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El premio Ig Nobel al arte de lamer rocas

Lunes, 02 de octubre de 2023 02:35

La curiosidad de los premios Ig Nobel 2023 fue haber premiado a un científico de alta gama, pero por un trabajo medio en serio y medio en broma que escribió sobre el arte de lamer las rocas, fósiles y minerales. Primero vale la pena aclarar que es esto del premio Ig Nobel. Los Premios Ig Nobel son una parodia estadounidense del Premio Nobel que celebra los logros cómicos y excéntricos en la investigación científica. Se entregan cada año, desde 1991, para reconocer los logros de diez grupos de científicos que "primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar". Organizado por la revista de humor científico "Annals of Improbable Research", los premios son presentados por una serie de colaboradores que incluye a verdaderos Premios Nobel, en una ceremonia organizada en el teatro Sanders de la Universidad de Harvard. Los premios pretenden celebrar lo inusual, honrar lo imaginativo y estimular el interés de todos por la ciencia, la medicina y la tecnología.

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La curiosidad de los premios Ig Nobel 2023 fue haber premiado a un científico de alta gama, pero por un trabajo medio en serio y medio en broma que escribió sobre el arte de lamer las rocas, fósiles y minerales. Primero vale la pena aclarar que es esto del premio Ig Nobel. Los Premios Ig Nobel son una parodia estadounidense del Premio Nobel que celebra los logros cómicos y excéntricos en la investigación científica. Se entregan cada año, desde 1991, para reconocer los logros de diez grupos de científicos que "primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar". Organizado por la revista de humor científico "Annals of Improbable Research", los premios son presentados por una serie de colaboradores que incluye a verdaderos Premios Nobel, en una ceremonia organizada en el teatro Sanders de la Universidad de Harvard. Los premios pretenden celebrar lo inusual, honrar lo imaginativo y estimular el interés de todos por la ciencia, la medicina y la tecnología.

Lo curioso es que algunos de los premiados luego fueron galardonados con un auténtico premio Nobel tal el caso de los físicos Andréy Gueim, por sus estudios sobre el grafeno y Roy Glauber por la teoría cuántica de coherencia óptica. Uno de los premiados en 2023, en el campo de la geología y la geoquímica, es Jan Zalasiewicz, catedrático emérito de Paleobiología en la Universidad de Leicester (Inglaterra). Este geólogo y paleontólogo cobró relevancia mundial por ser uno de los investigadores que propusieron el Antropoceno como un nuevo periodo en la historia de la Tierra. Es autor de numerosos libros sobre la evolución de los ecosistemas fósiles, algunos de los cuales fueron traducidos al español. Su último libro, en inglés, es "El oasis cósmico: La extraordinaria historia de la biosfera terrestre" (2022). Zalasiewicz publicó en 2017 un artículo en el boletín de noticias número 86 de la Asociación Paleontológica al que tituló "Comiendo fósiles", justo el cual le valió el Ig Nobel. En ese artículo habla largamente del arte de lamer las superficies de las rocas y los fósiles para identificarlos por los sentidos de la vista, el gusto y el olfato. Algo que fuera muy común en el pasado y que se fue perdiendo con la llegada de los instrumentos modernos.

Entre otros temas trae a colación aquella histórica cena en Nueva York, en 1951, donde se invitó a los comensales a comer carne prehistórica. El menú decía que era carne de megaterio. Sin embargo luego se aclaró que en realidad era de mamut congelado de Siberia. Uno de los comensales decidió guardar su bocado y ponerlo en un frasco que se conserva en el Museo Peabody de Historia Natural de Yale. En 2014 unos estudiantes de doctorado, intrigados por la historia, decidieron hacer el ADN de esos tejidos y resultó que eran de una tortuga verde. La estafa culinaria salió a la luz, pero sigue como una curiosa y longeva leyenda urbana.

Zalasiewicz trae a colación a Giovanni Arduino (1714-1795), un geólogo italiano del siglo XVIII que estableció una primera estratigrafía de los Alpes y reconoció los terrenos primario, secundario y terciario que aún se utilizan como escala de los tiempos geológicos. Arduino intercambió correspondencia con otro académico italiano, Antonio Vallisnieri de la Universidad de Padua, que las publicó y hoy son motivo de estudio por los historiadores de la ciencia. En esas cartas, Arduino le comenta que las conchillas fósiles en una roca arcillosa, y los fragmentos de carbón, cuando se queman, dejan una ceniza que "en cuanto se pone en la lengua arde como el fuego y deja un sabor amargo y con gusto a orín en partes iguales; y cuando se escupe, deja un cierto dulzor, y la lengua despellejada". Asimismo menciona que los manantiales que emergen de un estrato lleno de pirita y carbón "tienen un sabor picante ácido; vitriólico, sí, pero con un cierto agrado que no puedo describir, como la acidez del vino". Y le señala que esas aguas "me produjeron muchas menos náuseas que las aguas de la misma fuente que he probado aquí en Vincenza y en Scio". El sedimento blanco y micáceo de un estrato no tiene sabor en estado bruto, dijo, pero una vez quemado "adquiere un sabor, así como una cualidad cáustica de la calcinación del espato".

Para Zalasiewicz es una taxonomía del gusto, y también de la vista y el olfato, ya que los especímenes se queman, se hierven, se disuelven, y todos reaccionan de diferentes maneras las que están descritas minuciosamente. El relato en su conjunto está impregnado de un sabor literario que es en parte alquimia, en parte experiencia sensual de la roca y en parte análisis científico.

En una época en la que no existían equipos de análisis químico, y de hecho tampoco un marco para la química tal y como la entendemos ahora, este era un medio sensato de arrojar un poco de luz sobre esas rocas. Se trataba, pues, del gusto como herramienta analítica.

Zalasiewicz siente nostalgia de los tiempos en que los científicos hacían algo más que lamer rocas: cocinaban y, en algunos casos, comían los materiales que estudiaban. Hemos perdido el arte de reconocer las rocas por su sabor, se lamenta. Precisamente por haber estudiado los "aspectos más estrafalarios del mundo de las rocas y los fósiles" fue que Zalasiewicz se hizo acreedor al Premio Ig Nobel, del cual se mostró "desconcertado", pero a la vez contento que al comité de premiación le haya gustado su historia.

¡Eureka!

El asunto comenzó cuando cierto día en que recorría unos afloramientos de rocas calizas de su región advirtió una roca con unas manchas llamativas. Acercó su lupa de mano, pasó la lengua por la superficie de la roca y descubrió que contenía unos maravillosos fósiles, conocidos como nummulites, y que curiosamente se habían conservado en forma tridimensional. Simplemente fue su grito de Eureka.

El mismo Eureka que dimos en la década de 1990 en el pórfido de Taca Taca (Salta), con ese gran geólogo prospector que fuera Nivaldo Rojas, verdadero artífice de su descubrimiento, cuando al observar una roca silícea verdosa que parecía contener minúsculos cristales de pirita, al pasarle la lengua y observar con la lupa vimos que se trataba de oro nativo.

Efectivamente al humedecer la muestra, la pirita se deprime y el oro resalta. Una característica curiosa es el apegamiento, que se da en ciertas arcillas que tienen una gran avidez por el agua. Al acercar la lengua a las arcillas esta se queda pegada y se adhiere muy fuerte. Es el caso de las sepiolitas, unas arcillas de magnesio que pude experimentar en la cuenca de Madrid y también en Anatolia (Turquía), especialmente en el pueblo de Eskisehir, al lado de las grandes minas de boratos. Allí se las conoce como "meerschaum" (espuma de mar) y se las explotó desde antiguo para hacer pipas, mangos de bastones, entre otros bellos objetos finamente trabajados que recuerdan al marfil. Lo de "espuma de mar" es porque flota en el agua y por su poder absorbente se utiliza para recuperar petróleo derramado en accidentes marinos. También para camas de gatos. Lo cierto es que desde muy antiguo los estudiosos del mundo de las rocas y los minerales recurrieron a las propiedades organolépticas o sea todas aquellas descripciones de las características físicas que tiene la materia en general, según las pueden percibir los sentidos, como por ejemplo su sabor, olor, color, sensación al tacto, sonido o temperatura.

El gusto de la sal

El sabor es una guía útil especialmente en minerales solubles. La sal tiene un indiscutible y característico gusto salado. El sulfato de sodio es amargo y además purgante. En los salares de la Puna se presenta como un mineral de aspecto congelado, una especie de hielo a la vista pero no frío al tacto. Al exponerse al aire se torna blanquecino por deshidratación convirtiéndose en algo que los mineros llaman "plumita". Los salares contienen también eflorescencias blancas de carbonato y bicarbonato de sodio, con un gusto ligeramente picante, llamado coipa, y que los nativos usan como jabón natural.

Los boratos en cambio tienden a ser dulces, especialmente el tincal. También dulce es el calomelano, químicamente un cloruro de mercurio, que es venenoso, pero hasta no hace mucho tiempo se usaba en medicina. Los nitratos tienen un gusto fresco, los alumbres astringentes, la silvita o cloruro de potasio es salada amarga.

En los Pirineos pude ver afloramientos de sales marinas antiguas donde las cabras lamben la sal gema y evitan las capas de silvita. El olor de algunos minerales es característico como el caso del azufre, especialmente al frotarlo o quemarlo. Algunos minerales con azufre desprenden ácido sulfhídrico y un fuerte olor a huevos podridos. Los minerales de arsénico dan olor a ajos y los de selenio a repollo fermentado. Al tacto los minerales se comportan de distintas maneras y los hay ásperos y otros tersos, caso del talco y su propiedad de la crasitud. Hay minerales que al tomarlos devuelven una sensación de fríos y otros de calientes, unos de secos y otros de húmedos. Cálido, seco, frío y húmedo fueron además los principios motores de la alquimia que evolucionó hacia la química y la mineralogía. Ni a Paracelso, ni al más exquisito de los alquimistas, se les hubiese ocurrido que sus técnicas de análisis iban a derivar un día en un premio no convencional como este del Ig Nobel.

 

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