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17 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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La banalidad del mal, en Gesell

Jueves, 06 de febrero de 2020 01:47

El domingo 26 de enero en el diario El Tribuno de Salta, la secretaria de Salud Mental de la Provincia, Irma Silva, se pregunta: "¿Por qué participar de un acto repudiable da un sentimiento de pertenencia con una conducta aprobada por todos que los autoafirma y valoriza como integrantes de un grupo o de una corporación?". "¿Por qué una violación o un homicidio se transforman en un objeto ritual (de) compartido goce que los hace sentir poderosos e impunes?".

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El domingo 26 de enero en el diario El Tribuno de Salta, la secretaria de Salud Mental de la Provincia, Irma Silva, se pregunta: "¿Por qué participar de un acto repudiable da un sentimiento de pertenencia con una conducta aprobada por todos que los autoafirma y valoriza como integrantes de un grupo o de una corporación?". "¿Por qué una violación o un homicidio se transforman en un objeto ritual (de) compartido goce que los hace sentir poderosos e impunes?".

Responde: "La banalidad del mal es la indiferencia, la posibilidad del ejercicio de una acción de destrucción sin la menor compasión, porque la víctima ha dejado de ocupar el lugar de nuestro semejante, próximo o vecino". Fue esta última frase la que motivó el buceo en el libro de Hanna Arendt.

El actual procurador general de la Nación, Dr. Daniel Rafecas, en el prólogo que escribió para una edición del libro "Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal", de Hanna Arendt, dice: "Arendt no esquiva el principal argumento de los partidarios de que las penas no se impongan quia peccatum, sino ne peccetur: ¿Puede volver a ocurrir el holocausto? A contrario de lo que los penalistas -como el que escribe esta nota- estamos acostumbrados a repetir, Arendt contesta: sí, puede volver a ocurrir. Y enuncia el poderoso argumento de que todo paso que, para bien o para mal, dio la humanidad en su historia, está condenado a ser el umbral del siguiente hito en su camino hacia su salvación o destrucción, según el caso".

Más adelante el Dr. Rafecas dice: "De la contemplación que efectúa Arendt de la maquinaria nazi, concluye razonando igual que los jueces en la sentencia: el grado de responsabilidad aumenta a medida que nos alejamos del hombre que sostiene en sus manos el instrumento fatal ...".

Se refiere a que los ejecutores de las muertes tienen menos responsabilidades que quienes les dieron la orden.

Burócratas de la muerte

Debido a que en relación con los sucesos de Villa Gesell se ha nombrado "la banalidad del mal", frase acuñada por Hanna Arendt, resultaría oficioso transcribir algunos párrafos de la obra arriba señalada. Se pide justicia a los gritos en las calles, penas para castigar a los culpables por el delito cometido (quia peccatum) y para que el delito no se cometa nuevamente (ne peccetur), según mi entender.

La banalidad del mal descripta en este libro hace estremecer: "Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales" (pág. 165).

El presidente de tribunal que juzgó a Eichmann replicó a la acusación de parcialidad que hizo el abogado defensor diciendo: "Somos jueces profesionales, acostumbrados a valorar las pruebas practicadas ante nosotros, y a cumplir nuestra misión ante la opinión pública y la pública crítica... Cuando una sala de justicia juzga, los magistrados que la componen son hombres de carne y hueso, con sentidos y sentimientos, pero la ley les obliga a sobreponerse a sus sentidos y sentimientos. Si no fuera así, resultaría imposible hallar al hombre capaz de juzgar un caso criminal susceptible de producirle horror... No cabe negar que el recuerdo del holocausto llevado a cabo por los nazis conmueve a todos los judíos, pero mientras este caso está en trance de juicio ante nosotros, tenemos el deber de sobreponernos a nuestros sentimientos, y sabremos cumplir con este deber" (pág. 126). Este párrafo bien puede servir para entender lo que los jueces sienten ante la presión de los medios, las marchas, y cualquier otra acción que pretenda hacer notar que, si no se hace, no va a pasar nada, no va a haber justicia. Se reclama justicia a los gritos con marchas y pancartas.

En un párrafo realmente estremecedor, Hanna Arendt escribe: "Y, al igual que la ley de los países civilizados presupone que la voz de la conciencia dice a todos "no matarás', aun cuando los naturales deseos e inclinaciones de los hombres les induzcan a veces al crimen, del mismo modo la ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos "debes matar', pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar es algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los humanos. El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la inmensa mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus semejantes fueran enviados al exterminio (que los judíos eran enviados a la muerte lo sabían, aunque quizá muchos ignoraran los detalles más horrendos), de no convertirse en cómplices de estos crímenes al beneficiarse con ellos. Pero, bien lo sabe el Señor, los nazis habían aprendido a resistir la tentación" (pág. 91).

La casa familiar

En este punto cabría considerar que la banalidad del mal se ha encarnado en medio de las familias al punto que, como dice Arendt, los padres "han aprendido a resistir la tentación"; de allí surgiría, probablemente, la tan escuchada frase dicha por muchos padres: "¿Y yo que puedo hacer?", o la otra, que usan para tapar la tentación ante maestros o profesores: “Usted no se meta con mi hijo ¿Qué le pasa?”, cuando se enteran de que sus hijitos queridos fueron reprendidos por algo que hicieron. 

A este respecto hay algo escrito en este libro: “... O, según la fórmula del ‘imperativo categórico del Tercer Reich”, debida a Hans Franck, que quizá Eichmann conociera: “Compórtate de tal manera, que si el Führer te viera aprobara tus actos” (Die Technik des Staates. 1942. Pp. 15 16). Que parafraseando podría decirse “compórtate de tal manera, que si tus padres te vieran aprobaran tus actos”, o sea, emborracharte hasta tener una conducta tan violenta que termine con la vida de un semejante.

Probablemente se aclaren pensamientos con este párrafo: “Según dijo Eichmann, el factor que más contribuyó a tranquilizar su conciencia fue el simple hecho de no hallar a nadie, absolutamente a nadie, que se mostrara contrario a la ‘solución final’” (pág. 72). Peor aún, cuando se escuchan a los pares incitando a la violencia. En este punto de las transcripciones, surge la pregunta de si tenemos una conciencia clara de lo que significa la banalidad del mal, para los jóvenes que se emborrachan y se drogan al punto de matar o, de dar vida a hijos no deseados que apenas aprobada la ley del aborto no punible y gratuito, también serán asesinados, por quienes los concibieron en un baño de un boliche.

La formación de la conciencia

“El caso de conciencia de Adolf Eichmann, evidentemente complicado pero no único, no admite comparación con el de los generales alemanes, uno de los cuales, al preguntársele en Nüremberg: “¿Cómo es posible que todos ustedes, honorables generales, siguieran al servicio de un asesino, con tan inquebrantable lealtad?”, repuso que no era “misión del soldado ser juez de su comandante supremo. Esta es una función que corresponde a la Historia, o a Dios en los Cielos” (palabras del general Alfred Jodl, ahorcado en Nüremberg). “El grado de responsabilidad aumenta a medida que nos alejamos del hombre que sostiene en sus manos el instrumento fatal”, es un pensamiento de los jueces de Jerusalen en el caso de Eichmann. 

Por encima de nuestros jóvenes están los padres, los educadores, los encargados de controlar el descontrol. Y aquí viene la pregunta para todos: ¿cómo es posible que todos ustedes, honorables personas, siguen al servicio de estas personas con inquebrantable lealtad? Y la respuesta sería: “Podemos resistir la tentación y banalizar el mal”.
 

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