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En las últimas décadas, el boxeo ha sumado el show, mal que les pese a los puristas. Uno de los hombres que en estos años lo ha entendido como pocos y ha actuado en consecuencia es Tyson Fury, quien a las 18 procurará convertirse en el primer campeón indiscutido de los pesados en la era de los cuatro principales organismos rectores, cuando enfrente al ucraniano Oleksandr Usyk en Riad, Arabia Saudita.
Fury se autopercibe como el mejor pesado que se haya calzado un par de guantes alguna vez y no se cansa de repetirlo. Casi cualquier especialista firmaría con sangre que el británico está a años luz de Muhammad Ali, Joe Louis, Rocky Marciano y Jack Dempsey, que está lejos de Larry Holmes, George Foreman y Joe Frazier, y que no es capaz de electrizar un cuadrilátero como lo hacían Sonny Liston o la mejor versión de Mike Tyson. Sin embargo, afirmaciones como esa, con las que ametralla constantemente, son parte del ADN del campeón del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y lo han ayudado a moldear su figura.
La verborragia ha acompañado desde su debut profesional a este gigante de 206 centímetros, que supera los 120 kilos en cada una de sus presentaciones, pero que pesó solo 450 gramos cuando nació (tras solo seis meses y medio de gestación), y que es miembro de una familia de raíces romaníes y en la que abundan los boxeadores: lo fueron su padre John (también brilló en pugilismo sin guantes), sus tíos Hugh y Peter, su hermano Young y su primo Phill; lo son sus hermanos Tommy y Roman, y su primo Hughie.
El Rey Gitano siempre fue un personaje carismático y magnético, aunque en sus primeras presentaciones su locuacidad no iba en línea con su rendimiento sobre el cuadrilátero. Ello no le impedía apoderarse del micrófono del anunciador y entonar alguna romanza del cancionero melódico después de cada triunfo. Eso sí: su incontinencia verbal también incluía derrapes como comentarios antijudíos, homofóbicos y sexistas de los que nunca se retractó. "He sido perseguido por defender a Cristo. Tengo mis puntos de vista claros", justificó en 2016.
Pocos confiaban en que llegaría al pináculo del boxeo. Y casi nadie le asignaba siquiera una remota chance cuando tuvo la oportunidad de enfrentar en noviembre de 2015 a Wladimir Klitschko, quien llevaba casi una década como monarca pesado y había realizado 18 defensas exitosas en ese período. "A diferencia de todos los rivales a los que él enfrentó, yo no le tengo miedo. No lo valoro en lo más mínimo", avisó el británico en la víspera de ese pleito en Düsseldorf. Y se jactó: "Sé cómo vencerlo. Hay que arrancarle el corazón, derribarlo física y mentalmente. Mentalmente, ya le gané, así que estoy a mitad de camino".
La otra mitad del camino lo recorrió sobre el encordado, donde dominó al ucraniano, se impuso por puntos y le quitó los cinturones de la AMB, la FIB y la OMB.