciente y asegura: “Todos somos sobrevivientes de nuestro pasado”
¿Como surge la trama de “Primera casa”, de ese adolescente que sufre los cambios corporales y se siente harto en una “ciudad chica del interior”?, ¿Hay algo de autobiográfico en esa ficción?
Hay ciertas zonas de la historia que me resultan más conocidas, pero no hay en la trama elementos biográficos. No fui huérfano a la edad de los personajes. Viví en una ciudad más grande, pero sí, tenía necesidad de contar ese campo de batalla que es la salida de la infancia, el comienzo de la adultez, el cuerpo que representa como una entidad desconocida. Tal vez si hay algún elemento biográfico está camuflado. Sí vi esas películas y tuve una enorme fascinación por ese cine de los ochenta. 
Gonzalo tiene un arco dramático claro: de la timidez y el automatismo a la excitación de delinquir; de ser víctima del bullying a enfrentar a sus victimarios con la ambición de superarse y salir de la mediocridad. ¿Cómo diseñaste ese itinerario y por qué? ¿Las películas que mencionás son indicaciones en ese camino? 
Creo que ahora que lo mencionás, es la primera vez que puedo ver ese arco dramático de manera clara. Trabajé de manera más intuitiva. El personaje iba tejiendo una suerte de plan de fuga. Había un cambio, una necesidad de estallar. Las películas aparecían como señales, deseos de mundos, imaginarios que se apropia para narrar. Tomar esas voces prestadas, ser a través del cine. Las películas eran como mojones en la escritura, sabía que se intercalaban en los capítulos, recordarlas me daban un orden.
¿Pretendías con eso que los lectores reflexionen sobre los abusos de poder que se
dan en la sociedad, retratar aquello de”pueblo chico, infierno grande”? ¿Creés que se puede ser uno de los roles de la literatura?
Creo que los abusos de poder no solo se dan en los espacios pequeños. Suceden en todos lados. No pensé la novela como un ajuste de cuentas o revancha del personaje. No sé cuál es el rol de la literatura, en este caso era la necesidad de generar este relato sobre alguien que se siente atrapado. Lo de la ciudad chica o pueblo, me resultaba claro y contundente. También la idea de la primera casa, de alguna manera todas y todos hemos sido expulsados de ese primer lugar, también de la infancia. Somos sobrevivientes de nuestro pasado.
En tu libro anterior “El hombre que duerme a mi lado”, los protagonistas son una viuda sin filtros y su único hijo, aquí dos huérfanos bajo la tutela estricta de su tía. ¿En algún punto te atraen las familias “amputadas”, los modelos que se corren del estereotipo, de lo esperable, la carencia para contar?
Tal vez descrea en la familia al menos para construir una ficción. Esa parte faltante, la carencia, la orfandad, obliga a que los personajes necesiten moverse. La figura a la que mencionás, las familias amputadas, cómo se vive sin esa parte, cómo el cuerpo se habitúa a la falta. Qué se construye a partir de la ausencia. Como si la carencia generara ficción y lo que está completo no necesitara ser contado.
En una de sus reflexiones, Gonzalo descubre que tiene algo para contar, aunque
poco importe la veracidad. ¿Eso puede trasladarse a tus producciones, al arte en general?
Por supuesto, no necesito que me cuenten la verdad, sino que me conmuevan. Me pasa como espectador, necesito ser cautivado. Y el arte es artificio, una construcción, un pacto que hacen los que generan la obra con quienes se acercan a ella. Es una especie de mentira, que puede contener, en el mejor de los casos, cierta verdad. En la novela, el personaje distorsiona lo que ha visto, se lo apropia, lo deforma para captar la escucha de su hermana. La verdad tiene que ver con esa comunicación, con ese presente, no con lo que sucedió. El pasado se aleja y queda ese presente que tienen que sostener los personajes. Y para construir un presente a veces se necesita contar, y ese contar es mutante.
En medio casi de una ensoñación, el “héroe” del libro asegura: “Somos los hijos no queridos por una madre”. ¿Este es un guiño a la coyuntura actual y el debate por la despenalización del aborto?
No lo había pensando. No creo que haya una relación directa o no fue intencional. En cuanto al debate, creo que es urgente y necesaria la despenalización. La historia sucede en los ochenta, en el interior, cuando este tipo de debates era totalmente imposible.
Tenés una larga trayectoria como dramaturgo y guionista de cine. ¿Te transformás a nivel creativo en tu método o en la forma de organizar tu escritura, según el formato?
Creo que es distinta la manera en que trabajo para cine, que suele ser una escritura “calculada”, conozco las posibilidades de producción con las que suelo contar. Es una escritura estratégica (lo digo en el buen sentido), una escritura en tránsito a una película que hará desaparecer eso que escribí. En el teatro es diferente, la palabra, lo literario, por lo menos en el teatro que puedo escribir, tiene un peso crucial. Pero sé que son palabras para ser pronunciadas y que la atención no debe decaer. Y una novela, es un plan secreto, algo que se va escribiendo en voz baja o en silencio, y será leída en silencio. 
 

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