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En busca de un segundo sueño: cuando la disciplina y el deporte vencen a las drogas

La historia de Diego Torres, un chico de apenas 23 años que, desesperado como tantos otros por la falta de oportunidades, logró un espacio reconocido en la práctica de un singular deporte.
Jueves, 19 de septiembre de 2019 01:27

Diego Torres es un joven de 23 años que, tras vencer su adicción a las drogas, consiguió formar parte del equipo Argentino en muay thai que competirá en un torneo a nivel sudamericano a realizarse en Colombia, el próximo 16 de octubre. Con esta convocatoria Diego va en busca de su segundo sueño, porque el primero de ellos ya está cumplido.
Diego viene de un hogar de padres separados. Esa situación lo obligó a crecer sin demasiados controles sobre sus acciones, cayendo -como tantos otros chicos- en el consumo de las drogas.
“De chico me crié con padres separados. Mi mamá (Silvina Torres), para poder cumplir con su rol de madre soltera y poder criarme, decidió estudiar para obtener un trabajo seguro. Mientras ella estudiaba se hizo cargo de mi crianza una tía abuela, Luisa Rodríguez. Ella me llevó a vivir a su casa en barrio La Tablada. Cuando mi mamá abandonó los estudios pero consiguió trabajo me volví con ella, pero nunca perdí contacto con mi tía abuela, es decir mantengo contacto con las dos. Es como si tuviera dos madres; estoy un tiempo en una casa y otro en la otra”. Así comenzó su relato Diego antes de introducirse en la parte de su vida de la cual se arrepiente.
“Siempre me sentí desprotegido en cuanto a la vida en la calle. No conté con un hermano mayor o un padre que me defienda o me ponga límites sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Me juntaba con amigos que andaban con el tema de adicciones. Yo era chico, tenía 13 años; tuve muchos problemas con la Policía, andaba mucho en la calle, comencé a probar algunos tipos de drogas, fumaba marihuana junto a otras sustancias. Con el tiempo hice abuso del alcohol mezclado con las drogas, los problemas con la Policía se hicieron más frecuentes, en forma constante iban por mi casa para avisarle a mi familia que estaba preso o demorado. Eso los ponía mal porque me tenían que ir a buscar a la comisaría. Fue un tiempo muy difícil para todos. Yo sabía que estaba mal, pero no sabía cómo alejarme de todo eso”.
Una esperanza para Diego llegó de la mano del kick boxing, una disciplina deportiva muy dura y exigente de la cual nada sabía. “Un día ví que frente a la casa de mi mamá entrenaban unos compañeros míos del colegio. Me llamó la atención lo que hacían porque era algo que yo no conocía. Estaban practicando tae kwondo y kick boxing. Me acerqué, pregunté sobre lo que hacían y los horarios y decidí meterme de lleno porque en realidad ya no quería el tipo de vida que estaba llevando. Me estaba haciendo mayor y sentía que todo lo que estaba haciendo no me llevaba a ningún lado. Quería un cambio, pero solo no iba a poder lograrlo”. Tal vez esa conciencia que tenía Diego sobre lo que había hecho con su vida fue fundamental para que el cambio que buscaba fuese posible. “Me inscribí y comencé a entrenar con quien aún es mi profesor, Francisco Sallent. Puse toda mi atención en ese deporte y eso me alejó del lugar que frecuentaba para drogarme”.
Francisco Sallent es un peleador de muay thai, un tipo de boxeo tailandés, donde se usan técnicas combinadas de manos, pies, codos, rodillas y sujeción, donde casi todo vale. Su gran desempeño a nivel internacional lo llevó a disputar combates con los mejores del mundo, tuvo su chance por un título del mundial, pero no lo pudo obtener. Esas grandes condiciones lo llevaron alejarse de General Güemes por un largo tiempo. Este alejamiento lo volvió a dejar a Diego nuevamente solo. “Al quedarme sin profesor y para evitar volver atrás con mi mala vida tuve que viajar a Salta para continuar con mis entrenamientos”.
Otra persona que fue fundamental en su vida fue Fernando Capetta, quien tuvo la fortaleza para superar su adicción y encaminó su vida hacia la ayuda a los demás. “Cuando conocí a Fernando me invitó a participar de un centro preventivo de adicciones que había creado en el hospital Castellanos. Allí realicé una terapia que fue fundamental para dejar definitivamente mis adicciones. Gracias a él y a la protección que me brindó me pude rehabilitar en solo medio año. En ese tiempo me dieron el alta. Capetta me ofreció trabajar en el centro preventivo enseñando kick boxing como taller recreativo. Lo hice por un tiempo y ellos ayudaban con los pasajes para capacitarme en Salta. Eso lo hice por unos tres años”.
Francisco regresó de su viaje por el Viejo Continente y encontró a un Diego totalmente cambiado y con un proyecto de gimnasio bastante avanzado. “Cuando Francisco regresó, yo tenía un gimnasio en formación. Con él lo terminamos de armar para trabajar en el muay thai. En la medida que todo iba en progreso me daba cuenta lo mucho que había perdido por mi adicción. Ahora, desde hace dos años me entreno para la alta competencia. Ya tengo nueve peleas y no gané en todas, pero lo que me lleva a clasificar es la constancia en mis entrenamientos y la garra en mis peleas. Eso me hizo conocido en el ambiente”, explicó Diego.
 
 

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Diego Torres es un joven de 23 años que, tras vencer su adicción a las drogas, consiguió formar parte del equipo Argentino en muay thai que competirá en un torneo a nivel sudamericano a realizarse en Colombia, el próximo 16 de octubre. Con esta convocatoria Diego va en busca de su segundo sueño, porque el primero de ellos ya está cumplido.
Diego viene de un hogar de padres separados. Esa situación lo obligó a crecer sin demasiados controles sobre sus acciones, cayendo -como tantos otros chicos- en el consumo de las drogas.
“De chico me crié con padres separados. Mi mamá (Silvina Torres), para poder cumplir con su rol de madre soltera y poder criarme, decidió estudiar para obtener un trabajo seguro. Mientras ella estudiaba se hizo cargo de mi crianza una tía abuela, Luisa Rodríguez. Ella me llevó a vivir a su casa en barrio La Tablada. Cuando mi mamá abandonó los estudios pero consiguió trabajo me volví con ella, pero nunca perdí contacto con mi tía abuela, es decir mantengo contacto con las dos. Es como si tuviera dos madres; estoy un tiempo en una casa y otro en la otra”. Así comenzó su relato Diego antes de introducirse en la parte de su vida de la cual se arrepiente.
“Siempre me sentí desprotegido en cuanto a la vida en la calle. No conté con un hermano mayor o un padre que me defienda o me ponga límites sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Me juntaba con amigos que andaban con el tema de adicciones. Yo era chico, tenía 13 años; tuve muchos problemas con la Policía, andaba mucho en la calle, comencé a probar algunos tipos de drogas, fumaba marihuana junto a otras sustancias. Con el tiempo hice abuso del alcohol mezclado con las drogas, los problemas con la Policía se hicieron más frecuentes, en forma constante iban por mi casa para avisarle a mi familia que estaba preso o demorado. Eso los ponía mal porque me tenían que ir a buscar a la comisaría. Fue un tiempo muy difícil para todos. Yo sabía que estaba mal, pero no sabía cómo alejarme de todo eso”.
Una esperanza para Diego llegó de la mano del kick boxing, una disciplina deportiva muy dura y exigente de la cual nada sabía. “Un día ví que frente a la casa de mi mamá entrenaban unos compañeros míos del colegio. Me llamó la atención lo que hacían porque era algo que yo no conocía. Estaban practicando tae kwondo y kick boxing. Me acerqué, pregunté sobre lo que hacían y los horarios y decidí meterme de lleno porque en realidad ya no quería el tipo de vida que estaba llevando. Me estaba haciendo mayor y sentía que todo lo que estaba haciendo no me llevaba a ningún lado. Quería un cambio, pero solo no iba a poder lograrlo”. Tal vez esa conciencia que tenía Diego sobre lo que había hecho con su vida fue fundamental para que el cambio que buscaba fuese posible. “Me inscribí y comencé a entrenar con quien aún es mi profesor, Francisco Sallent. Puse toda mi atención en ese deporte y eso me alejó del lugar que frecuentaba para drogarme”.
Francisco Sallent es un peleador de muay thai, un tipo de boxeo tailandés, donde se usan técnicas combinadas de manos, pies, codos, rodillas y sujeción, donde casi todo vale. Su gran desempeño a nivel internacional lo llevó a disputar combates con los mejores del mundo, tuvo su chance por un título del mundial, pero no lo pudo obtener. Esas grandes condiciones lo llevaron alejarse de General Güemes por un largo tiempo. Este alejamiento lo volvió a dejar a Diego nuevamente solo. “Al quedarme sin profesor y para evitar volver atrás con mi mala vida tuve que viajar a Salta para continuar con mis entrenamientos”.
Otra persona que fue fundamental en su vida fue Fernando Capetta, quien tuvo la fortaleza para superar su adicción y encaminó su vida hacia la ayuda a los demás. “Cuando conocí a Fernando me invitó a participar de un centro preventivo de adicciones que había creado en el hospital Castellanos. Allí realicé una terapia que fue fundamental para dejar definitivamente mis adicciones. Gracias a él y a la protección que me brindó me pude rehabilitar en solo medio año. En ese tiempo me dieron el alta. Capetta me ofreció trabajar en el centro preventivo enseñando kick boxing como taller recreativo. Lo hice por un tiempo y ellos ayudaban con los pasajes para capacitarme en Salta. Eso lo hice por unos tres años”.
Francisco regresó de su viaje por el Viejo Continente y encontró a un Diego totalmente cambiado y con un proyecto de gimnasio bastante avanzado. “Cuando Francisco regresó, yo tenía un gimnasio en formación. Con él lo terminamos de armar para trabajar en el muay thai. En la medida que todo iba en progreso me daba cuenta lo mucho que había perdido por mi adicción. Ahora, desde hace dos años me entreno para la alta competencia. Ya tengo nueve peleas y no gané en todas, pero lo que me lleva a clasificar es la constancia en mis entrenamientos y la garra en mis peleas. Eso me hizo conocido en el ambiente”, explicó Diego.
 
 

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