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El PJ y los partidos imaginarios

Sabado, 14 de marzo de 2020 22:22

La despedida de Juan Manuel Urtubey de la presidencia del PJ movilizó el desconcierto, no solo porque había renovado su mandato hace cuatro meses sino porque para la mayoría de los salteños el PJ es apenas un enunciado. Pocos tenían presente de qué él era el presidente.

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La despedida de Juan Manuel Urtubey de la presidencia del PJ movilizó el desconcierto, no solo porque había renovado su mandato hace cuatro meses sino porque para la mayoría de los salteños el PJ es apenas un enunciado. Pocos tenían presente de qué él era el presidente.

Que el peronismo es un sentimiento y una identidad difusa, pero mayoritaria, nadie lo duda. Y hay en Salta generaciones de peronistas que asocian la memoria del general con la reivindicación de los sectores populares y que siguen viéndose reflejados en esa experiencia, identificada con una mitología vívida de la provincia. Pero el PJ es una “entelequia”. 

Según el diccionario, “entelequia” es “cosa, persona o situación perfecta e ideal que solo existe en la imaginación” o “un ser que tiene en sí mismo el principio de su acción y su fin”.

Es claro que hay una disociación entre lo que se imagina como “peronismo” y lo que se hace invocando a Juan Perón y a Evita, y esto no pasa solo en Salta. Pero si analizamos el ciclo peronista salteño que terminó hace meses, la disociación es tan profunda que confirmaría que el PJ solo existe en la imaginación.

Urtubey llegó a la gobernación en 2007 en una alianza heterodoxa, el Frente para la Victoria/Partido Renovador. Allí, Andrés Zottos lideró a un sector mayoritario del PRS, un partido que siempre estuvo en las antípodas del peronismo, inconciliable con el kirchnerismo e inimaginable en una sociedad con el Frente Grande, Frente Plural, Barrios de Pie y Libres del Sur. Electoralmente funcionó y, para el urtubeicismo, también. El oficialismo creó su propia oposición y así logró quedarse con organismos de control que deberían ser administrados por la oposición.

¿Sería imaginable un cóctel de esa naturaleza en los orígenes del peronismo?

Es que setenta y cinco años son un ciclo histórico. Tampoco se hubiera podido suponer, en aquel entonces, la irrupción del menemismo y luego del kirchnerismo. Ni la debacle radical posterior a Raúl Alfonsín.

En realidad, el PJ no es una construcción (o una memoria) meramente imaginaria, sino un sello. De ese modo, se cubre una exigencia legal concebida en una época en que los partidos tenían autoridades, instituciones, acciones políticas, formación de cuadros y debates políticos. Y tenían ideología.

Pero la realidad es que el PJ como partido transita de derrota en derrota desde hace mucho. Sin embargo, la alquimia política sigue garantizando enormes cuotas de poder a las corrientes y figuras públicas que se ponen camisetas peronistas (sin entrar en demasiadas precisiones ideológicas).

Esto es lo que se llama, en pocas palabras, “crisis de representación ciudadana”, que entroniza acuerdos de cúpula como instrumentos de construcción de poder. Y así amalgama gobiernos, bancas y municipios.

Porque el renovador Zottos, en 2015, dejó su lugar a Miguel Isa, cuya historia política tiene color peronista, lo mismo que las de Gustavo Sáenz, Antonio Marocco, y la mayoría del Partido de la Victoria. Es decir, el peronismo es una especie de entidad inmaterial que trasciende a los partidos. Y es un sentimiento, profundo, del que cada peronista se siente dueño y custodio.

Ahora bien, si hay crisis de representación, hay crisis del sistema democrático, porque sin partidos y sin proyecto político, más allá del poder de cada personaje, la democracia es ilusoria, al menos como nosotros la entendemos.

La realidad social de Salta también es reflejo de una democracia desvencijada. Es razonable que Marcelo Tinelli se haya sorprendido con la tragedia wichi. Los peronistas Mashur Lapad, Atta Gerala y Leopoldo Cuenca y el exradical Ramón Villa son figuras dominantes de Rivadavia desde hace treinta años y, por supuesto, no se sorprendieron.

Está claro que ha llegado el momento de un gran viraje: entre varias cosas importantes, hay que refundar el sistema de representación en Salta. No es fácil, pero tampoco es una utopía. La reforma política exige recuperar los partidos, no necesariamente como eran antes, pero sí como espacios de debate y representación, con valores partidarios, internas reales y cargos rotativos.

Hay que reformar los distritos electorales, porque la misma Legislatura que sancionó la ley de igualdad de género tiene una senadora y 22 senadores, y 19 diputadas frente a 41 varones. Este dato, a tono con la época, ayuda a entender por qué si el peronismo no es mayoría en las elecciones termina quedándose con la Legislatura: así como el sistema electoral no garantiza que haya la misma cantidad de varones y mujeres en el Poder Legislativo, tampoco permite que los bloques se correspondan con la voluntad ciudadana. En definitiva, la reforma política exige eliminar las triquiñuelas palaciegas y los compromisos entre bambalinas. Partidos sólidos y serios permitirían tener gobiernos y funcionarios de calidad, y trabajar por las futuras generaciones y no por los votos de la pró xima elección.

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