¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

18°
25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Gustavo Petro: auténtico líder populista y presidente de Colombia

Sabado, 02 de julio de 2022 03:17

Gustavo Petro es un político colombiano de 62 años. El candidato presidencial que representaba a las tendencias y corrientes de izquierda agrupadas en el Pacto Histórico durante el reciente proceso electoral fue el vencedor del balotaje el domingo pasado. Su triunfo lo convirtió en el nuevo presidente de Colombia. Fue una segunda vuelta muy apretada entre los candidatos, ambos de orientación populista, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Gustavo Petro es un político colombiano de 62 años. El candidato presidencial que representaba a las tendencias y corrientes de izquierda agrupadas en el Pacto Histórico durante el reciente proceso electoral fue el vencedor del balotaje el domingo pasado. Su triunfo lo convirtió en el nuevo presidente de Colombia. Fue una segunda vuelta muy apretada entre los candidatos, ambos de orientación populista, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.

El flamante presidente se instalará en la Casa de Nariño el próximo 7 de agosto, tras la ceremonia de traspaso e investidura en la que el uribismo, representado en el actual presidente Iván Duque, le entregará el poder. Esa es la democracia. Por cierto, democracia que no aprecian de modo suficiente los extremos y fundamentalistas de ambas corrientes. Uribistas y petristas se necesitan para existir y, como los islamistas, usan la democracia de modo instrumental, es el medio para llegar al poder, la usan para tratar de destruirla y menoscabarla.

Petro es reconocido como gran opositor y orador. Adicionalmente, ha sido notable como senador. Desde esa posición denunció la corrupción en el manejo de diferentes asuntos y bienes públicos, fue un duro opositor del entonces presidente y populista de derecha conservadora Álvaro Uribe, así como de los vínculos de políticos municipales, regionales y nacionales, senadores y representantes, con paramilitares y narcotraficantes. Esas denuncias hicieron que miembros de su familia tuvieran que exiliarse porque sus vidas corrían peligro.

El político tiene formación de economista, es egresado de la Universidad Externado de Colombia, una de las universidades privadas más importantes del país. Petro ha definido a la oligarquía colombiana como sectaria, atrasada, feudal y asesina. Públicamente se reconoce como gran admirador del expresidente chileno Salvador Allende y, al parecer, los acontecimientos que desembocaron en la dictadura de Augusto Pinochet incidieron o determinaron su forma de ver y de percibir a los Estados Unidos, según registró El Post.

La lectura crítica de la realidad colombiana que mantiene Petro sobre diversos actores y eventos, no obstante, parte de un entendimiento sesgado y amañado de la historia. No es usual oír del candidato una aproximación crítica en torno a la combinación de todas las formas de lucha, postura avalada hace décadas por considerables segmentos de la izquierda legal e ilegal. Tampoco se le reconoce por la agudeza al cuestionar los ingentes esfuerzos de la izquierda armada para lastrar el desarrollo económico y desestabilizar la democracia colombiana durante medio siglo. Menos aún por reconocer el papel que han desempeñado las guerrillas en el devenir histórico conflictivo del país. Ni hablar de abordar la incidencia del secuestro (un mecanismo utilizado por las guerrillas para financiarse que fue soslayado por la izquierda), responsable de la emergencia de los grupos paramilitares escorados a la extrema derecha.

El combatiente

Algunos datos útiles: Gustavo Petro se sumó a la guerrilla M-19 cuando tenía 17 años. Esa guerrilla surgió tras el fraude electoral del 19 de abril de 1970. La elección cuestionada le arrebató el triunfo al otrora dictador y expresidente, católico, populista y bolivariano, general Gustavo Rojas Pinilla. El M-19 tuvo una fuerte incidencia e influencia religiosa. No fue una organización guerrillera marxista leninista. El M-19 era una guerrilla urbana, bolivariana, nacionalista y populista. Sus integrantes, los liderazgos visibles, eran jóvenes de clases media y alta que en varios casos recibieron educación confesional católica, incluso hubo quienes se formaron bajo la impronta jesuita.

El guerrillero adolescente se convirtió en "Aureliano", en honor al personaje de "Cien años de soledad", la célebre obra literaria de Gabriel García Márquez. Durante algún tiempo, el joven Petro combinó todas las formas de lucha: hizo política legal y fue funcionario a la par de su accionar ilegal y subversivo. Después se decantó por la lucha total contra el Estado. Años más tarde, ya desmovilizado, dicen que participó del proceso constituyente que llevó a la promulgación de la Constitución de 1991. Algunos observadores de ese proceso indicaron que Gustavo Petro no hizo parte de la Constituyente de 1991 y, en ese sentido, el político habría mentido en la solapa de su libro (Una vida, muchas vidas). No hay que olvidar que Petro representa actualmente una de las corrientes políticas que quiere redactar una nueva Constitución a medida.

Desde los años noventa, Gustavo Petro ha estado vinculado a la política legal y al establecimiento.

En 2010 Petro lanzó su primera candidatura presidencial, pero el crecimiento del centro relegó sus posibilidades y no obtuvo los resultados esperados. En 2012 se convirtió en alcalde de Bogotá y, aunque fue destituido por el procurador Alejandro Ordóñez (un fundamentalista católico y lefebvrista cuyo nombramiento fue apoyado por el congresista Gustavo Petro), tras la destitución el entonces alcalde impugnó el fallo en instancias internacionales y la CIDH le otorgó medidas cautelares, gracias a ello logró culminar su gestión. Petro reaccionó a su destitución acusando al procurador de fascista y de darle un "golpe de Estado".

Al término de su mandato el alcalde Gustavo Petro tenía un 70% de desaprobación. La gestión de Petro como alcalde de la capital colombiana, el segundo cargo de elección popular más importante del país, generó muchas críticas y mostró las fisuras en el interior de su movimiento. Algunos de sus correligionarios más notables lo abandonaron y hablaron públicamente de su mesianismo y autoritarismo. Sus credenciales e idoneidad en términos de gestión y administración de la ciudad se vieron cuestionadas por políticos, opositores, copartidarios y por los medios de comunicación.
Una de las genialidades progresistas, siendo alcalde de Bogotá, fue la gran innovación al estilo islamista de los iraníes, una política de segregación sexual en el transporte público, pero utilizando lenguaje reivindicativo. La medida fue aplaudida por sectas religiosas y sus respectivas fuerzas políticas. Sus simpatizantes y electores la cuestionaron severamente y la administración siguiente la deshizo en breve. Siendo el líder político de la izquierda progresista, Petro ha sido firme al respaldar a algunos correligionarios implicados en denuncias por violencia de género y violencia intrafamiliar. Estos hechos provocaron que varias mujeres de su movimiento tomaran distancia. 
Un Petro excesivo y amante del balcón llegó a compararse con el caudillo liberal y líder populista Jorge Eliecer Gaitán, asesinado el 9 de abril de 1948. En alguna ocasión le espetó a Mario Vargas Llosa, un poco en tono jocoso, que el escritor peruano tuvo alguna cuota de responsabilidad en su conversión guerrillera, ya que tras la lectura de “Conversación en la Catedral” se hizo revolucionario.
Al obtener el segundo lugar en la elección presidencial de 2018, Petro obtuvo un escaño en el Senado. Se posesionó el 20 de julio de 2018 con la idea fija de presentarse a la elección presidencial de 2022. 
Petro se ha presentado ante el electorado como el líder no contaminado por el establecimiento, pero su dilatada trayectoria política y algunos asuntos turbulentos han mermado la pretendida imagen de líder político puro e impoluto. 

Trompetista del Apocalipsis

Hace unos meses, el académico Gustavo Duncan lo llamó trompetista del Apocalipsis y recordó que el candidato tiende a defender con vehemencia sus aseveraciones sin importar que estas sean falsas o que no se correspondan entera o estrictamente con la realidad: “Reconocer el error llevaría al debilitamiento de su mensaje general”.
El analista colombiano agregó que el mensaje de Petro toma elementos del discurso apocalíptico católico, extrapolado naturalmente a una dimensión terrenal, y plantea que “la sociedad va por el sendero equivocado, víctima de falsas creencias y ambiciones y de la codicia de sus líderes. Como consecuencia, el apocalipsis es inevitable, al igual que el regreso de Dios a traer orden. No es casual que Petro actúe, entonces, como trompetista del apocalipsis”. Petro asume el rol de gran líder, conductor y casi Dios. Es él quien se va a encargar de corregir el rumbo equivocado de Colombia y conducirla por un “nuevo camino”. “Delirios no le faltan”. 
Duncan también dejó claro que la eventual llegada de Petro a la Casa de Nariño amenaza la institucionalidad y las formas democráticas: “Supone unas fracturas demasiado grandes para mantener el diálogo democrático. No son acuerdos sobre las grandes decisiones del país, que llegan a un punto medio donde se ponderan los intereses y las fuerzas políticas, sino choques con la visión del mundo de alguien que, más que electo, se siente el elegido”.
Hay cuestiones fundamentales de la vida democrática, como los límites al poder, la neutralidad del Estado y la Constitución, que la izquierda colombiana conoce, comprende bien y reivindica haciendo oposición. Sin embargo, las olvida rápidamente cuando quiere gobernar y hacerse con el poder. La forma en que transcurrió la campaña de la izquierda lo confirma: el fin supremo era hacerse con el poder y para ello se justificó cualquier medio, incluso pactos y alianzas criminales, pero siempre manteniendo la pose de pureza y una pretendida superioridad moral. 
Lo positivo es que Petro hoy juega dentro de la democracia, no se tomó el poder por la vía de las armas y no llegará a gobernar a través de la revolución. Lo preocupante es su mesianismo y esa orientación populista tan imbuida de religiosidad. Maneja a la perfección el decálogo populista. Con él están Dios y el pueblo. Siguiendo su razonamiento, en los procesos y gobiernos anteriores, aunque democráticos, ni Dios ni pueblo. ¿Fueron entonces el anticristo y el antipueblo quienes gobernaron y quienes eligieron a sus antecesores? Sus formas, medios y mecanismos no permiten hacerse grandes expectativas en términos de fortalecimiento democrático.

    * Politóloga colombiana, especializada en populismos, autorititarismos y la cuestión de las libertades a lado y lado del Atlántico. Una versión académica de este perfil fue publicada por la autora en la revista cultural británica Bulletin of Advanced Spanish 
 

PUBLICIDAD