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El ahorro, la inversión... y el asado

Viernes, 14 de octubre de 2022 01:58

La paradoja del ahorro. En los libros de Macroeconomía se enseña la denominada "paradoja del ahorro" que muestra que, aunque a nivel individual un mayor ahorro proporciona una ventaja a quien lo practica porque le permite incrementar luego su consumo, a escala macroeconómica resulta contraproducente porque, siendo el ahorro un complemento del consumo, si se ahorra más necesariamente se consumirá menos, y las empresas por lo tanto también producirán menos, lo que provoca despidos y aumento del desempleo.

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La paradoja del ahorro. En los libros de Macroeconomía se enseña la denominada "paradoja del ahorro" que muestra que, aunque a nivel individual un mayor ahorro proporciona una ventaja a quien lo practica porque le permite incrementar luego su consumo, a escala macroeconómica resulta contraproducente porque, siendo el ahorro un complemento del consumo, si se ahorra más necesariamente se consumirá menos, y las empresas por lo tanto también producirán menos, lo que provoca despidos y aumento del desempleo.

Las respuestas a la paradoja. Los economistas ortodoxos "resuelven" la paradoja simplemente negándola, basándose en que, como el ingreso de las personas es equivalente a la producción de la economía (el PBI) y ésta se compone de los bienes de consumo y los nuevos bienes de capital (la inversión), al ser menor el consumo "necesariamente" tiene que ser mayor la inversión, con lo que no sólo no habría tal paradoja, sino que, además, se tiene una receta sencillísima para que las economías crezcan de la mano de una mayor inversión: simplemente hay que estimular el ahorro, o sea, bajar el consumo.

Esta "solución" de la paradoja es ingenua y probablemente explique muchas de las bromas que sufren los economistas. En efecto, la única forma en que un menor consumo genere una mayor inversión es que el PBI sea constante. Sin embargo, y como ostensiblemente se aprecia en las economías, el PBI dista de ser constante y, por una parte, los gobiernos se esfuerzan en aumentar el tamaño de la producción, a la vez que ésta muchas veces tiende a caer, como bien lo sabemos los argentinos. Pues bien, si el producto no es constante, un menor consumo no tiene por qué implicar mayor inversión, con lo que la producción descenderá, y esto explica precisamente por qué nuestro PBI apenas se sostiene, o bien, cae estrepitosamente, como en 2002 y aunque en menor medida, en meses recientes.

Una vez aclarado que la paradoja existe, el paso siguiente es explicar porqué ocurre, lo que es simple. Si una persona o familia decide ahorrar más, el consumo de toda la economía no se resentirá, y esa familia disfrutará de un mayor consumo futuro. Sin embargo, si todas las familias decidieran ahorrar más, el consumo agregado se vería afectado y la producción caería, como se señaló, elevándose el desempleo. Consecuentemente, la familia individual y todas ellas en definitiva verían que su ingreso disminuye, lo que las obligaría necesariamente a contraer su ahorro. En resumen, el ahorro parece que aumentaría, pero en realidad disminuirá porque cae el ingreso y por lo tanto también será menor el consumo. Claramente entonces, la paradoja se resuelve porque a la larga no habría un mayor ahorro en forma agregada y mucho menos, más inversión.

El crecimiento

¿Cómo hacen las economías para crecer? ¿No se necesita para ello que el ahorro aumente? En realidad, lo que potencia a las economías es la inversión, como también se enseña en los textos de Macroeconomía y la razón es bien simple. Si las empresas invierten más –o sea, compran maquinarias y agrandan sus instalaciones- también toman más personal, y los ingresos de estos nuevos trabajadores, más los de quienes han vendido las maquinarias y herramientas junto a los materiales para las nuevas construcciones suponen más consumo, que a su vez implica más ventas de quienes proveen esos bienes de consumo, y así en una cadena extensa que se denomina "efecto multiplicador".

Ahora bien, ¿de qué depende de que haya más inversiones? Según los economistas ortodoxos, del ahorro. Sin embargo, ya se ha demostrado que un mayor ahorro no necesariamente genera más inversiones, por lo que la respuesta es un poco más indirecta. Para entender el mecanismo de la inversión, hay que advertir que ésta tiene dos componentes. Por un lado, depende de las decisiones de los empresarios, que se basan en sus expectativas de ganancias, las que, a su vez, dependen del clima general de los negocios, del marco institucional, del propio "olfato" de los empresarios y de otros imponderables. Paralelamente, la inversión que los empresarios consideran conveniente no necesariamente será la que efectivamente se lleve a cabo, porque esta inversión "ideal" necesita fondos, y el financiamiento se basa, principalmente, en los beneficios no distribuidos, las colocaciones de activos –acciones, debentures- y los préstamos de los bancos, además de los aportes de capital externos.

En los aspectos financieros es donde el ahorro se conecta, en parte, con la inversión, porque, claramente, los ahorros de las familias van en gran medida a los bancos, o bien se aplican a la compra de las acciones de las empresas. Sin embargo, este ahorro no se compone principalmente del flujo que se establece con el ingreso no consumido, sino que está formado mayoritariamente por los fondos acumulados del ahorro a lo largo del tiempo, siendo claro que el orden causal va del deseo de invertir de las empresas a la posibilidad de su concreción conforme el financiamiento disponible, y no al revés; vale decir, que exista mayor financiamiento no es condición suficiente para que la inversión aumente.

Si los economistas ortodoxos ("custodios de la fe") tuvieran razón en cuanto a la condición inexcusable de un mayor ahorro para que la inversión aumente, los países pobres, cuyo consumo apenas alcanza la subsistencia, estarían condenados a reducir su población por inanición para que les sea posible un mayor ahorro, lo que constituye otra ingenuidad –además de una crueldad abominable, claro está- acreedora de las consiguientes bromas pesadas a los economistas.

La conexión entre el sinsentido de los ortodoxos y la realidad puede ilustrarse con una experiencia muy apreciada por los argentinos, que es el del asado familiar. Si, con la carne en el fuego, se anuncian nuevos comensales, una forma de atender la cocción de los necesarios trozos adicionales sería retirar brasas para encender carbón o leña adicional. Sin embargo, eso retrasaría el momento de servir la carne, por lo que una alternativa más sensata y simple es dejar que las brasas continúen su tarea y agregar carbón o leña, encendiéndolos con un fósforo y algo de combustible. La moraleja parece clara. Retirar brasas encendidas equivale a reducir el consumo; en cambio, encender el carbón manteniendo las brasas en su lugar es añadir inversión "financiada" con el combustible y el fósforo, destacando -lo que no es un tema menor- que en el ejemplo del asado, la persona que elige apartar brasas o alternativamente encender por aparte el nuevo carbón o leña, es la misma, lo que no ocurre cuando quienes apartan brasas (las familias) no son los mismos que quienes desean encender nuevo carbón (las empresas).

En resumen, para crecer se necesita estimular a las empresas para que inviertan con un clima de negocios favorable y un entorno institucional apropiado, a la vez que se fomentan los mercados de capitales junto al financiamiento externo, añadiendo el de los organismos internacionales de crédito. No es necesario, por lo tanto, condenar a las personas o sociedades a consumir menos. Por último, es claro en la Argentina de 2018 y 2019 que la caída en el consumo no significó mayor ahorro e inversión, sino menor PBI.

 

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