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Recientemente se inauguró la obra “Seres imaginarios en vías de extinción”, primera de la serie que conformará el Distrito de Murales, proyectado por la Municipalidad de Salta en la zona norte de la ciudad.
La intendenta Bettina Romero destacó en una visita que realizó a Parque General Belgrano para ver el mural finalizado que este barrio fue elegido por su ubicación, su accesibilidad y por disponer de grandes superficies verticales para pintar.
“Esta iniciativa del municipio genera la oportunidad para que nuestros artistas salteños expresen su talento y, a la vez, embellezcan la ciudad”, manifestó la mandataria.
Luego agregó que “apoyamos el arte porque contribuye a la formación cultural de los ciudadanos. Los vecinos celebran esta idea y por ello proyectamos un paseo de murales para Salta”.
Se harán tres murales de gran porte en la zona durante la primera etapa del plan. Los artistas que pintarán en General Belgrano son Martín Córdoba, Heber Artaza y Mauricio Molina.
Así, la Municipalidad proyecta el Distrito de Murales, un paseo al aire libre donde se podrá disfrutar de importantes obras. El desarrollo de este plan prevé otras instancias participativas como la realización de concursos abiertos de proyectos, la presencia de artistas invitados de la región y actividades con la comunidad.
Martín Córdoba es dibujante, grafitero y muralista. Hace trece años empezó a intervenir las paredes de la ciudad de Salta primero con Javier Cook y luego con Julien Guinet. Ha trabajado en diversas dimensiones utilizando técnicas que van desde la pintura con aerosol y aerógrafo hasta la acuarela. Realizó muestras individuales y colectivas en museos y salas de la ciudad y participó en pintadas acompañando eventos literarios y musicales junto a bandas como el Barco del Abuelo, Las Wi Fi y Bort, en vivo en el Cafarock y en el Urbanfest de Cochabamba (Bolivia). Dirigió varios talleres sobre muralismo, aunque cree que es imposible enseñarlo.
Acerca de su última obra urbana dijo a este medio que partió de un diseño en papel, al que digitalizó. Luego usó una aplicación para amplificarlo en la pared, empleando una foto de la superficie a trabajar ya marcada. Después de señalizar el dibujo, fijó el fondo (el bosque y las piedras), después pintó la figura del ser y por último detalló el primer plano (las hojas rojas).
Sobre el significado que quiso transmitir especificó: “Hago hincapié en cómo se ha ido perdiendo la imaginación, principalmente en los niños, con tantos dispositivos tecnológicos disponibles como pantallas, videojuegos, televisión”.
Su criatura mágica luce como la mítica quimera, el monstruo que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, aunque por extensión quimera también denomine a aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo. De allí, el doble movimiento de representación mental que le ha gustado a Martín para su arte.
“El artista posee imágenes en la mente que va adquiriendo en el transcurso de la vida y luego reformulando. Este es un cervatillo con ojos de pez, con pelos voladores y tentáculos en vez de cuernos, porque me gusta usar en mis obras la fauna marina”, describió, encantado de “poder interpelar otra vez e introducir al espectador en el mundo mágico de la imaginación”.
Consultado acerca de la recepción de la gente que lo vio durante doce días colgado de andamios y a vertiginosos diez metros de altura, señaló que los vecinos y residentes del edificio le hicieron saber su contento por su presencia y la intervención de la pared. “Tal vez de veinte personas a una no le guste. Muchas gente pasaba y preguntaba si íbamos a seguir pintando”, recordó. Acerca de Distrito de Murales opinó que “es necesario, no solo para que el artista tenga trabajo, sino también para el desarrollo de la sociedad. Es importante para que el transeúnte o el ciudadano común al ir por la ciudad se encuentre con una obra de arte. Es distinto el que va al museo o a la galería de arte, que va buscando algo, mientras que en el arte urbano es al revés: te va buscando a vos, te encuentra y te interpela de una”.
El mural es una expresión impetuosa. Si volvemos la mirada hacia el periodo histórico en que tuvo su auge nos desplazaremos hasta años después de la Revolución Mexicana de 1910, considerada la primera gran movilización social en la América Latina del siglo XX.
Rivera, Orozco y Siqueiros, los tres grandes pintores de la Revolución, se propusieron pintar para el pueblo. Para ellos les significó un arte pública y colectiva, que rompía con el individualismo de la pintura de caballete. Estos muralistas creían que el mural por sí solo podría redimir artísticamente a un pueblo que había olvidado la grandeza de su civilización precolombina durante tantos siglos de opresión extranjera y de expoliación por parte de las oligarquías nacionales culturalmente volcadas hacia la metrópolis española. Por lo tanto, produjeron obras en lugares públicos para que todos las pudiesen ver. Ese era el espíritu.
“El muralismo no se enseña. Uno lo adopta y lo adapta. Uno es autodidacta y va aprendiendo a fuerza de prueba y error hasta que se encuentra con su línea. El equilibrio no es fácil. No cualquiera va y hace un mural o un cuadro. Los muralistas no están acostumbrados a trabajar en pequeños formatos y de igual manera le ocurre al que trabaja en pequeño”, opinó Córdoba. Agregó que existen conceptos básicos en el muralismo que quien se introduzca en este campo no puede desconocer. Por ejemplo, el tiempo en el cual el espectador puede mirar la obra. “Cuando hablamos de mural hablamos de la calle, de una persona que transita en auto, moto, colectivo o a pie. El mural tiene una visualización muy corta, entonces lo que uno pone tiene que ser específico y tiene que tener una lectura lineal. Es decir, vamos avanzando en un auto y vemos un mural. Serán solo tres o cuatro segundos viendo una pared de diez metros. Entonces hay que saber qué tenemos que poner y cómo disponerlo, cuándo hacer un detalle, qué calidad de detalle, qué trabajo de línea, si empobrece la visión o la enriquece. No es que vamos, hacemos un dibujo y listo”, especificó. De acuerdo con él, también resulta imprescindible no perder de vista el recorrido del ojo en la pared, devenido, no siempre, de la formación lectora, de cómo alguien explora un escrito. “No podemos poner algo acá y después llevarlo para que el transeúnte tenga que volver hacia atrás. Debemos darle toda una circulación visual a la obra. La persona no puede estar condicionada a empezar otra vez”, concluyó.