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"Preciosidad", o el acoso callejero

Martes, 14 de febrero de 2023 02:22

"Tenía que atravesar la ancha calle desierta hasta alcanzar la avenida, al final de la cual un autobús emergería vacilando dentro de la niebla […] Entonces subía, sería como una misionera a causa de los hombres del autobús que "podrían decirle alguna cosa". Aunque también de los jóvenes tenía miedo, miedo también de los chicos. Miedo de que "le dijeran alguna cosa", que la miren mucho. En la gravedad de la boca cerrada había una gran súplica: que la respetaran (…) No, ella no estaba sola. Con los ojos fruncidos por la incredulidad, en la lejanía de la calle, desde dentro del vapor, vio a dos hombres. Dos muchachos viniendo… Y quizás hasta no hubiera peligro […] Con las piernas heroicas, continuó la marcha. Cada vez que se aproximaba, ellos también se aproximaban -entonces, todos se aproximaban, la calle quedó cada vez un poco más corta […] Adivinaba lo que el miedo desencadena. Iba a ser rápido, sin dolor. Solo por una fracción de segundo se cruzarían, rápido, instantáneo, por causa de la ventaja a su favor de estar ella en movimiento y venir ellos en movimiento contrario […] Haced que ellos no digan nada, haced que ellos solo piensen, que pensar yo los dejo […] Pero lo que siguió no tiene explicación. Lo que siguió fueron cuatro manos difíciles, fueron cuatro manos que no sabían lo que querían, cuatro manos que la tocaron tan inesperadamente que ella hizo la cosa más acertada que podría haber hecho en el mundo de los movimientos: quedó paralizada. En una fracción de segundo la tocaron como si a ellos les correspondieran todos los siete misterios […] Después retrocedió lentamente hasta un muro, jorobada, bien lentamente, como si tuviera un brazo quebrado, hasta que se recostó toda en el muro, donde quedó apoyada. Y entonces se mantuvo parada. No moverse es lo que importa, pensó de lejos, no moverse […] Después de lo cual, suspiró y se quedó quieta, mirando. Aún era oscuro […] Lentamente reunió los libros desparramados por el suelo. Más adelante estaba el cuaderno abierto. Cuando se inclinó para recogerlo, vio la letra menuda y destacada que hasta esa mañana era suya (Clarice Lispector).

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"Tenía que atravesar la ancha calle desierta hasta alcanzar la avenida, al final de la cual un autobús emergería vacilando dentro de la niebla […] Entonces subía, sería como una misionera a causa de los hombres del autobús que "podrían decirle alguna cosa". Aunque también de los jóvenes tenía miedo, miedo también de los chicos. Miedo de que "le dijeran alguna cosa", que la miren mucho. En la gravedad de la boca cerrada había una gran súplica: que la respetaran (…) No, ella no estaba sola. Con los ojos fruncidos por la incredulidad, en la lejanía de la calle, desde dentro del vapor, vio a dos hombres. Dos muchachos viniendo… Y quizás hasta no hubiera peligro […] Con las piernas heroicas, continuó la marcha. Cada vez que se aproximaba, ellos también se aproximaban -entonces, todos se aproximaban, la calle quedó cada vez un poco más corta […] Adivinaba lo que el miedo desencadena. Iba a ser rápido, sin dolor. Solo por una fracción de segundo se cruzarían, rápido, instantáneo, por causa de la ventaja a su favor de estar ella en movimiento y venir ellos en movimiento contrario […] Haced que ellos no digan nada, haced que ellos solo piensen, que pensar yo los dejo […] Pero lo que siguió no tiene explicación. Lo que siguió fueron cuatro manos difíciles, fueron cuatro manos que no sabían lo que querían, cuatro manos que la tocaron tan inesperadamente que ella hizo la cosa más acertada que podría haber hecho en el mundo de los movimientos: quedó paralizada. En una fracción de segundo la tocaron como si a ellos les correspondieran todos los siete misterios […] Después retrocedió lentamente hasta un muro, jorobada, bien lentamente, como si tuviera un brazo quebrado, hasta que se recostó toda en el muro, donde quedó apoyada. Y entonces se mantuvo parada. No moverse es lo que importa, pensó de lejos, no moverse […] Después de lo cual, suspiró y se quedó quieta, mirando. Aún era oscuro […] Lentamente reunió los libros desparramados por el suelo. Más adelante estaba el cuaderno abierto. Cuando se inclinó para recogerlo, vio la letra menuda y destacada que hasta esa mañana era suya (Clarice Lispector).

La escritora Clarice Lispector, en su cuento "Preciosidad" * - algunos de cuyos párrafos me permití transcribir brevemente en forma discontinuada- revela magistralmente y con gran eficacia la verdadera dimensión del tan lamentablemente común "acoso callejero", se trate de una mirada lasciva, una palabra, un gesto obsceno, un contacto indebido. En todos los casos constituye violencia de género. Incluso el temor a sufrirlo genera una limitación injusta y claramente discriminatoria a la libertad de la mujer de circular por la vía pública y de usar los medios de transporte públicos sin ser molestada y vulnerada por su sola condición de mujer.

El texto citado describe con maestría las emociones, el miedo, la vulnerabilidad en que se encuentra una niña de 15 años simplemente por tomar un colectivo y caminar por la calle hacia su escuela "sin un hombre al lado"; luego de sufrir el acoso "ya no es la misma": su Ser, su dignidad, su pudor y su integridad han sido afectados irremediablemente.

El cuento nos muestra, a su vez, que la respuesta en ese caso ante tan abominable práctica fue de resignación, lo cual podría ser entendible en la época del relato (publicado originalmente en 1960); pero hoy no es admisible ni deseable la conformidad con la adversidad y con tan injusta afectación de los derechos de niñas y mujeres.

En el plano del derecho, ha habido una importante evolución en el caso particular del acoso callejero, pero aún resta plasmarlo de manera integral y definitiva en el ámbito social y en la cultura de nuestras comunidades.

La Ley de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres Nº26.485 incorporó, a partir de la ley 27.501 sancionada en mayo de 2019, como modalidad de violencia a "aquella ejercida contra las mujeres por una o más personas, en lugares públicos o de acceso público, como medios de transporte o centros comerciales, a través de conductas o expresiones verbales o no verbales, con connotación sexual, que afecten o dañen su dignidad, integridad, libertad, libre circulación o permanencia y/o generen un ambiente hostil u ofensivo". Determinó también la implementación de una línea telefónica gratuita a los fines de dar contención, información y asesoramiento a las víctimas (línea 144, que funciona las 24 hs y todos los días del año), así como la inclusión en los contenidos mínimos curriculares de la perspectiva de género, el ejercicio de la tolerancia, el respeto y la libertad de las relaciones interpersonales, la igualdad entre los sexos y la deslegitimación de la violencia contra la mujer conocida como "acoso callejero".

Las niñas y mujeres víctimas tienen, de tal manera, la plena protección de las leyes y del Estado, en sus tres poderes, que deben garantizar su derecho a denunciar y recibir protección. Es oportuno mencionar que en estos poco más de tres años de vigencia de la normativa citada, los tribunales de nuestra provincia han dictado y convalidado medidas de protección y prevención contra casos de acoso callejero, que fueron oportunamente denunciados,

asegurando condiciones de seguridad y confidencialidad para las víctimas. Sin embargo, todavía son muy pocas las denuncias que llegan a la Justicia y obtienen la respuesta oportuna. Es necesario no resignarnos en la lucha contra este flagelo: realizando las denuncias desde la ciudadanía, e impulsando, desde el Estado, políticas de concientización y prevención de esta modalidad de violencia de género.

No es una cuestión menor o de poca importancia como a veces parece creerse. Se trata del derecho de las mujeres a vivir una vida sin violencia, a transitar libremente por la vía pública sin temor a recibir expresiones o gestos de connotación sexual, aun aquellos que puedan considerarse meros "piropos" y que en una época pudieron haber sido tolerados como parte del folclore nacional, pero que hoy es advertido como un elemento más de un sistema que deja de algún modo explícito el ejercicio de poder por parte del varón, en un esquema -a ser desterrado definitivamente- que cosifica a la mujer y la coloca en una situación de desigualdad.

Fruto de este inequitativo sistema patriarcal es que podría decirse que la mayoría de las mujeres ha padecido alguna experiencia de "acoso callejero" en algún momento de su vida, con mayor o menor trauma, pero que en todo caso nos mueve a reflexionar sobre la dimensión de los efectos y la perturbación que tal nefasto fenómeno produce en la integridad, en el pudor y dignidad de la mujer. Y, como en el caso del cuento de Lispector, en la preciosa inocencia de una niña.

* Publicado en "Lazos de Familia", Montesinos, Barcelona, 1988

* Clarice Lispector (1920/1977) nació en Ucrania pero cuando tenía un año, su familia se exilió en Brasil. Fue periodista, traductora y escritora de novelas, cuentos, libros infantiles y poemas. De estilo muy personal, llenaba de espiritualidad los detalles cotidianos. Es considerada una de las escritoras brasileñas más importantes del siglo XX.

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