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"Sofi sin espesor", un libro que dialoga con obras imperecederas

Escrito por Elena Bossi e ilustrado por Luciana Zarzoso, trata sobre el viaje de una niña. Ese mundo que visita recuerda -y no- a "El Mago de Oz" y "Alicia en el País de las Maravillas". 
Sabado, 18 de septiembre de 2021 18:54

Recientemente se realizó por Zoom la presentación del libro “Sofi sin espesor”, escrito por Elena Bossi e ilustrado por Luciana Zarzoso. La Sofi del título se ve atrapada en su cuaderno de tareas para el hogar y viajará entre esas páginas ateniéndose a las reglas de su recién adquirida bidimensionalidad. Caminará entre los diptongos, la tabla del siete y las divisiones que se le había complicado resolver; pero conforme vaya avanzando también enfrentará escenarios cambiantes dibujados allí mismo por su hermanito. Ella “pensó que si había un modo de entrar al mundo de su cuaderno de clases, tenía que haber una manera de salir y comenzó a estudiar sus posibilidades”. ¿Lo logrará? 
Durante la lectura es inevitable hallar rasgos de intertextualidad con dos obras imperecederas: “El Mago de Oz” (1900), de Lyman Frank Baum; y “Alicia en el País de las Maravillas” (1865), de Lewis Carroll. Desde los universos que se les presentan a las protagonistas donde el caos y el sinsentido imperan frente a la razón -pero que también son lugares donde todo es posible y no existen fronteras-, hasta aquella sospecha que sustituye a la moraleja explícita de que el relato no va sobre sueños, magias y ciclones, sino acerca de la confianza en uno mismo para afrontar los retos. Sin embargo, la gran subversión de Sofi es que ella queda sin el grosor que caracteriza a los cuerpos sólidos, que está sujeta a las reglas de un agente externo, su hermanito, y que dos códigos -la escritura y el dibujo- se retroalimentan y no siempre coinciden para transmitir el mensaje. 
En diálogo con El Tribuno  Elena Bossi se refirió a algunas inquietudes sobre el proceso de creación de esta obra. Consultada sobre si ve condicionada su escritura a partir de concederle el protagonismo a una niña desde la adultez propia, señaló que cuando escribe para las infancias se retrotrae a sí misma cuando era infante y trata de recuperar aquella voz. Incluso así, descree de una adecuación forzosa para ese público. “Me parece que es más o menos lo mismo. Son cosas que surgen para adultos o para chicos. No siento que esté escribiendo para algún sector, sino solo que estoy escribiendo y luego el texto se encuentra con algún público”, definió. Bajo su mirada retrospectiva se descubre con una voracidad lectora que abrevaba de varias fuentes: novelas de Julio Verne, la colección Robin Hood de Acme Agency (1940-principios de la década del 90), revistas de historietas de superhéroes, libros sobre la naturaleza. “De ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ (de 1869 y de Verne) tuve una edición muy linda con unos dibujos en blanco y negro. Recuerdo que en la tapa un pulpo atrapaba al submarino”, destacó Elena y la anécdota fácilmente se transforma en un símbolo: la literatura para ella es ese pulpo con tentáculos provistos de ventosas y ella la tripulante de esa nave capaz de sumergirse y desplazarse bajo condiciones imposibles en el mundo real. “También me gustaron mucho la Mujer Fantasma y Tripla. Me encantó descubrir que había alguien que podía dividirse y estar en tres lugares al mismo tiempo y otra persona que llegara a ser indetectable”, se entusiasmó Elena en su evocación. Sin embargo, ¿hay riesgos de subestimar al niño-lector en estos tiempos en los que se busca protegerlo a como dé lugar de algún hecho o tratamiento que lo ofenda? ¿Así podrá salir la literatura como un molusco marino y voraz a abrir mentes?
“El niño lector viene subestimado desde que se creó una literatura especial, la infantil, que se publica por aparte de la que se define para adultos. Por un lado está cómodo, pero por otro les quita la posibilidad a los lectores más chicos de agarrar cualquier libro y viceversa a los adultos”, sintetizó. La pregunta la remite a la biblioteca de su hogar, donde la Elena niña hallaba libros “todos mezclados”. “Peter Pan” (1911), de James M. Barrie, y “Alicia en el País de las Maravillas” convivían en vecindad con obras de Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Julio Verne (1828-1905). “Tuve una experiencia como maestra con niñas de sexto grado en que les di a leer a Jorge Luis Borges (1899 y 1986) y literatura que estaba viendo en aquel momento en la universidad y no hubo ningún problema. Fiodor Dostoyevski (1891-1881) decía esto: que con los chicos se puede hablar de cualquier cosa, y por ende se puede también leer con ellos cualquier cosa”, afirmó. Acerca de la cultura de la cancelación como fuerza desatada para borrar, abolir y derogar, expresó que “la literatura y las artes, y la moral van por lados diferentes. De hecho, si tuviéramos que cancelar a los autores por ser malas personas, las bibliotecas se quedarían sin libros. Una cosa es decidir si uno quiere ser amigo o no de una determinada persona, porque considera que moralmente no debe estar junto a esa persona por alguna razón, como por ejemplo con Pablo Picasso (1881-1973), que era muy desagradable, pero sí se puede disfrutar de su obra”.

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Recientemente se realizó por Zoom la presentación del libro “Sofi sin espesor”, escrito por Elena Bossi e ilustrado por Luciana Zarzoso. La Sofi del título se ve atrapada en su cuaderno de tareas para el hogar y viajará entre esas páginas ateniéndose a las reglas de su recién adquirida bidimensionalidad. Caminará entre los diptongos, la tabla del siete y las divisiones que se le había complicado resolver; pero conforme vaya avanzando también enfrentará escenarios cambiantes dibujados allí mismo por su hermanito. Ella “pensó que si había un modo de entrar al mundo de su cuaderno de clases, tenía que haber una manera de salir y comenzó a estudiar sus posibilidades”. ¿Lo logrará? 
Durante la lectura es inevitable hallar rasgos de intertextualidad con dos obras imperecederas: “El Mago de Oz” (1900), de Lyman Frank Baum; y “Alicia en el País de las Maravillas” (1865), de Lewis Carroll. Desde los universos que se les presentan a las protagonistas donde el caos y el sinsentido imperan frente a la razón -pero que también son lugares donde todo es posible y no existen fronteras-, hasta aquella sospecha que sustituye a la moraleja explícita de que el relato no va sobre sueños, magias y ciclones, sino acerca de la confianza en uno mismo para afrontar los retos. Sin embargo, la gran subversión de Sofi es que ella queda sin el grosor que caracteriza a los cuerpos sólidos, que está sujeta a las reglas de un agente externo, su hermanito, y que dos códigos -la escritura y el dibujo- se retroalimentan y no siempre coinciden para transmitir el mensaje. 
En diálogo con El Tribuno  Elena Bossi se refirió a algunas inquietudes sobre el proceso de creación de esta obra. Consultada sobre si ve condicionada su escritura a partir de concederle el protagonismo a una niña desde la adultez propia, señaló que cuando escribe para las infancias se retrotrae a sí misma cuando era infante y trata de recuperar aquella voz. Incluso así, descree de una adecuación forzosa para ese público. “Me parece que es más o menos lo mismo. Son cosas que surgen para adultos o para chicos. No siento que esté escribiendo para algún sector, sino solo que estoy escribiendo y luego el texto se encuentra con algún público”, definió. Bajo su mirada retrospectiva se descubre con una voracidad lectora que abrevaba de varias fuentes: novelas de Julio Verne, la colección Robin Hood de Acme Agency (1940-principios de la década del 90), revistas de historietas de superhéroes, libros sobre la naturaleza. “De ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ (de 1869 y de Verne) tuve una edición muy linda con unos dibujos en blanco y negro. Recuerdo que en la tapa un pulpo atrapaba al submarino”, destacó Elena y la anécdota fácilmente se transforma en un símbolo: la literatura para ella es ese pulpo con tentáculos provistos de ventosas y ella la tripulante de esa nave capaz de sumergirse y desplazarse bajo condiciones imposibles en el mundo real. “También me gustaron mucho la Mujer Fantasma y Tripla. Me encantó descubrir que había alguien que podía dividirse y estar en tres lugares al mismo tiempo y otra persona que llegara a ser indetectable”, se entusiasmó Elena en su evocación. Sin embargo, ¿hay riesgos de subestimar al niño-lector en estos tiempos en los que se busca protegerlo a como dé lugar de algún hecho o tratamiento que lo ofenda? ¿Así podrá salir la literatura como un molusco marino y voraz a abrir mentes?
“El niño lector viene subestimado desde que se creó una literatura especial, la infantil, que se publica por aparte de la que se define para adultos. Por un lado está cómodo, pero por otro les quita la posibilidad a los lectores más chicos de agarrar cualquier libro y viceversa a los adultos”, sintetizó. La pregunta la remite a la biblioteca de su hogar, donde la Elena niña hallaba libros “todos mezclados”. “Peter Pan” (1911), de James M. Barrie, y “Alicia en el País de las Maravillas” convivían en vecindad con obras de Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Julio Verne (1828-1905). “Tuve una experiencia como maestra con niñas de sexto grado en que les di a leer a Jorge Luis Borges (1899 y 1986) y literatura que estaba viendo en aquel momento en la universidad y no hubo ningún problema. Fiodor Dostoyevski (1891-1881) decía esto: que con los chicos se puede hablar de cualquier cosa, y por ende se puede también leer con ellos cualquier cosa”, afirmó. Acerca de la cultura de la cancelación como fuerza desatada para borrar, abolir y derogar, expresó que “la literatura y las artes, y la moral van por lados diferentes. De hecho, si tuviéramos que cancelar a los autores por ser malas personas, las bibliotecas se quedarían sin libros. Una cosa es decidir si uno quiere ser amigo o no de una determinada persona, porque considera que moralmente no debe estar junto a esa persona por alguna razón, como por ejemplo con Pablo Picasso (1881-1973), que era muy desagradable, pero sí se puede disfrutar de su obra”.

Dos códigos


En un pasaje de “Sofi...”, ella se topa con un monstruo interplanetario “con antenas y dientes enormes y cara de malísimo” con el que la niña se traba en lucha; pero en el dibujo que acompaña al relato el ser aparece preguntándole a Sofi cuánto es 7 x7, emulando a otro ser fabuloso, pero de la mitología griega, a aquella leona alada con cabeza y pecho de mujer que planteaba enigmas irresolubles a los viajeros para truncarles el paso. 
Por años se ha considerado que las ilustraciones están al servicio del texto o que son un detalle redundante a este o que lo fija en la mente. En “Sofi...” el mecanismo es inverso. 
La ilustradora Luciana Zarzoso explicó a este medio que actualmente existe una gran proliferación de los llamados libro álbum. “En ellos la imagen y la palabra actúan de manera sinérgica y el relato se construye a partir de la interacción de los dos códigos. En el caso de ‘Sofi...’, hay partes en las que actúan de manera complementaria, en otras incluso se contradicen. Me gustó mucho jugar con estas situaciones, porque de alguna manera siento que se terminaron constituyendo en narrativas diferenciadas: por un lado el punto de vista que explicita la protagonista en su relato de los hechos y por otro, algo de lo que siente, lo que le pasa, sus temores, desconciertos, como si las imágenes vinieran a ‘deschabar’ algo que Sofi evita decir”, describió. El de los límites entre dibujo y palabra no es del único confín que descree. También de la función que a las ilustraciones se les asigna. “Se trata de aprender a mirar críticamente, de nutrirse de un rico bagaje cultural visual. Gianni Rodari dice: ‘Todos los usos de la palabra para todos (...) no para que todos seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo’, creo que bien vale también para la imagen, todos los usos de las imágenes para todos”, dijo.

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