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Cambiar algo sin cambiar nada

Sabado, 27 de febrero de 2021 00:00

El "viejo constitucionalismo", el que nació con las revoluciones estadounidense y francesa, y que en buena medida campea en la parte orgánica de las constituciones -la que organiza el poder- se encuentra en una debacle profunda, que observamos en la crisis de representación política, en la degradación de los controles internos o endógenos, sobre todo del Poder Judicial, en la debilidad de los controles externos, exógenos, controles ciudadanos que solamente se ejercitan a través del voto. Vemos así cómo los controles internos al poder o sistema de frenos y contrapesos se transforman en pactos entre élites para la mutua protección.

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El "viejo constitucionalismo", el que nació con las revoluciones estadounidense y francesa, y que en buena medida campea en la parte orgánica de las constituciones -la que organiza el poder- se encuentra en una debacle profunda, que observamos en la crisis de representación política, en la degradación de los controles internos o endógenos, sobre todo del Poder Judicial, en la debilidad de los controles externos, exógenos, controles ciudadanos que solamente se ejercitan a través del voto. Vemos así cómo los controles internos al poder o sistema de frenos y contrapesos se transforman en pactos entre élites para la mutua protección.

Por supuesto que la parte orgánica de las constituciones no es el único factor de la profunda crisis actual pero es a donde el jurista Roberto Gargarella dirige su mirada para analizar en profundidad "La derrota del derecho en América Latina", su nuevo libro, aparecido en diciembre del año pasado.

Pero el doctor Gargarella no solo reflexiona sobre las causas constitucionales del grave deterioro institucional que vivimos sino que -como verdadero demócrata- propone el "ideal regulativo" de toda reforma constitucional en lo que él denomina "conversación entre iguales" e indica cómo traducirlo en instituciones concretas.

Crisis de representación

La crisis de representatividad está dada en que los ciudadanos desconocen a sus representantes, desconfían de ellos o los repudian por la presencia de funcionarios corruptos pero esta crisis de representación encuentra su causa en que el esquema de organización del poder del viejo constitucionalismo aparece como caduco, así la Cámara de Senadores representaba a los "pocos" y la Cámara de Diputados a los "muchos", y se asumía que los representantes iban a resguardar bien los intereses de todo su grupo o clase.

La realidad actual es que vivimos en sociedades plurales, diversas, multiculturales con una vastedad de grupos; cada persona no se identifica solo con una de sus múltiples facetas, por ejemplo una mujer o un indígena no representan a todas las mujeres o a todos los indígenas. Con perspectiva sociológica, Roberto Gargarella dice que "nuestro esquema institucional actual se revela como un traje absolutamente incapaz de abarcar el cuerpo que pretende abrigar".

Pero la democracia no consiste en que los "pocos" no opriman a los muchos ni en evitar que los "muchos" opriman a los pocos, sino en que gobierne con límites y con controles la mayoría. Aprovechando el vacío representativo aparece el populismo invocando el principio mayoritario pero lo cierto es que el populista "consulta" al pueblo cuando quiere, como quiere y hasta donde quiere, sin importarle el proceso de deliberación colectiva y rechazando todo control sobre su accio nar.

Débil control ciudadano

Examina en su libro Gargarella el deterioro de los controles internos sobre todo el deterioro del Poder Judicial pero quiero detenerme en esta columna en su examen de la debilidad del control externo o ciudadano que se realiza a través del voto periódico.

Si bien el voto periódico es un modo de controlar al poder que tiene la ciudadanía, este control se encuentra debilitado por lo que el jurista denomina la "dilución del voto", ya que al votar para una mayoría de cargos, no lo hace persona por persona sino que está obligado a elegir a un conjunto de personas. Así se hace difícil premiar a algunos y castigar a otros,; además, muchas veces un representante con prontuario negativo pasa desapercibido y queda impune mimetizado entre muchos otros. También ocurre cuando juzgamos meritorio el comienzo de una gestión a la vez que reprobamos su finalización.

El voto, así como lo conocemos, entraña una extorsión democrática, en el sentido que muchas veces los ciudadanos se encuentran obligados a votar lo que repudian (la reelección, la corrupción) con el objeto de sostener lo que se defiende (una política social o económica concreta, la ley de aborto, etc.).

Con claridad sostiene el autor del libro que esta forma de votar implica "seguir vinculándonos por medio de piedras que arrojamos contra la pared con la expectativa que el otro pueda desentrañar un significado" como si no existiera el diálogo y la comunicación con palabras en el siglo XXI.

Tampoco tiene el voto un carácter depurador, que transforme en democrática una práctica o institución que no lo es. La democratización se produce cuando los ciudadanos tienen la capacidad cotidiana de intervenir en el proceso de toma de decisiones y supervisar lo que los representantes hacen en su nombre.

En el viejo constitucionalismo y siguiendo la lógica del sistema de frenos y contrapesos se creía que basados en el autointerés los funcionarios públicos se controlarían entre si lo que redundaría en el bien común.

Muy lejos de esa creencia se producen en la realidad pactos o alianzas entre la élite gobernante para lograr la autoprotección en desmedro de los que se encuentran fuera de esa élite de poder. Nos encontramos entonces con lo que el autor denomina la "autonomización de dichas élites" que quedan situadas a distancia significativa del electorado con capacidad para ac tuar en su propio beneficio.

Para finalizar este “análisis grosso modo” de un libro imprescindible, debemos decir que las reformas constitucionales se hacen en base a un ideario regulativo. Resulta claro que el ideario es terminar con las desigualdades y ese ideal se sustenta en la autonomía individual y el autogobierno colectivo, al que Gargarella llama “la conversación entre iguales”, es decir, reconocer la importancia que las distintas voces de la sociedad no solo se expresen sino que dialoguen y debatan unas con otras. Argentina ha tenido algunas experiencias en este sentido como las audiencias públicas convocadas en el Congreso en el año 2018 en torno al tema del aborto o las realizadas por la Corte Suprema en el caso de la educación religiosa obligatoria en Salta o en causas sobre contaminación ambiental.
La reforma constitucional que se viene gestando en Salta en la parte orgánica, parte que el doctor Gargarella llama “la sala de máquinas del poder”, deja intacta todas las causas constitucionales de la grave debacle institucional que padecemos los salteños. En otras palabras, no se asegura la representación política, no se propende al fortalecimiento de los controles internos, ni se fortalece el control ciudadano mediante instituciones idóneas y se omite toda participación de la ciudadanía en el debate de la reforma. 
Esta reforma se ha decidido en la elite gobernante sin participación ciudadana alguna, ni de sectores políticos de la oposición. No existe en el texto indicio alguno de formas de intervención directa ciudadana, ni tampoco indicios de horizontalizar un poder hiper concentrado y vertical, o tender puentes entre gobierno y ciudadanos mediante herramientas alternativas al voto, ni menciona mecanismos de diálogo entre las ramas del poder y entre ellas y los ciudadanos, ni tampoco mecanismos de diálogo en la ciudadanía en su interior. En definitiva, una reforma constitucional donde “la sala de máquinas del poder” que    da intacta. 

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