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Lo que el viento nos traerá

Domingo, 30 de abril de 2023 00:34

El 1 de mayo se conmemora el Día del Trabajador. Me pregunto aquí ¿De qué trabajador? ¿Del arquitecto que dibuja concentrado sobre su mesa con una estilográfica en mano, y sintiéndose feliz de haberla sustituido por la tiralíneas? ¿De la mecanógrafa que tipea apurada el trabajo que su jefe le pidió para mañana en una Olivetti de carro ancho, última generación, modelo 1930?

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El 1 de mayo se conmemora el Día del Trabajador. Me pregunto aquí ¿De qué trabajador? ¿Del arquitecto que dibuja concentrado sobre su mesa con una estilográfica en mano, y sintiéndose feliz de haberla sustituido por la tiralíneas? ¿De la mecanógrafa que tipea apurada el trabajo que su jefe le pidió para mañana en una Olivetti de carro ancho, última generación, modelo 1930?

No. Ni de uno ni de otra, por el simple hecho de que esas formas de trabajar o de ejercer oficios ya no existen. Desaparecieron del mundo. Como desaparecieron también los puestos de trabajo de las Mártires de Chicago que murieron en 1886, reclamando al capitalismo voraz y salvaje que nacía una jornada laboral de 8 horas. Esas obreras y obreros que trabajaban en los talleres sucios y chicos de Chicago, de Indiana, de Londres, que promovieron el surgimiento y el ascenso del movimiento obrero y sus reivindicaciones, ya no están entre nosotros. ¿Por qué? Porque desaparecieron con el tiempo los puestos de trabajo que le dieron origen, porque el cambio tecnológico barrió con ellos con una fuerza jamás soñada por nadie, ni por el trabajo, ni por el capital.

Hoy, ya en plena marcha de la tercera década del siglo XXI, trabajamos de otra manera, haciendo otras cosas y asociándonos con pares de manera diferente a las de hace un siglo y medio. El primero de mayo es entonces un día apropiado para reflexionar sobre el trabajo, pero para pensar no en lo que pasó hace tanto tiempo (lo cual por supuesto es digno de recordar y conmemorar), sino lo que nos pasa hoy, y lo que les pasará a nuestros hijos, nietos y a las generaciones que vienen.

La jornada laboral de 8 horas se impuso finalmente, como triunfaron también los reclamos para abolir el trabajo esclavo, el trabajo infantil y la explotación brutal que cobró muchas muertes. Pero lo curioso es que luego de haber logrado esto, la extensión de la jornada laboral siguió cayendo. En los Estados Unidos, en el año 1880, un trabajador dedicaba 3 mil horas por año a su empleo mientras que en 2017 esa cifra se redujo 1.750 horas. En Argentina pasó otro tanto: en 1950, más de 2 mil horas por año, mientras que en 2017 se trabajaron 1.700.

Se lograron las 8 pero la longitud de la jornada siguió bajando y hoy está en cerca de 6 horas ¿Qué pasó? Llegó ayuda: primero los procesos fordianos (la especialización del trabajo llevada a su máxima expresión) y luego los toyotianos, la aparición de la primera computadora, la robótica y de la mecatrónica, de Internet y, ahora, de la inteligencia artificial, el Machine Learning y el metaverso. Los cambios tecnológicos fueron, poco a poco, haciendo prescindible el trabajo humano y reduciendo la necesidad de brazos, y el desgaste de músculo, nervio, cerebro, etc., necesarios para mover la fabulosa maquinaria económica. Hoy mismo, existen muchas tareas que desarrollan seres humanos y que podrían ser ejecutadas por un robot.

Todo empezó con los trabajos más repetitivos y rutinarios, pero hoy ya hay máquinas que procesan datos y emiten fallos (peligro para los jueces humanos), que organizan la contabilidad de una empresa (peligro para contadores) y que escuchan a pacientes, diagnostican y operan con más eficacia que un humano (peligro para médicos y cirujanos). Recientemente se publicaron artículos científicos en los que el ChatGPT aparece como autor, en Europa ya circulan autos que se manejan solos (y que llevan motores eléctricos que se fabrican con el litio que se manda de América Latina). Ese "mañana", con máquinas inteligentes que no hacen huelga ni juicios laborales hará del trabajo humano algo redundante y defectuoso o al menos perfectible.

Una vez que las ideas aparecen se propagan a velocidad supersónica y se adaptan a contextos diversos. En América Latina el cambio ocurrirá en economías altamente informales, con el 40% de las mujeres que permanecen fuera de las actividades remuneradas, donde no se ha logrado erradicar el trabajo infantil y donde la pobreza afecta al 30% de la población.

Los economistas Carl Frey y Michael Osborne, encontraron que el 47% de los empleos en Estados Unidos tendría un alto riesgo de ser automatizados a lo largo de una o dos décadas. La CEPAL hizo el cálculo para América Latina y encontró que alrededor del 62% de los puestos laborales de la región está en riesgo de automatización. Lo particular de la región es que los empleos a los cuales se les atribuye un riesgo cero de sustitución, son los de peor calidad, bajos ingresos, y sin derechos laborales y sociales. Esos empleos seguirán existiendo.

La faceta positiva del cambio es que sabremos qué hicieron aquellas economías en las que nació todo esto: las occidentales y las asiáticas. Sabremos lo que está pasando casi en tiempo real, ¡gracias a Internet! Porque esa misma sociedad que se ha llevado puesto tantos empleos y que arrasará con tantos otros en un futuro que está a la vuelta de la esquina, nos ha permitido también conectarnos, comunicarnos, conocernos más. Arrasará muchos puestos de trabajo, pero creará otros nuevos. Desaparecerá el juez tradicional y aparecerán empleos para jueces, cirujanos y contadores, que deberán saber de robótica, de metaverso y de inteligencia artificial. Podremos liberarnos de ejecutar tareas absurdas, repetitivas y rutinarias y dedicarnos a tareas creativas que nos produzcan placer realizarlas.

Deberemos, en fin, repensar el trabajo. El trabajo ha cambiado y seguirá cambiando. Como sociedad nos espera un gran desafío. Deberemos resolver problemas tales como quién pagará nuestros salarios y de dónde sacarán ganancias los capitalistas. Deberemos resolver el daño ambiental que estamos haciendo por el deseo desenfrenado e irracional de querer cada vez más de todo. Y, por si fuera poco, lo deberemos hacer en un mundo con 800 millones de pobres. Lo bueno es que tendremos más tiempo para pensar cómo hacerlo, porque los robots y las máquinas estarán trabajando por nosotros.

 

 

 

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