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La lealtad de "Jazmín", el perro que acompañó hasta el final al zapatero "Maistro" Castellanos

Fue un hábil descuidista, pero fue un animal noble que acompañó a su amo en las duras y las maduras. 
Domingo, 19 de marzo de 2023 02:45

El primer zapatero que conocí en Cerrillos fue el "Maistro" Castellanos", a principios de los años 50. A quienes ejercían por entonces un determinado oficio, la gente les adosaba el adjetivo "maistro", incluso los que conocían el idioma. Y así es que en el pueblo había "maistros" zapateros, panaderos, carreros o carpinteros.

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El primer zapatero que conocí en Cerrillos fue el "Maistro" Castellanos", a principios de los años 50. A quienes ejercían por entonces un determinado oficio, la gente les adosaba el adjetivo "maistro", incluso los que conocían el idioma. Y así es que en el pueblo había "maistros" zapateros, panaderos, carreros o carpinteros.

El hecho es que el "Maistro" Castellanos, según memoriosos, se instaló en Cerrillos entre 1910 y 1920 y desde entonces alquilaba una pieza en la calle principal. Ese local era propiedad de don Balbino Valentín López, más conocido como el "Loro" López quien además, era dueño de la fonda contigua que expendía comidas, bebidas y daba alojamiento.

La pieza del "Maistro" zapatero estaba dividida interiormente por una rústica cortina que colgaba de un alambre. En la parte que daba a la calle tenía su taller de compostura y atrás de la divisoria, su cama y el cubil de Jazmín, su perro fiel y noble, de cabeza fuerte, algo ñato, color amarillo criollo y con una contextura tan fornida y robusta que más bien parecía perro de carnicero. Lo raro era que siendo un can de aspecto tan rudo, Castellanos le haya puesto el delicado nombre de una flor. Pero así era el "Maistro", hombre de aspecto tosco pero romántico y que siempre tenía una frase gentil para sus clientes y mucho más, si se trataba de una dama. Ante una mujer era pura reverencias y siempre tenía para ellas un cumplido o alguna vieja copla española que recitar, cualquiera fuese su condición. Una que siempre repetía y que por eso se la recuerda, decía así: "Para mí todo es bonito,/ para mi es todo igual,/ soy un hombre afortunado/ que canta siempre al despertar." Y quizás fue esa sensibilidad la que lo llevó a ponerle a su perro el nombre de "Jazmín". Y hasta hoy, a varios años de su muerte, hay quienes aun recuerda sus coplas y frases predilecta pronunciadas con esa voz ronca afectada por los años y el tabaco: "¡Le voy hacer un trabajo como para que no vuelva más!".

Quienes lo conocieron de cuando se instaló en el pueblo, contaban que siempre había tenido un perro a su lado pero el último, el que lo acompañó hasta el final, fue el robusto Jazmín. Animal que pese a tener imagen de rudo, era manso y su costumbre era permanecer a la puerta del taller mientras adentro su amo golpeaba y golpeaba tacos y mediasuelas. Y cuando llegaba la hora del cierre y el zapatero se retiraba a la fonda para echar un bocado, "Jazmín" sabía que cuando su amo comía siempre había una porción para él. Al mediodía la sobremesa era breve pues de inmediato llegaba para Castellanos la hora de la siesta, y también para su perro que de inmediato se enroscaba en su cajón. De noche era igual por larga que haya sido la tenida. "Jazmín" aguantaba al zapatero hasta que dejaba a sus amigos y a las quimbas enfilaba para el cuarto.

El trío

A la madrugada, antes del amanecer, "Jazmín" tenía por costumbre salir por la puerta trasera y rumbear para la panadería de don Francisco Martín Pardo. Allí, ubicado bajo una jardinera esperaba al acecho la caída de algún pan mientras se cargaba el carruaje. Esa espera la compartía con otros dos perros tan descuidistas como él. Eran "Milico", un policía pelo largo, y "Michi", un criollo cenizo atigrado. Los tres de porte similar, se respetaban pues alguna vez habían dirimido sus diferencias a puro tarascones y desde entonces, según los repartidores, nunca más volvieron a pelear. El hecho es que cuando las jardineras terminaban de cargar y salían de reparto, "Milico" y "Jazmín" regresaban a sus casas mientras que "Michi" junto a su amo, el "Coya" Gonza, seguía el reparto bajo la sombra protectora de la jardinera.

"Giuseppe el zapatero"

Y así transcurrieron por años las vidas de Castellanos y de su perro Jazmín, hasta que un día llegó al pueblo un nuevo zapatero, justo cuando los compromisos y la calidad de las composturas del "Maistro" habían comenzado a declinar. El competidor se instaló a metros de su taller. Era joven, simpático, y cumplidor e incluso garantizaba sus trabajos. Era un italiano recién venido pero que pese a no conocer el idioma pronto se hizo de muchos amigos. Era don José Mascarello quien de inmediato pasó a ser bautizado afectuosamente en el pueblo como "Giuseppe el zapatero", tal como el título de la popular canción de Carlos Gardel, todavía de moda por entonces.

Con el tiempo los buenos trabajos del italiano sellaron la debacle económica del "Maistro" Castellano quien ante el revés de la vida primero puso un joven aprendiz, Francisco "Panchito" Guanca, y después se refugió en el alcohol. Pero su físico deteriorado por los achaques de la edad, a poco dijo basta hasta que finalmente terminó hospitalizado en el pueblo.

En el hospital

La internación de Castellanos fue un ir y venir para Jazmín que ya también achacoso, lo único que hacía era tratar de acompañar a su amo en el internado, cosa que estaba prohibido. Pero como era un hábil descuidista, instalado a la puerta del hospital siempre encontraba la ocasión para ingresar sigilosamente a su interior. Y cuando eso ocurría, luego de saludar efusivamente a su amo, se escondía bajo de la cama, sitio del cual resultaba harto difícil desalojarlo.

Por casi tres meses la vida de Jazmín transcurrió entre la panadería donde echaba su primer bocado, la fonda del "Loro" López donde algo comía y el hospital, afuera o adentro. Pero llegó un día que una enfermera, como nunca ocurría, doña Hortencia Nieva, lo llamó por su nombre y lo hizo entrar. Era para que saludara por última vez a su amo, a quien horas antes la tuberculosis se lo había llevado. Entró tímidamente y al trotecito se encaminó al salón que él conocía. Y como siempre, frente a la cama de su amo se plantó pero esta vez ninguna mano acarició su cabeza. "Entonces -contaba doña Hortencia- detenidamente olfateó al hombre ya sin vida y luego bajo de la cama se metió el animal.

Nadie intentó sacarlo y allí permaneció hasta que a la siesta, en un cajón el carro municipal se llevó a Castellanos rumbo al cementerio. Jazmín siguió al carruaje junto a los 15 o 20 amigos del zapatero. Y ya en el campo santo, acompañó la ceremonia del entierro hasta que ésta concluyó con la colocación de una cruz y la bendición de la tumba a cargo del P. Zangrilli. Cuando todos se retiraron, "Jazmín se quedó inmóvil en el lugar. Nadie hizo ademán de sacarlo, ni siquiera el cuidador del campo santo y así fue que esa tarde, a la oración, el portalón del cementerio se cerró con el animal adentro. Al día siguiente, José María Luna, el encargado, fue a visitar la tumba de Castellanos y ahí estaba el animalito. Al verlo, Jazmín se acercó a saludarlo moviendo tímidamente su cola, pero de inmediato regresó a la tumba. Y aunque Luna por esos días siempre le arrimó un alimento, el perro nunca más volvió a comer.

A los cuatro o cinco días, "Jazmín" ya no se levantó ni movió la cola en señal de saludo. Estaba acurrucado e inmóvil junto al montón de tierra que cubría a su amo. Es que él también se había ido. Después, sin que nadie sepa y rompiendo el reglamento, Luna cavó un pozo al píe de la tumba y allí fueron a parar los restos del noble Jazmín, el perro del zapatero.

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