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La crisis del gasoil exhibe dos décadas de desaciertos

Domingo, 29 de mayo de 2022 01:13

La falta de gasoil en nuestra provincia es desesperante pero, además, es el síntoma de una crisis energética nacional, de raíces profundas y que va creciendo desde hace dos décadas. El intento de aislar al mercado interno del mercado internacional, ya sea por necesidad o por pretextos ideológicos, viene colocando al país en un cuello de botella sobre el cual, también desde hace muchos años, vienen advirtiendo expertos y exfuncionarios. Esa historia precede a la invasión rusa contra Ucrania y a la consecuente suba del precio internacional del barril de crudo, con oscilaciones de entre US$ 100 hasta US$ 140.

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La falta de gasoil en nuestra provincia es desesperante pero, además, es el síntoma de una crisis energética nacional, de raíces profundas y que va creciendo desde hace dos décadas. El intento de aislar al mercado interno del mercado internacional, ya sea por necesidad o por pretextos ideológicos, viene colocando al país en un cuello de botella sobre el cual, también desde hace muchos años, vienen advirtiendo expertos y exfuncionarios. Esa historia precede a la invasión rusa contra Ucrania y a la consecuente suba del precio internacional del barril de crudo, con oscilaciones de entre US$ 100 hasta US$ 140.

El reclamo de los gobernadores al Gobierno nacional fue muy fuerte el viernes durante la reunión del Norte Grande en Tucumán. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, comprometió los mayores esfuerzos para normalizar el suministro. Se trata de la zona más postergada en esta crisis, como lo es habitualmente en los precios de los combustibles, que siempre son más caros que en la región central.

No obstante, con un mercado interno que tiene hoy precios un 30% por debajo de las referencias internacionales, es evidente que el problema resulta muy complicado, porque proviene de la dependencia energética del país. El precio del gasoil a granel había aumentado en mayo hasta un 27% mientras que en las estaciones de servicio solo subió el 12%. A las petroleras les conviene más exportar crudo que elaborar gasoil.

Incluso, por ausencia de estrategias inteligentes y sin mezquindades, no existe la alternativa de añadir la cuota de biodiésel al gasoil, porque al productor agrícola le conviene más exportar aceite de soja que producir ese biocombustible para consumo interno.

Ya en el verano, el Indec registró un aumento de importaciones de combustibles y lubricantes, impulsado por la nafta premium y el gasoil, del orden del 187,3%. Pero, de todos modos, según coinciden los expertos, si se eliminaran los impuestos a la importación de combustible, no sería negocio importar.

Con un desequilibrio de esa envergadura, la comercialización se vuelve imposible.

La encrucijada resulta dramática en un país donde el 90% del transporte de cargas se realiza en camión y que necesita muchísimo gasoil para sostener la actividad rural, que es la principal fuente de divisas.

La consuetudinaria manipulación de precios y tarifas, reducidos artificialmente con subsidios del Estado fracasa, simplemente, porque no se decide tomando en cuenta que la generación de energía, en general, y el sistema argentino, en particular, dependen de multimillonarias inversiones a largo plazo en exploración, descubrimiento y producción de hidrocarburos, el transporte y la posterior distribución. El modelo basado en adecuar los precios a la caída del poder adquisitivo de los salarios solo genera quiebras y expansión de la pobreza. Ese modelo, aplicado por Hugo Chávez en Pe.de.Ve.SA. convirtió a Venezuela en el primer Estado petrolero fallido.

La dependencia que muestra todo el sistema energético de la producción de gas y petróleo es una distorsión también de larga data, que incluye el congelamiento del sistema nucleoeléctrico, la ausencia de fuentes alternativas significativas y el abandono de medios de transporte más económicos, en primer lugar, los ferrocarriles, que agonizan como servicio desde mediados de los años 70.

Hoy se pagan las consecuencias.

El suministro de gas para este invierno no está asegurado, porque el sistema de subsidios tiene un límite y el país ya lo ha traspasado.

Un aumento de tarifas sin redes de contención social sería inflacionario y resultaría letal en un país donde los precios vienen subiendo mucho más rápido que los salarios desde hace, por lo menos, 16 años. Pero frenar la inversión energética, tal como ha ocurrido en el mismo lapso, garantiza agravar cada vez más la decadencia social y económica.

En la Argentina no hay que esperar milagros, sino mirar la realidad, consensuar una serie de medidas esenciales a largo plazo y, por una vez, comprometer a todos los sectores con un programa de desarrollo humano para las próximas décadas.

 

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