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“Siento que me hubieran robado el oficio, que es parte de mi persona”

El mimo Pascal, único en su especie en Salta, pasa la pandemia dedicado a la música. También añora la calle, su espacio de pertenencia, y sus gentes, a quienes llevaba alegría. 
Martes, 22 de septiembre de 2020 23:22

Las fechas conmemorativas para cada profesión u oficio merecen ser celebradas, a contrapelo de la pandemia. Hoy es el Día Internacional del Mimo, que fue propuesto por el mimo francés Jean Bernard Laclotte, quien buscó que el mundo recordara cada 22 de septiembre el fallecimiento, en 2007, del gran maestro de este arte siliente, Marcel Marceau. Desde 2011, cita la página diainternacionalde.com, se festeja en Francia, España, Argentina, Venezuela, México, Costa Rica, Guatemala, Colombia, Chile, Estados Unidos, Uruguay y Perú con performances, encuentros, actividades infantiles y presentaciones callejeras. 
El mimo Pascal, único en su especie por estos lares, está en la memoria de los salteños y fragmentos de sus actuaciones habitan YouTube. Un microshow sublime en Talento Argentino ante Catherine Fulop, Maximiliano Guerra y Kike Teruel, en 2009. Un curioso corto de 2007 en el que un alumno del curso de cine de Alejandro Arroz imaginó a Pascal haciendo un programa de radio y la revolución en el mismo movimiento. Un popurrí en Alemania con performances a cielo abierto y en instituciones ante un público que lo celebra con atenta participación y risas. También en un recuerdo grato para los trabajadores de este medio, cuando nos visitó en mayo de 2018 y nos invitó a jugar a los periodistas, diseñadores gráficos, editores, fotógrafos y correctores de textos. Todos -aunque apremiados por horarios de cierre de edición y en plena desgrabación y producción de contenidos- participamos de sus dinámicas. Con una pandereta, una matraca y un celestín, o las propias palmas. Y de a poco, gente que tal vez no había hecho contacto visual en lo que iba de la jornada, buscaba complicidad con sus compañeros de mesa; también la confirmación de que algún gesto del mimo significaba precisamente aquello que se había interpretado...

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Las fechas conmemorativas para cada profesión u oficio merecen ser celebradas, a contrapelo de la pandemia. Hoy es el Día Internacional del Mimo, que fue propuesto por el mimo francés Jean Bernard Laclotte, quien buscó que el mundo recordara cada 22 de septiembre el fallecimiento, en 2007, del gran maestro de este arte siliente, Marcel Marceau. Desde 2011, cita la página diainternacionalde.com, se festeja en Francia, España, Argentina, Venezuela, México, Costa Rica, Guatemala, Colombia, Chile, Estados Unidos, Uruguay y Perú con performances, encuentros, actividades infantiles y presentaciones callejeras. 
El mimo Pascal, único en su especie por estos lares, está en la memoria de los salteños y fragmentos de sus actuaciones habitan YouTube. Un microshow sublime en Talento Argentino ante Catherine Fulop, Maximiliano Guerra y Kike Teruel, en 2009. Un curioso corto de 2007 en el que un alumno del curso de cine de Alejandro Arroz imaginó a Pascal haciendo un programa de radio y la revolución en el mismo movimiento. Un popurrí en Alemania con performances a cielo abierto y en instituciones ante un público que lo celebra con atenta participación y risas. También en un recuerdo grato para los trabajadores de este medio, cuando nos visitó en mayo de 2018 y nos invitó a jugar a los periodistas, diseñadores gráficos, editores, fotógrafos y correctores de textos. Todos -aunque apremiados por horarios de cierre de edición y en plena desgrabación y producción de contenidos- participamos de sus dinámicas. Con una pandereta, una matraca y un celestín, o las propias palmas. Y de a poco, gente que tal vez no había hecho contacto visual en lo que iba de la jornada, buscaba complicidad con sus compañeros de mesa; también la confirmación de que algún gesto del mimo significaba precisamente aquello que se había interpretado...


A nosotros ese contacto, él nos lo hizo percibir entonces, nos faltaba. Lo habíamos valorado momentáneamente por su obra y gracia, y ahora las restricciones impuestas para frenar el avance del Covid-19 y que la población infectada haga colapsar el sistema de salud nos lo vuelve a hacer valorar. Si “éramos felices y no lo sabíamos”, cuán afortunados podemos sentirnos por poder seguir trabajando desde nuestras casas, a través de las comunicaciones telefónicas, siguiendo protocolos... Mientras que el mimo Pascal, el artista que ha buscado sacar una sonrisa hasta de las facciones más pétreas que existan, hoy toca en su hogar el saxofón, la flauta y la guitarra, pinta cuadros, hace soldaduras y esculturas; pero ha deshabitado las calles. 
“Me falta la parte humana, el fuego, el mimo, la mirada del otro. Siento que me hubieran robado el oficio, que para mí es muy importante, porque más allá de lo económico es parte de mi personalidad, es una forma que tengo de poder jugar con la gente. Somos muy serios como individuos. Y esto me daba la posibilidad de acercarme y jugar con el mundo”, se desahoga con El Tribuno. 
Consultado sobre cómo está atravesando esta situación mundial que menoscaba más que a ningún otro al sector de los trabajadores de la cultura, se declara desilusionado porque las instituciones no les están brindando la asistencia que requieren. “¡Que difícil se le hace entender a la gente la lucha que libran los trabajadores de la cultura por el día a día! Algunos, pocos o muchos, trabajadores de la cultura tienen trabajos en el Estado y no dicen nada por miedo a perder su fuente laboral y los entiendo perfectamente, otros se deben autogestionar porque no están en la lista de gente potable y servil al sistema”, dice.
César Calabrese (que lleva adentro a Pascal) pasó 13 años viviendo en Friburgo (Alemania). Ha trabajado en Grecia, Portugal, Suiza, Praga, Holanda, Medio Oriente y el Este europeo. 40 años de trayectoria. Por ello, en esta época que invita a la nostalgia su voluntad lo llevaría a Alemania. “Acá por un trámite que tenés que hacer por un problema de salud caes en una burocracia y te insume dinero. Un trámite que debería hacerse en una hora acá te demora un mes por tantas trabas y restricciones. Antes era difícil, imagínate ahora”, dice y mira con renovados ojos costumbres que había juzgado a la ligera en el pasado. 
“En algún momento pensaba sobre los ingleses, que te dan la mano y no se abrazan para saludarse, o de los japoneses, que hacen una inclinación de cabeza, que eran fríos; pero ahora me pongo a pensar que tienen muchos años de cultura. La educación y el respeto que se tienen se debe a que han pasado por un montón de epidemias. A nosotros también nos quedarán resabios de esto para nuestro comportamiento futuro. Por ejemplo, los turcos que cuando llegan a sus casas se sacan los zapatos en la puerta o se colocan de inmediato otro calzado en su casa o no tienen animales dentro del hogar porque consideran que ensucian mucho y tienen bacterias. Uno hace análisis superficiales...”, reflexiona. 

Cuando Calabrese tenía 17 años hacía artes marciales, le gustaba todo tipo de deportes y “jugar y jugar todo el tiempo en el barrio”. Criado en la Alsina y Necochea, durante un festejo familiar un fotógrafo le vio su histrionismo para bailar y cómo los gestos del rostro y las manos le acompañaban como pájaros el habla. Este hombre le dijo que debía ser mimo y César se adentró en este arte mudo en el que muchos han visto la esencia del teatro (al actor se le puede retirar el texto, pero sigue expresándose con el cuerpo) y se perdió para siempre en él como quien se va de viaje al País de las Maravillas y se da con que allí es adonde pertenece. “Yo iba adonde me gustaba, pero en Latinoamérica siempre me topaba con esa temática dictatorial, donde todo estaba prohibido y expresarse estaba mal, mientras que noté que Brasil era el país más abierto”, comenta. 
Su viaje por Latinoamérica lo terminó en Puerto Madryn, donde trabajó en un hotel haciendo espectáculos y logró, en 1989, comprar pasajes aéreos para ir a Europa. Allí se estableció muchos años en Friburgo.
Y mucho tiempo después, haciendo un corte temporal vuelve a Salta y al contexto de pandemia que para él ha demostrado que “no te hacen faltan lujos, sino cine, música, literatura, lo que acompaña el alma y que sin darnos cuenta pasa desapercibido cotidianamente. Qué haríamos sin la belleza de la arquitectura, sin los locos que se animan a mostrar su parte verdadera, el arte”. Y continúa desgranando historias. “Recuerdo una vez que me habían mandado una invitación a un encuentro de mimos del mundo en Estados Unidos. Yo tenía veinte años y fui a solicitar un aval que dijera que era mimo y en primera instancia no me lo quisieron dar para que me den la visa en el Consulado de EEUU. Finalmente lo conseguí, y esto se ve en muchos aspectos. Me imagino la gente que no ha tenido la oportunidad de una educación y tiene menos recursos económicos”, comenta. En seguida una espiral de su memoria lo lleva al momento en que viajaba en una camioneta y su destino era hacer una actuación con otros artistas en una comunidad wichi. “Un político de la zona nos dijo: ‘Si nosotros no los dividimos a los aborígenes ellos ganan las elecciones’. Entonces contó que les daba a unos y a otros no y se peleaban entre ellos para lograr que ganaran los mismos de siempre. No siembran para recoger y dar alimento, sino para cosechar dinero”, dice haber constatado. 
El hábitat de este artista es la calle y ella le obra de espejo. Todo artista callejero llena sus pulmones como del aire salino del mar antes de pisar esa escena disruptiva. “Yo sentía la energía del lugar y tenía que ser ese para actuar. Mi sensibilidad era fuerte. Me decía: ‘Acá es la onda’”, define Pascal.

 


Y si, como asegura él, el sentido del humor hace descubrir muchas cosas del mundo que sin él no se descubrirían, porque “la risa no es solo una cuestión divertida, sino un modo de conocer la realidad”. Muestra dos botones. 
En un episodio estaba en una peatonal en Buenos Aires, cuando recién había asumido el presidente democrático Raúl Alfonsín después de años de dictadura. “Estaba tratando de reunir a la gente para que me viera actuar y nadie se detenía. En un momento me siento sobre unos relojes que había de decoración a la mitad de la peatonal ahí y me largo a llorar. Y se acerca una chiquita y me dice: ‘No llorés, no llorés, vení, vamos’. Después de que se fue me puse a actuar y se me amontonó la gente Me ha tocado desde entonces el corazón”, confiesa aún emocionado. Y la contraparte de esta anécdota le ocurrió en un bar, en Corrientes, que se llamaba La Verdulería. “En un momento estaba esperando mi turno y viendo a otros artistas actuar y veo por tras de la ventana que había un chiquito vendiendo flores. Le digo que pase, que se siente conmigo, pero que me espere mientras yo actuaba. Cuando me bajé lo vi que lloraba y le pregunté qué le pasaba y me dijo: ‘No me gusta que la gente se ría de vos’”, relata. Y se disculpa porque la nota iba sobre el Día Internacional del Mimo, pero "yo soy tan partidario de la disciplina del silencio que podría hablar horas sobre ella”.

 

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